El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Cuentos infantiles


Algunos cuentos para los pequeños publicados hace algunos años.


 
Diana
A Diana,
porque tus pasos siempre sean firmes.

Aquella mañana Diana despertó más temprano que de costumbre, sacó su pequeña mochila hecha con hojas de durazno, la colocó en sus hombros y emprendió su camino. Antes de salir, silenciosa, se dirigió a la habitación de su abuelo, abrió la puerta y lo observó durmiendo tranquilo. Parecía un bebé con un sueño profundo y sereno, incapaz de ser perturbado por el mundo exterior.
Aún el cielo estaba oscuro cuando Diana salió de su pequeña casa que en realidad era un chícharo tirado sobre el pasto del jardín. Un día la dueña del jardín arrojó sobre las hierbas un puñado de chícharos secos, todos crecieron menos uno, el cual fue habitado por Diana y su abuelo. Ahí construyeron su casa. Montaron el chícharo sobre un largo trozo de madera, bajo la fuente, para evitar que en tiempo de lluvias se inundara. Construyeron una escalera de ramas de pino y un techo de paja para evitar que el sol diera directamente sobre la casa. También le hicieron en la parte trasera un balcón con una cisterna, pues la fuente tenía una pequeñísima grieta, donde manaban algunas gotas de agua que servían para los alimentos y los deberes del hogar. Dos gotas llenaban las cubetas de Diana y diez su bañera. El interior de la casa había sido construido con ayuda de un gorgojo, quien comía la parte interna de casi todas las cosas. El pequeño animal cavaba túneles que a nuestros amigos servían de corredores.



Los ángeles de Pao

Todos los niños del mundo tienen un ángel que los protege. A donde quiera que el niño va, el ángel le sigue como una sombra invisible…  siempre tras su espalda. Los  ángeles están ahí para cuidar a los niños, para vigilar que no les pase nada y que nadie les haga daño.  Pero hay algunos niños cuyos pies son tan hábiles, manos tan diestras y ojos tan inquietos… e imaginación tan  emprendedora que necesitan más de un ángel para cuidar sus espaldas. Este es el caso de Pao.
                Pao es una niña inquieta, demasiado inquieta diría yo. Todo el día sube y baja escaleras. Corre en el patio, salta en la cama, en los sillones, y de vez en vez se sube a las ventanas pretendiendo volar. ¡Nunca está quieta! A veces sube a escondidas a la azotea, pues pretende espantar a ese gato imaginario que le hace travesuras en la noche: la araña, la asusta con sus bigotes y en ocasiones hace de las suyas en el baño de la pequeña. Hay veces que entra corriendo a las habitaciones persiguiendo a uno de los tantos amigos invisibles que tiene y es tanta la prisa que de repente rebota contra los muebles sin hacerse daño. Y en ocasiones baja las escaleras saltando como conejo y entonces los pies le fallan y al piso va a dar.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Otras voces

Breves narraciones pertenecientes al libro "Cartas tras las rejas". En ellas los animales se hacen de voz para externar su sentir en el mundo humano.



Carta de un árbol

No siento mi cuerpo, ni mis raíces, ni mis ramas, ni el cosquilleo de las ardillas que siempre corren. No siento a las orugas devorando mis hojas ni al pájaro carpintero hurgando en mi tronco, ni a la mariposa saliendo de su capullo.


Carta de un murciélago a su primo ratón 

Entrañable primo:
Te escribo esta carta porque nuevamente la tristeza me ha invadido. Sé que me has dicho una y mil veces que debo superarla, y en ocasiones lo logro. Sin embargo, llega un humano y todo el trabajo arruina. De verdad, ya no quisiera estar triste ni llorar ni pasarme todo el día y la noche colgado de este, en ocasiones, frío y solitario techo. ¿Por qué no puedo superarlo? Para ti es fácil decir: “Ve siempre adelante


Respuesta del ratón a su primo el murciélago 

Estimado primo:
No sabes cómo lamento tu historia. Imagino tu dolor al ver caer a tus hermanos, pero no creas que mi vida es tan sencilla. ¡No! Yo también sufro de la persecución de los humanos. A veces me corretean por toda la casa sosteniendo una escoba entre sus manos. En cuanto me ven, pegan un grito, y van en busca de cualquier objeto que pueda terminar con mi existencia. En las madrigueras colocan alimento, pero impregnado de veneno y mis hermanos, sin saberlo, lo comen y después los encuentro en cualquier lugar tirados y retorcidos de tan horrible muerte. Otras veces colocan trampas... ¡No sabes cuán espantosas son! Caminas tranquilo por cualquier habitación y de repente, cuando tratas de mover un pie... ¡Sorpresa! El pie y todo tu cuerpo está pegado a esos horribles objetos. Y entre más te mueves más te pegas y cuando ellos se dan cuenta de tu presencia corren felices y a la basura te echan. Entonces ya no hay otro camino que el de la muerte. Vas desfalleciendo poco a poco. El hambre llega y tú pegado ahí


Carta de una cucaracha a su hijo cucaracha 

Amado hijo: 
Te escribo esta carta porque hoy he estado en las garras de la muerte. El enemigo estuvo acechando mis pasos y cuando creyó que ya me tenía se abalanzó sobre mí y me tiró un golpe. Pero al ver que su puntería era pésima, apresurado huí y él se quedó rabiando. Después apagó la luz, pero ya conozco el truco y cuando la encendió, rápido desaparecí. Por último, ya bastante molesto, trajo una botella y roció mi escondite creyendo que eso podía acabar conmigo. ¡Grande fue su sorpresa al verme salir huyendo y pasar entre sus piernas! Los humanos intentan todo, querido hijo, para acabar con nosotras. Sienten que somos intrusas, pues el mundo a ellos pertenece. ¡Cuán equivocados están!


¿Quién lo hará?

¿Quién dirá a los niños
que un día nuestro cielo
fue enorme,
azul y blanco?

¿Quién les explicará
que por las noches
había estrellas
para los enamorados?

Cuentos de Felipe



Hace algunos años le di vida a un pequeño hombre (los niños le llaman duende):  Felipe. Escribí tres cuentos sobre él que fueron publicados en la revista electrónica Letralia.  Algunos niños los leyeron y me hicieron llegar imágenes que aquí adjunto.

Alimentando a El Viento

—Grrrrr —un sonido hueco y profundo se dejó escuchar.
Y sin más, nuevamente se volvió a oír ese extraño Grrrr que rompió el silencio de la noche. Era una noche fría, lluviosa como todas las noches de julio. Tan fría que los perros tenían flojera de ladrar.
—No puede ser... Creo que voy a morir de hambre esta noche. Cada vez es más difícil conseguir comida —era la voz de un hombre regordete, de cabello negro, cejas prominentes y una ancha nariz.
Sin pensarlo más, aquel hombre se puso su deshilachado chaleco, una mochila a cuadros azules en los hombros y salió de ese pequeño cuarto que le servía de habitación. Caminó por varios pasadizos, bajó algunas escaleras y después de un momento ya estaba frente a una mesa. Pero no era una mesa común: era una enorme mesa de madera con un mantel rojo. Era tan grande que el hombre, aun parado, apenas si llegaba debajo de un cuarto de una de las patas.



Felipe y el gato contra…  el perro 

Después de que Felipe se convirtió en amigo del dueño de la casa donde vivía, que por cierto se llamaba Octavio, a éste se le ocurrió comprar un gato. Al principio a Felipe no le gustó mucho la idea, pues tenía miedo de que el gato se lo comiera, pero Octavio le prometió que eso jamás sucedería. Al contrario, el gato sería una gran compañía para Felipe cuando Octavio y Lola salían de casa a visitar a sus amigos o de vacaciones a la playa.
Así que un día cualquiera la puerta de la casa se abrió y el hombre gritó: “¡Felipe, hemos llegado!”.
Felipe llegó hasta la sala, deslizándose alegre por la resbaladilla que Octavio le había construido cerca de la ventana, para que llegara más rápido y no se cansara subiendo y bajando escaleras. Octavio mostró sus manos, que hasta ese momento mantenía escondidas tras su espalda, y Felipe vio una pequeña bola de pelos.
Después de que Felipe se convirtió en amigo del dueño de la casa donde vivía, que por cierto se llamaba Octavio, a éste se le ocurrió comprar un gato. Al principio a Felipe no le gustó mucho la idea, pues tenía miedo de que el gato se lo comiera, pero Octavio le prometió que eso jamás sucedería. Al contrario, el gato sería una gran compañía para Felipe cuando Octavio y Lola salían de casa a visitar a sus amigos o de vacaciones a la playa.
Así que un día cualquiera la puerta de la casa se abrió y el hombre gritó: “¡Felipe, hemos llegado!”.
Felipe llegó hasta la sala, deslizándose alegre por la resbaladilla que Octavio le había construido cerca de la ventana, para que llegara más rápido y no se cansara subiendo y bajando escaleras. Octavio mostró sus manos, que hasta ese momento mantenía escondidas tras su espalda, y Felipe vio una pequeña bola de pelos.



Los ladrones de la Luna

Ese día había sido muy agitado: Luna y Felipe jugaban a las escondidillas en la cocina; de pronto, el gato trató de esconderse, saltó sobre la mesa, sus uñas se atoraron en el mantel y una botella de aceite cayó sobre él, seguida de varias ollas y trastos. Luna maulló por el susto y Lola y Octavio llegaron aprisa cuando escucharon el ruido. Encontraron a Luna debajo de una olla todo embadurnado de aceite. Felipe corrió a ver qué le había pasado a su amigo y cuando vio su pelo graso lo reprendió fuertemente... ahora tenía que bañarlo. Lola calentó un poco de agua y la colocó en una charola en el baño, donde Felipe pasó más de una hora quitándole la grasa al pequeño gato. Cuando hubo terminado, peinó delicadamente el pelo de Luna.
Por la noche, los dos subieron a su casa, después de cenar un par de galletas con leche tibia y un poco de fruta... porque, si no lo sabían, Felipe había enseñado a Luna a comer fruta y algo más. Y la que más le gustaba era la papaya y los cacahuates, los cuales pelaba muy bien con sus pequeños dientes.