Por María Celeste Vargas Martínez y Daniel Lara Sánchez
Las mascotas son una parte
importante de la vida del ser humano, son un miembro más de la familia. Las
mascotas nos reconfortan, nos acompañan, nos cuidan y nos dan amor. En estos
días hemos estado pensado en “nuestras” mascotas. ¿Por qué las comillas? Porque
todas ellas han sido nuestras sin serlo en realidad. Por lo general uno se hace
de una mascota cuando la compra o pide a alguien que se la regale. Uno decidió
tener un animal en casa, cuidarlo y protegerlo. En nuestro caso no ha sido así,
pues todos, inteligentemente, nos adoptaron a nosotros. Sí, fueron ellos
quienes nos escogieron para estar a su lado.
El
primero fue un viejo y flaco gato negro. Un día se apareció en la ventana,
maulló y poco después, en menos de dos semanas, formó su pandilla. A El Negro,
como lo bautizamos, le siguieron El Gris y La Don Gato (tardamos unos días en
convencerla de acercarse a nosotros y ahí descubrimos que era hembra... ni modo,
el nombre ya lo tenía y no se lo cambiamos).
Continuaron
La Pantera I, Silvestre, El Esponjoso, Guizma, El Payasito, El Montés (a quien
nuestra pequeña sobrina le decía “El Camotes”) y la Pantera II. La mayoría de
ellos eran callejeros, salvo La Don Gato, El Gris (quienes eran de los vecinos
de al lado) y La Pantera II. Esta última, una bella gata de pelaje sedoso, con
más de trece kilos de peso, quien decidió dejar a sus dueños para permanecer
con nosotros. Un animal tan bien cuidado que tenía alergia a las pulgas de los
gatos callejeros. A La Don Gato y a La Pantera las bañábamos con regularidad,
pero cuando El Negro veía las cubetas de agua caliente, no lo volvíamos a ver
hasta una o dos semanas después. Era el gato más sucio de todos.
Luego
llegó El Boby’s, un pequeño maltés a quien las gatas no dejaban en paz. Un
perro que nunca ladraba, lo creíamos mudo, hasta que un día sorprendió a todos
con su potente y enérgico ladrido.
Siguió Huck, un beagle negro, más que perro parecía un barril sin fondo:
siempre tenía hambre. Le pusimos Huck por sus ojos tristes y porque su familia
se mudó y lo abandonó. Huck, como el inseparable amigo de Tom Sawyer, quien
vivía como podía en lo alto de un árbol… en el fondo teníamos la esperanza de
que en algún momento, el pequeño beagle encontrara a su Tom. Desde el día en
que nos visitó por primera vez, no sólo iba a comer, sino a hacer la siesta y a
cuidar lo que, a su parecer, era de su propiedad, se apegó a nosotros.
Y
finalmente, Salomé. La gran perra negra, protectora y juguetona, a quien no le
gustaba que descansáramos cuando ella estaba presente: sin más nos empujaba por
la espalda para que continuáramos jugando. Era curiosa, cual gato: siempre
estaba atenta a nuestras acciones. Era cariñosa: nos apresaba con sus patas
delanteras y restregaba su cabeza en nosotros. Pedía comida tronando las
quijadas y le gustaba que le rascáramos la cabeza y el cuello.
En
estos momentos tenemos un montón de pájaros (gorriones, palomas y colibríes) a
quienes alimentar. Los primeros han hecho nidos en los árboles del jardín, las
segundas pasan la noche en las ramas y los terceros sólo vienen a comer. Por si
fuera poco, también hay un par de lagartijos (uno negro y uno verde) quienes le
roban la comida a los pájaros.
Como
verán, hemos tenido muchas mascotas, sin que ninguna haya sido nuestra en
realidad. Adoptamos gatos y perros abandonados; adoptamos gatos y perros con
“dueños” quienes, seguramente, no les daban un hogar. Pero la verdad, todos
esos animales nos adoptaron a nosotros, nos dieron un hogar cálido y nos regalaron
momentos llenos de alegría y amor.
Por
el momento no tenemos perros ni gatos, pero sabemos que tarde o temprano uno
tocará a nuestra puerta y decidirá quedarse con nosotros.
Aquí
un viejo poema sobre algunas de “nuestras” mascotas:
Don gato era traviesa,
coqueta
y gustaba dormir a
sus anchas,
cuando dormía más
parecía
que a la muerte
visitaba
y luego de larga
muy larga charla con
ella
tranquila regresaba,
abría sus ojos bizcos
y con pereza se
levantaba,
Don gato era gata
mas de lejos yo no
veía nada,
se parecía
a ese gato dibujado y
pícaro
que de niña yo amaba,
sólo le faltaba el
sombrero y el chaleco
pero dije que Don
gato se llamara,
pues el sexo no me
importaba,
era celosa
y cuando Daniel
fotografiaba a la
Pantera,
Don gato enfurecía
y sin más
un golpe en la cabeza
a él le daba,
la Pantera era fiel,
aunque de extraño
comportamiento,
y muchas veces
pedí a gritos un
psicólogo para ella,
sus temores
más de uno eran:
los gatos
los ratones
los juguetes
plásticos
y los ruidos en la
noche,
la Pantera estaba
loca
y lo único que
faltaba
las pulgas: le
afectaban,
pero era
tierna
amorosa
y a todos después cuidaba,
el Gris huraño,
Silvestre juguetón
- el preferido de
aquella -
el Esponjoso glotón
-
un hueso bien asado
nunca despreciaba
y cuando se enchilaba
corría al lavadero y
el agua poco le duraba -
el Montés con mirada
perversa
- rechazado
por su ojo casi
cerrado,
pero era fiel a su
manera -
el Payasito me daba
miedo,
el Huesos demasiado
flaco,
el Pantera sigiloso,
la Guizma productiva
y tierna,
y el Negro
sucio
indiferente,
si ponías la mano
sobre su lomo
una nube de polvo se
alzaba,
él los trajo a todos,
llamó una vez a la
ventana
y yo
- inocente -
le ofrecí comida
para que se marchara,
regresó un día
y otro
y cuando vimos
ya eran diecisiete
los gatos huérfanos
que en nuestra casa estaban,
la comida aumentó
y los gatos no
paraban,
a veces pienso
que entre ellos se
llamaban,
corrían la voz
que en nuestra casa
a cualquiera no le
faltaba nada,
pero, ¿el perro?
¿Quien le dijo al
perro
que los animales nos
gustaban?
los perros y los
gatos no se llevan,
mucho menos se
hablan,
la Don gato odiaba al
perro
y entre ella y Guizma
lo acosaban,
una lo distraía
mientras la otra
sobre su yugular se
lanzaba,
uno más y aumentó la lista,
pero a él
las salchichas le
gustaban,
todos eran buenos,
fieles y tercos,
y por la noche
agradecidos
nos cuidaban.