El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

lunes, 25 de abril de 2016

Acoso






Por María Celeste Vargas Martínez

En México el acoso hacia las mujeres es una constante. Éste se encuentra presente en cualquier espacio y en cualquier momento: en el transporte público, en el trabajo, en la calle, en los centros comerciales, en el cine…  en las escuelas. El acoso se puede manifestar de distintas maneras: una mirada, una palabra, una imagen, un roce… un insulto. Cuando un hombre hostiga, molesta, lanza miradas lascivas  o agrade a alguna mujer: la está acosando.
            Sí, el acoso siempre está presente. Pero, ¿qué pasa  cuando el acoso se da en el entorno donde vivimos? Entonces,  la mujer ya no sólo teme salir a la calle y enfrentarse  a la estrechez de cerebro de algunos hombres,  también lo debe encarar  en su entorno cercano.  Y debe buscar, a su manera, la forma de lidiar  con ello. Sí, soportar  al vecino que siempre la espía por la ventana. Si ella sale a barrer su patio, ahí está el vecino pronto a mirarla, si riega sus plantas, si tiende la ropa o simplemente si sale a tomar el fresco… el vecino acosador siempre estará ahí espiando por la ventana. Aunque a veces no sólo la mire, pues  al vecino también le da por lanzarse insultos o fotografiarla.  Entonces, el estrés  y el temor ya no sólo se manifiestan  en esos espacios públicos, sino también en lo privado.  La intimidad, el espacio seguro, lo privado desaparece y a la mujer no le queda nada, ya no tiene un lugar donde pueda estar tranquila, pues sabe que aun en su casa el vecino la acosa.
            Y ese acoso merma la salud, afecta la seguridad de la mujer, disminuye su capacidad de concentración, quizá su desarrollo social y laboral, e incrementa la depresión y  el temor.  El acoso es una plaga, una enfermedad que se extiende  y se contagia y que hace nido en aquellos a quién las sensaciones reprimidas pueden más que el cerebro.