Por María Celeste Vargas Martínez
Estaban un día la lavandera y la puta
(una mosca y otra una cucaracha)
platicando por la mañana,
la primera reía complacida
la segunda a los vecinos criticaba:
“La conciencia muy negra deben de tener,
mira que poner una cámara”,
la lavandera a risotadas se mofaba.
“Así han de
ser”, la puta argumentaba.
Con los vecinos ella no trataba
porque el borracho, esposo de la lavandera,
muy mal de ellos hablaba:
“Sí amiguita, insoportables y gandallas:
mojan mi calle, hacen ruido, porque a las cinco se
levantan
y si lanzo un
improperio
responden… nunca se callan.
Ella de mi acoso no se salva.
No son normales… ¡Trabajan!
¡Asean su casa!... ¡Madrugan!
¡Y jamás se emborrachan!”,
decía el borracho para con ella desahogar su alma.
Por ello la puta tampoco les hablaba.
“Ella parece criada, limpia su casa”,
dijo burlona la lavandera,
“Y él está fuera todo el día”,
aseveró la puta.
Y en lo que la puta no reparaba
era en su mote,
porque de eso no trabajaba,
más bien era fácil en la cama,
con uno y otro andaba,
a todos metía a casa
y sus sábanas ellos probaban,
los había de una noche, de una semana,
de meses y quizá de años algún papanatas,
y la lavandera limpiaba ropa ajena
… ¡Y también planchaba!
presumía y criticaba
pero al final era lavandera,
esposa de un borracho (escuálido parásito que ni a
gusano llegaba)
y ninguna pensaba
en
su falta de autocrítica,
en su conciencia repleta
de marañas
y en el cerebro
que
a falta de uso en excremento se transformaba.