El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

La lavandera y la puta



Por María Celeste Vargas Martínez

Estaban un día la lavandera y la puta
(una mosca y otra una cucaracha)
platicando por la mañana,
la primera reía complacida
la segunda a los vecinos criticaba:
“La conciencia muy negra deben de tener,
mira que poner una cámara”,
la lavandera a risotadas se mofaba.
 “Así han de ser”, la puta argumentaba.
Con los vecinos ella no trataba
porque el borracho, esposo de la lavandera,
muy mal de ellos hablaba:
“Sí amiguita, insoportables y gandallas:
mojan mi calle, hacen ruido, porque a las cinco se levantan
y  si lanzo un improperio
responden… nunca se callan.
Ella de mi acoso no se salva.
No son normales… ¡Trabajan!
¡Asean su casa!... ¡Madrugan!
¡Y jamás se emborrachan!”,
decía el borracho para con ella desahogar su alma.

Por ello la puta tampoco les hablaba.
“Ella parece criada, limpia su casa”,
dijo burlona la lavandera,
“Y él está fuera todo el día”,
aseveró la puta.
Y en lo que la puta no reparaba
era en su mote,
porque de eso no trabajaba,
más bien era fácil en la cama,
con uno y otro andaba,
a todos metía a casa
y sus sábanas ellos probaban,
los había de una noche, de una semana,
de meses y quizá de años algún papanatas,
y la lavandera limpiaba ropa ajena
… ¡Y también planchaba!
presumía y criticaba
pero al final era lavandera,
esposa de un borracho (escuálido parásito que ni a gusano llegaba)
y ninguna pensaba
            en su falta de autocrítica,
en su conciencia repleta de marañas
 y en el cerebro
            que a falta de uso en excremento se transformaba.