Era la décimo quinta ocasión en que ese reducido
grupo se reunía. El Mapache fue el
primero en llegar. Acomodó las sillas, colocó en la estrecha mesa las papas,
chicharrones y cacahuates que don Santiago, el dueño de la bodega donde
trabajaba, le daba a precio de mayoreo. Después llegaron Alexis y Poncho, ambos
empleados de la Compañía de Energía Limpia – empresa fraudulenta, creada por un
senador de la república para lavar dinero del narco. La empresa se había hecho
de muchos adeptos ante la ineptitud de Luz y Energía y en estos tiempos gozaba
de gran popularidad entre la clase
pobre. Mientras Alexis tomaba la vieja escoba y daba un escobazo aquí y otro
allá, Poncho introducía los refrescos en el refrigerador y buscaba en la
alacena lo necesario: vasos, servilletas, platitos.
Una
amena charla inició y se detuvo cuando Oscarín empujó fuertemente la despintada
puerta metálica, la cual se estrelló contra el viejo despachador de agua.
En realidad éste no servía, venía
incluido con la renta del local, y el grupo no se deshacía de él porque Tacho,
un hombre enorme y corpulento, afirmaba:
“No, debemos dejarlo, se ve que es viejo… es todo de metal y está bien pesado,
ya ven que ahora todo es de plástico Made in China… ¡Úsese y
tírese!... ¡No, éste está chido!
Quizá con el tiempo podamos venderlo y nos den algo… Uno nunca sabe, qué tal si
aquí en México aparece uno de esos programas gringos donde gente común y
corriente encuentra objetos de valor en bodegas abandonadas o maletas, donde después
de sacar un montón de ropa sucia y cosas inservibles, hasta el fondo encuentran
algo que les da miles de dólares… A lo mejor ese viejo despachador nos saca de
pobres”.
Nadie
dijo nada, así que el mueble seguía en su lugar.
-
¡Qué
carita te cargas, mi Oscarín! – afirmó Poncho.
-
¡Qué
quieres mi hermano: viernes, ocho de la noche, dos horas de tráfico y el cielo cayéndose! – señaló el hombre
delgado de nariz ancha.
Un relámpago iluminó la
amplia ventana. Alexis se acercó a ella:
la fuerte lluvia no cesaba. El hombre vio el abundante tráfico desde el tercer
piso donde se encontraba la estancia, denominada por el dueño del edificio
“Oficina 6”: “A mí no me interesa para qué la ocupen, yo rento oficinas y se
acabó”, les dijo tranquilo el día que el grupo rentó, un par de meses atrás, el pequeño
lugar.
La “oficina” no era muy
grande: tres metros por tres, un baño diminuto en el cual Tacho entraba con dificultad, una amplia
ventana, piso de loseta amarilla con
flores blancas y techo de plafón donde
un par de manchas amarillas hacían que el grupo
echara a andar la imaginación en
cada reunión: “A mí me parece más como un caballo”, afirmaba El Mapache; “Para
mí que es un carro chocado”, sugería Poncho; “Ninguno de los dos tiene razón,
es un platillo volador”, convencido aseguraba Tacho. Aunque la oficina también contaba con el
despachador de agua, una mesa vieja y un pizarrón de acrílico, objetos dejados
ahí por los anteriores inquilinos: un grupo de abogados quienes salieron huyendo cuando sus clientes levantaron
una denuncia en su contra por robo.
-
Pinche
lluvia, está todo inundado – gritó Tacho cuando arribó al lugar, media hora
después.
-
No
mi hermano, ya mero ni llegas – afirmó Oscarín.
-
Más
bien, antes llegué… Se inundó el paso a desnivel en Periférico y el de la combi
se metió por San Joaquín y luego no sé por dónde… Es más, ni siquiera sé cómo llegué – señaló
el hombre para después llevarse la mano al rostro. Le dolían la cara y los
oídos.
El hombre hizo una mueca.
Sus compañeros adivinaron el motivo de ella, pues Oscarín tenía congestionada la nariz; El
Mapache se sofocaba a cada instante; a Poncho le dolía la garganta y el oído
izquierdo; y Alexis trataba de ponerle
fin a la comezón de las manos.
Tacho era moreno, alegre y
dicharachero. Trabajaba como obrero en una empresa de pinturas de donde se
había robado un par de litros de color azul para “darle una manita” al lugar. Fue
él quien reunió al grupo una fría noche de diciembre cuando fastidiados y sin
conocerse, salieron todos de una plática-taller sobre Asma. Sí, los cinco eran
asmáticos, con rinitis estacional algunas veces, dermatitis atópica otras
y diversos problemas comunes de personas
alérgicas. Los cinco habían asistido a la charla con la esperanza de encontrar
una especie de remedio mágico para sus males: estaban fastidiados de la nariz
congestionada, los ojos llorosos, la tos, las ronchas en los brazos, los
bronquios cerrados, el abundante moco, los constantes dolores de estómago, los pulmones respirando con dificultad, los
medicamentos, el oxígeno… y todo por lo que siempre pasaban.
-
Siempre
es lo mismo en estas pinches pláticas… ¿Y para esto pedí permiso en la fábrica?
– aclaró Tacho al salir.
-
Sí,
no nos dicen nada que no sepamos ya – afirmó El Mapache.
Un hombre moreno y alto
observó a los dos hombres: “Bueno, al menos ustedes no compraron nada, yo salí
con dos espray, unas pastillas para evitar el escurrimiento constante de los
mocos, un inhalador de un ‘producto naturista, nuevo y muy bueno’… y este jarabe que no me acuerdo para qué es”
– señaló preocupado.
Dos hombres se unieron a
la charla y ahí comenzó todo. Se vieron
un par de ocasiones más, después decidieron rentar un lugar y formar una especie
de club de asmáticos. Al principio algunos despistados se unieron al grupo, quienes,
decepcionados ante la poca seriedad,
terminaron abandonándolo.
Los cinco únicos miembros del
Club pagaban los seiscientos pesos de la renta, que incluía luz y agua. Se
reunían una vez a la semana y al principio comenzaron llevando información sobre
sus diversos males. Una vez al mes se informaban sobre nuevas investigaciones,
las cuales eran debatidas por ellos, pero después de dos meses dejaron la
información e investigaciones a un lado y dieron paso a sus experiencias con la enfermedad. Los
parámetros iniciales cambiaron completamente y quedaron en el olvido.
Los miembros del Club pasaron
de ser sólo eso y se convirtieron en buenos amigos. Así, sus nombres de pila fueron sustituidos
por sobrenombres: Alfredo fue conocido simplemente como El Mapache; Martín como
Poncho; Eustolio pasó a ser Tacho; a Osvaldo
sus compañeros le vieron cara de Oscarín y Pedro se convirtió en Alexis. Aunque el único que justificaba su apodo era
El Mapache: tenía unas prominentes ojeras por no respirar bien, las orejas
puntiagudas y el cabello en alto. Mientras sus compañeros ya habían olvidado el
porqué de sus respectivos sobrenombres.
-
No
sé, hoy he estado pensando mucho – aclaró Oscarín, un analista de sistemas de
una empresa de empeños.
-
¡Uy,
eso es malo mi Oscarín… se te va fundir el cerebro! Imagínate: asmático, con
dermatitis, rinitis y te quedas sin cerebro… ¿qué clase de hombre vas a ser? –
preguntó Tacho.
-
¿Te
imaginas, Tacho, que el Oscarín se convirtiera en zombi? Al momento de querer
atrapar una presa empezaría a toser, a rascarse la nariz y diría: “Momento,
momento, ahorita les como las entrañas, sólo necesito mi inhalador” – aseguró
Poncho.
-
No
seas menso, si se convirtiera en zombi dudo que siguiera con el asma – aclaró
Alexis.
-
¿Por
qué? ¿Qué tal si el asma persiste aun después de ser contagiado como zombi?
-
No
creo, ya estaría contaminado, contagiado, muerto y vuelto a revivir… y sólo entonces
existe la posibilidad de que sea normal… bueno, normal dentro de lo que se
entiende normal para los zombis… perseguiría ingenuos humanos, escalaría
edificios, correría como una gacela, tendría fuerza descomunal, sería
inteligente y tú sabes… todas esas cosas que caracterizan a los zombis… y por
fin se olvidaría del asma – aseguró Alexis.
-
Ahora
que lo pienso, ¿vieron la película esa de una guerra mundial de zombis?...
Bueno, pues ahí sólo se contagiaban las
personas sanas y aquellos que tenían alguna enfermedad pasaban inadvertidos
para los zombis… si las cosas son así, eso quiere decir que … – el Mapache no
terminó la frase.
-
¡Seriamos
los únicos sobrevivientes! – aclaró Poncho.
-
El
mundo lleno de asmáticos, no suena del todo mal – afirmó el Mapache.
-
Sí,
el mundo sería de los asmáticos, mientras tanto, los otros… esos que nos ven ahora
con desdén… estarían bien llenos de esa enfermedad que los convirtió en zombis…
¡Imagínate, mi hermano! – argumentó Oscarín.
-
¡Por
fin seríamos normales! Y no los bichos raros que andan por el mundo con sus constantes problemas de salud y
diciendo: “Ni modo, así me hizo la vida…
qué se le va a hacer”.
-
No
estaría mal ser los únicos sobrevivientes, porque cuando te sientes de la
fregada, cuando sientes que el aire no puede entrar a tus pulmones, te quedas sin fuerza y un moco muy delgado empieza a escurrir de tu
nariz, tu boca produce baba y te tiras al piso como un animal tratando de
apresar con tus manos ese oxígeno que no puede entrar a tu cuerpo… entonces podrás
decir: “Esto no es nada comparado con el infierno que viven los zombis… ¡Pobres de ellos!”.
Una carcajada se dejó
escuchar en medio de la insistente lluvia. Entonces las papas y botanas pasaron
de mano en mano y una botella de refresco pronto fue vaciada.
-
¿Saben?,
a mí me gustaban más los zombis de antes… Esos que eran como mensos, caminaban
con las manos estiradas al frente y hacían ruidos raros. Con ellos los seres
humanos debían ser muy tontos para ser
alcanzados – señaló Alexis.
-
Esos
no estaban del todo mal, pero ahora los
zombis ya son diferentes, parecen cualquier súper héroe, por los súper poderes
claro, pero muertos.
-
Bueno,
yo prefiero eso a los vampiros raritos y los hombres lobos tontos que hay ahora
en el cine.
Las risas y la charla
siguieron, sin embargo, Tacho permanecía en silencio, sólo se dedicaba a
observar a sus compañeros.
-
Ese
mi hermano, ¿estás enfermo o qué pasa contigo? Has estado muy calladito y tú no
eres así. No hemos escuchado tu armoniosa voz en toda la noche – aseguró Oscarín.
-
He
estado pensando todo el día… bueno… ustedes saben… yo creo que no es posible
que nosotros seamos los únicos pinches seres vivos en todo el universo… Si el
universo es tan grande, ¿por qué sólo somos los únicos?
-
No
me digas que ya te vas a poner a filosofar, ahora vamos a hablar sobre la vida,
el universo, qué fue primero el huevo o la gallina… los extraterrestres y todas
esas cosas… ¿o qué? – preguntó Poncho.
-
Es
que he estado pensando toda la pinche semana en extraterrestres – aseguró
Tacho.
-
¿Y
eso que tiene que ver con nosotros? – interrogó Alexis.
-
Mucho
más de lo que se imaginan. ¿Qué tal si nuestra condición tiene que ver con que
descendemos de los extraterrestres?
Una carcajada se dejó
escuchar para después dar paso al silencio. En realidad, todos estaban cansados
de sobrellevar día a día los problemas ocasionados por su condición. En tiempo
de lluvias, la nariz se les congestionaba
y les era difícil respirar; la
fatiga era una constante de sus cuerpos cuando el calor llegaba; la comezón en
los brazos y piernas resultaba insoportable (Tacho se untaba limón para
sobrellevarla); los bronquios siempre cerrándose y el insoportable dolor en
todo el rostro no los dejaba. Sí, cuando
no era picazón en la nariz, era la comezón y ardor de ojos; oídos inflamados y
comezón, muchas veces insoportable (para mejorar esta situación el grupo había
decidido inventar unas pequeñas manitas robóticas con largos dedos, las cuales
podrían introducir en los oídos, aunque claro, todavía no comenzaban a
fabricarlas); dolor de garganta; paladar reseco; dificultad para respirar y otras muchas vicisitudes que debían
enfrentar. Y qué de decir de la mezcla de medicamentos, entibiarlos, y hacerse
una nebulización una, dos, tres o todos los días de la semana. Por si fuera poco, también estaban las
restricciones alimenticias: Alexis no podía comer camarones; Poncho le tenía
pavor a los cacahuates; Tacho ni siquiera olía el pescado y El Mapache y
Oscarín sufrían con ronchas por el chocolate y los embutidos. Todos habían
estado en más de una ocasión en la sala de urgencias, tomaban más de cinco
medicamentos al día y seguían las precauciones convenientes, aunque a otros les hubieran parecido más que
exageradas. Así que, ante la extraña
afirmación de su compañero, guardaron silencio un momento.
-
Sí,
imaginen… tenemos problemas en las vías respiratorias y nuestro organismo no es
igual al de los demás…
-
Eso
es una condición médica, mi hermano… Un problemilla genético con el que hemos
nacido – afirmó Oscarín.
-
No
lo creo, ¿por qué todos los seres humanos son normales y sólo unos cuantos
tenemos estos problemas?… Escuchen bien, se nos dificulta respirar, nuestro
cuerpo reacciona ante determinados agentes… prácticamente rechazamos todo…
-
Pues
sí, pero eso es por mala suerte, genética o llámale como quieras… pero nada
más. Y de ahí a ser extraterrestres hay una gran diferencia – aclaró Alexis.
Nuevamente
silencio. Después de un largo rato.
-
Es
que podemos no ser completamente extraterrestres. Me refiero a que tenemos algo
extraterrestre en nuestro cuerpo, pero nacimos aquí en la Tierra. Somos un
experimento para saber si una raza superior, de la que formamos parte, puede
vivir en la Tierra – dijo convencido Tacho.
-
Creo
que puede tener algo de lógica. Quizá por eso no respiramos como las personas
normales – argumentó el Mapache.
-
Sí,
nuestros pulmones resisten a adaptarse a la atmosfera terrestre – aseguró
Poncho.
-
Por
eso también vienen los problemas en la piel y en la alimentación – dijo el
Mapache. Porque no nos acostumbramos a respirar este oxígeno y alimentarnos con
la comida típica de la Tierra.
-
Pero,
mi hermano, ¿cómo podría ser eso: cómo los extraterrestres nos dejaron en la Tierra? – peguntó Oscarín.
-
No
sé, para eso existe la abducción… se llevaron a nuestras madres… o les lavaron el cerebro y simplemente nos
colocaron en sus brazos siendo muy niños… quién sabe, los extraterrestres
tienen muchas mañas – aseguró Tacho.
-
Uno
nunca sabe, tantas cosas que dicen de los extraterrestres que quién sabe cómo
pasó todo– más que convencido señaló Poncho.
Los
cinco miembros del Club del Asma se observaron serios y siguieron una larga charla
sobre su apenas descubierto origen extraterrestre. Ante los constantes males, esa hipótesis los
reconfortaba un poco. Quizá al final, después de las burlas en la escuela, los
problemas en sus empleos ante las faltas laborales, la incomprensión de muchos,
imaginar que un poco de ADN extraterrestre corría por sus venas, los ayudaba a
sobrellevar el asma y las alergias.