El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

jueves, 29 de agosto de 2019

La calle de los locos

Por María Celeste Vargas Martínez
Llegué a Villas Tranquilidad hace cuatro años. El vendedor me ofreció la casa como “una exclusiva belleza en una zona residencial… ¡La mejor del municipio!”. Yo ingenuamente le creí; ahora pienso que  todo vendedor  tiene una especie de  pacto con el diablo y logran atrapar entre sus garras, de una manera tan sutil  que ni siquiera nos damos cuenta, a los incrédulos como yo.   El lugar, a simple vista, no parecía desagradable: casas amplias, seguridad las 24 horas del día, barda perimetral,  zona de negocios, una tienda  departamental a menos de cinco minutos a pie. Y yo, yo estaba cansado del tráfico de la ciudad. Aunque también contribuyó a la labor de convencimiento el canto de las aves en un árbol aledaño, negro   y azul brillante  ante las plumas de los reyes del cielo y un grupo de borregas que  atravesó la avenida principal cuando yo iba llegando al lugar.  Todo tenía un  toque provinciano  y mi mente, cansada,  imaginó que ahí la vida era tranquila.
Pero como yo estaba acostumbrado a vivir en propiedad privada, cual iluso y descerebrado,  pensé que en cualquier lugar se vivía igual. Jamás imaginé que mi pared Norte era la  Sur del vecino, mi pared Sur era la Norte del otro,  y mi Oeste era el Este del de más allá.  Al menos, mi piso no era el techo de alguien más y mi techo no era piso de otro.  Jamás pensé en detalles vitales para la correcta convivencia. Es más,  no me tomé cinco minutos, o más bien, cinco días, para pensar en la palabra “Condominio”.  Y ahora que lo pienso, nuestros lindos gobernantes deberían prohibir  estos palomares que pululan como plagas  y  por los que sacan fotos y alardean por los triunfos logrados: “Un hogar digno para los mexicanos”, rezan por ahí los spots, pero ni lugar digno ni hogar. En fin. 
Compré la casa: primer error.
La calle, una cerrada con veinticinco propiedades,  me dio paz… al menos al principio. Por algo el lugar se llamaba Villas Tranquilidad. ¡Qué nombre!  ¿Quién lo elegiría? No lo sé, pero quien lo hizo se ha de estar burlando de los idiotas como yo.
Cuando me mudé, por azares del destino (o la vida me gritaba que no debía vivir en un  lugar así), un tráiler chocó mi auto: estuve un mes sin vehículo. Un mes en que los vecinos de enfrente dejaron  su auto frente a mi casa, pues en el lugar de ellos el sol caía a plomo y su vehículo (utilizado  más de diez veces al día,  hasta para ir al  súper de la esquina) se calentaba.   Así que yo llevaba las típicas cajas de huevo, aceite, galletas y tostadas, repletas de mis cosas,  desde el lugar donde podía aparcar  hasta mi casa, porque los amables vecinos aunque me vieran sudando la gota gorda no eran para salir y mover su vehículo: mi mudanza fue todo un reto. 
Una semana después me despertó la música del vecino de  al lado: mi pared Norte y su pared Sur, vibraba cual trompo  haciendo una hazaña. Seis de la mañana y el ruido continuaba. Pensé: “Tal vez festeja algo”.  El siguiente fin de semana fue lo mismo y así ha sido hasta hoy: el tipo festeja hasta porque no trabaja y creo que cumple años cada mes.  Como sea, en su casa siempre hay fiestas, que si tengo suerte, terminan al siguiente día a las siete u ocho, pero a veces  inician el viernes y concluyen  los lunes: el borrachín tiene un aguante que da miedo.  Al principio fue sólo música, después la voz aguardentosa  de él cantando y la risa estrepitosa de  su nada atractiva esposa (jamás había visto una mujer tan inútil). Siguieron los cantos de sus amigos, sus conversaciones absurdas y en los últimos meses es común escuchar: “Así, así, muévelas… ¡muévelas!”.  No quiero imaginar a quién le gritan, porque si es a la esposa de él, caramba, lo que moverá será la grasa… ¡Mi mente tiembla al imaginar tan abominable suceso!  Cansado del ruido, decidí generar el mío.  Reza un refrán: “La mula no era arisca, a palos la hicieron”. Y así pasó conmigo: yo era un hombre tranquilo y silencioso… era.  Pero un día el borrachín vino a tocarme para exigirme bajarle a mi  estéreo… él y su esposa deseaban dormir. Siempre pensé que el hombre no tenía mucho cerebro, pero al tener el valor de venir a tocar y  exigir silencio, demostró que un zombi posee más intelecto que él.
Cuando el cerebro humano piensa que la tolerancia sólo debe darse de un lado, nos damos cuenta que la sociedad está completamente perdida. La tolerancia debía estar siempre de mí hacia  él.  Sin decir nada, simplemente seguí exigiendo mis derechos, el silencio se gana, al igual que el respeto: segundo error.
Dos meses más tarde descubrí que el vecino del final de la calle se había auto robado el  vehículo de la empresa donde trabajaba, se escondía de los aboneros y hasta se había hecho el muerto para no pagar la casa… Y estaba demandado por  una institución bancaria.  Era costumbre que él y su esposa se fueran con sus amigos a tomar, mientras dejaban a sus dos hijos pequeños encerrados en casa: llorando y con hambre. Un día vi a su hija semidesnuda y sin zapatos en la calle, llorando por su madre. La chamaca, quizá de cuatro años, parecía perro sin dueño en busca de alguien que la alimentara.  No sé qué pasó con ella. Yo ni siquiera me atreví a acercarme porque  el padre estaba tan mal de la cabeza que permitía que su hijo más pequeño se le atravesara a los vehículos. No sé si el chamaco se creía una especie de  X-Children o si su padre le encomendaba esa labor para ver si podía sacar algo de dinero a los conductores.  Como sea, no le pregunté a la niña nada ni me acerqué a ella, quizá su padre la usaba de gancho para luego acusar a la gente de algo. Imaginé que su señora madre estaba alcoholizada en la casa de algún amigo y  sería llevada hasta su casa donde la arrojarían desde la puerta cual saco de papas.
Tan fino vecino engañaba a su esposa, pero ella también tenía sus quereres con quien se dejara. La mujer, quien por cierto era capaz de hablar mal de cualquiera,  salía como toda una dama a la calle y le gustaba ver con el rabillo del ojo a muchos. Por si fuera poco,  en una ocasión llegué y la calle estaba cerrada, pues su sobrina  cumpliría quince años y venía a ensayar el vals en “la calle de su tío”. La calle tenía dueño, tanto que él cobraba un nada módica cantidad para quienes tenían más de dos autos y carecían de  espacio para estacionarse… para eso era su calle y para eso recibía su dinero al mes.  Y cuando alguien cometía la osadía de estacionarse cerca de su casa, el hombre salía presto a mojar la calle con manguera o a increpar al conductor del auto.  Durante mucho tiempo el hombre ha estado sin trabajar, no sé de qué vive, pero le gusta presumir a sus amigos de sus viajes a Las Vegas y de otros asuntillos que, imagino, cada noche su mente sueña. Y ha pasado algún tiempo encerrado en su casa, escondiéndose de aboneros  y cobradores, pero siempre camina por la calle con el rostro en alto, como tratando de alcanzar la dignidad que cada día se le va de las manos. Al no gustarme su proceder,  su nada ejemplar vida y su orgullo para el cual el cielo es pequeño, decidí no volver a hablarle. 
Tercer error: dejar de hablarle a la gente deshonesta y seleccionar mis amistades.
A unos pasos de mi casa vive una ya no tan joven mujer.  Le conocí a su primera pareja, después a la segunda, siguió la tercera y la cuarta. Después de ésta le perdí la cuenta. Era común escuchar en la madrugada cómo salían sigilosos los  hombres de una noche. Hasta hoy me sigo preguntado cómo todos ellos pueden compartir los jugos corporales que seguramente su cama tendrá.  También me pregunto si esos hombres están tan necesitados  que se fijan en alguien tan poco agraciada. Siempre me he preguntado qué le ven y  después de meditarlo  imagino que son sus destrezas en la cama, pero no quiero comprobarlas ni volverlas a pensar, porque aunque estoy soltero, y de repente se me antoja tener una novia,  no tengo mucha prisa en casarme o en quemarme con una mujer así.
Al lado de la vendedora de amores (así le digo pero en realidad nunca los ha vendido, hasta para eso es mensa) vive una familia a quienes  les puse Los Traumaditos. Para ellos no podía haber nada mejor que Villas Tranquilidad  ni nada más respetable a su casa de setenta metros cuadrados. Su jardín de dos metros era su orgullo y  todo, absolutamente todo, para ellos, se ve feo: las hojas y flores secas, de las plantas de ellos, frente a mi casa; mi carro viejo; los restos de arena cuando  puse piso en el patio;  el agua encharcada; mi música; mi apatía por ellos; los perros de los de al lado; el taxi del otro vecino; la combi de aquél. La frase del papá: “¡Es que se ve feo!”. Pero no se veían feos los costales de escombro cuando ellos construyeron el área de lavado en la azotea, tampoco ésta y sus tendederos, ni su perro ladrando como loco todo el día, ni su hijo al interior de su casa mientras hablaba, a través de la ventana cual caballero respetuoso y considerado, con esa joven que llevaba en brazos a un bebé que no paraba de llorar por estar en el frío o en el sol durante un largo rato.  En una ocasión el recto  padre me pidió que barriera mi calle porque se veía fea. Yo le respondí: “Barrí ayer, pero las  hojas secas de sus plantas lo ensucian todo, las envolturas de los  dulces de sus nietas y las colillas de cigarros sus amigos los borrachines también ensucian la calle”. Muy  molesto se dio la media vuelta y se fue. Después me enteré que no paraba de decirles a todos que yo me había negado a barrer la calle. Al día siguiente del hecho, el salió con su manguera y  tardó media hora en quitar las hojas secas de sus plantas, a chorro tendido,  y las dejó ahí a media calle… por la tarde ya estaban en mi puerta.  Aunque también gusta de lavar su auto con manguera y cortar sus plantas y dejarlas amontonadas a la orilla de su jardín… el viento hará lo demás.
Cuarto error: decir que no barrería la basura de los demás ni estaba dispuesto a seguirle el juego a nadie.
A mi lado vive una familia no tan prolífera, pero por el escándalo que arman todos los días más bien parece una  gran manada de elefantes. Antes de que vivieran aquí, el padre, hombre que  cada domingo lleva a sus hijas a “pasear” al mercado, traía a sus múltiples amores. Así que era común despertarme con los jadeos exagerados de él. Y aunque me cubría los oídos con la almohada los alaridos eran insoportables… ¡Todo un don Juan el hombre!... A veces se quedaba a dormir en el lugar, pero muy temprano se bañaba con agua fría para  regresar a casa… ¡Imagino! Aunque claro, antes de irse dejaba las latas de cerveza sobre la banqueta… esperando que alguien más la barriera. Una o dos veces a la semana venía a su casa a tener sus escandalosos encuentros y cada quince días traía a una mujer y sus cuatro hijas (a estas alturas ya no sé si es su esposa u otra movida más) para que jugaran entre los olores y residuos que su padre, nada discreto, dejaba en la casa.  Por cierto, hace poco lo vi en otro municipio acompañado de una niña muy parecida a las que viven a mi lado; sacando cuentas, ella podría ser el fruto de  esos encuentros apasionados.
Su esposa, o lo que sea la mujer con la que vive cinco horas al día, es capaz de prevenir a sus hijas de los peligros que pueden representar adolescentes en crecimiento, pero  le gusta traerlas en la calle hasta altas horas de la noche y no preocuparse  por ellas. En una ocasión les conté ocho horas en la calle. Tiempo en el cual no entraron a casa a comer y sus amorosos padres ni siquiera les hablaron. Y el colmo fue un día lluvioso cuando las vi, cubriéndose con un paraguas rojo, sentadas en la banqueta.  La mujer es amante de las telenovelas y la televisión y como siempre las escucha a un volumen  considerable me entero de que  Lorenzo Miguel le pone el cuerno Úrsula Priscila, y don Guillermo de la Colina y Rosales tiene cuatro hijos ilegítimos. ¡Qué dramones! No sé para qué ve las novelas, si con los dramas de ella  es más que suficiente.  En el día no hace mucho, pero en la noche hace todo. Pueden ser las dos de la mañana y ella y sus hijas siguen en su ajetreo: lavan trastes, azotan puertas, corren como locas por toda la casa con sus zapatos de tacón, se bañan, cantan, gritan, pelean, escuchan la televisión a todo volumen… y todo lo que cualquier persona cuerda es capaz de hacer a las dos de la madrugada.
La mujer es tan ágil que siempre tiene un tremendo lío en el área de lavado, tanto que los enjambres de moscas deambulan en mi casa como si fueran de la familia. Es más, cuando el camión del gas viene a surtir su producto  le pienso mucho para subirme a la azotea, porque cuando no es  el  caldo de pollo  moviéndose cual playa mexicana, contaminada y sucia, libre en una olla poco pulcra, es lo que a la distancia parece leche, burbujeando  cual experimento de ciencias en cualquier escuela gringa.Y la pobre mujer tiene un deseo de pertenencia y reconocimiento que debe andar por ahí presumiendo su título barato en una universidad de tercera... ¿o será de cuarta? Como sea siempre pone el ejemplo a sus hijas para ser mujeres burladas por el marido, no tener disciplina ni respeto por sí mismas... y no esforzarse por ser mejor cada día. ¿Y luego se quejan que la sociedad mexicana está en decadencia?
Al don Juan de barrio y a la orgullosa mujer, por ser una de tantas del adonis que tiene a su lado,  les gusta hacer fiestas con sus amigos conductores del transporte público: se emborrachan, cantan a todo pulmón y tienen conversaciones muy prolíficas, ya saben, siempre se debe debatir por el alza de los productos de la canasta básica y por la inestabilidad del país, mientras sus pequeñas hijas  están en casa y observan las lindas escenas.   Imagino que ambos les enseñan a las pequeñas  cómo ser mujeres respetables, para que cuando sean adultas establezcan relaciones tan sólidas y enriquecedoras como las de sus padres.
Por si fuera poco, el don Juan de barrio  trató de pararme el otro día en seco al  presumir  su  carrera, no sólo es conductor de transporte público,  sino  es periodista de nota roja. “¡Tómala!” cuando me lo dijo por poco y me voy para atrás. “¡Periodista!”. Es un honor tener a un periodista de nota roja a mi lado, espero nunca necesitarlo, pero es bueno saber que alguien así vive cerca. Aunque ahora que lo pienso yo creo que lo dijo para humillarme porque yo no soy nadie, trabajo de sol a sol, soy ratón de oficina, aunque a veces me da por escribir cosas tan absurdas como las que ahora leen, me costó uno y la mitad del otro obtener mi título y  ahora estoy estudiando otra carrera, pero eso no es nada comparado a mi vecino… al final de estos simples devenires sabrán por qué.
A unas casas vive un matrimonio con dos adolescentes. A la madre le da por tratar como bebés a sus hijos y, desde mi anticuado punto de vista,   no establece un límite entre el amor de madre  y el carnal… ¡Si yo les contara todo lo que he escuchado!  Por si fuera poco, su perro ladra día y noche y en una ocasión le pedía callarlo. Como respuesta  obtuve una carcajada y una frase: “¡Estoy en mi casa!”. 
Quinto error: no entender que la gente en su casa hace lo que se le venga en gana y los demás tenemos que aguantarnos.
Aunque  ahora que uno de los “nenes” se puso a gritar: “El coño de la madre, el coño de la madre”… “Soy un estúpido retrasado”… “Me vale v… todo…”. Como que a la  mamá se le borró un poco la constante sonrisa de burla y ya lleva tres semanas que no hace ni dice ni pío, pero sigue incitando a sus bebitos entrados en la adultez para que no se esfuercen en nada.
Y un día alguien tocó a mi puerta para pedir mis datos porque pensaban armar un WhatsApp de la calle, la modernidad llega a todas partes,  para que todos, como buenos y lindos vecinos estuviéramos conectados.  Yo le hice saber que no me interesaba y después de un choro mareador  sobre los motivos por los cuales debía darle mis datos, me dejó una copia con los nombres y teléfonos de todos por si cambiaba de opinión. Pero qué creen como no formé parte de Whats  ahora soy el mamón de la calle. Y resulta que un día  que el borrachín no me dejaba dormir tomé la hoja con los nombres de todos y como soy tan curioso me puse a buscar si en verdad todos y cada uno de mis vecinos eran lo que decían: la calle está plagada de Abogados, Ingenieros, Arquitectos, Periodistas  y cuanto profesionista se puedan imaginar. Es más, si el  5 % de los mexicanos tiene una licenciatura, pues está aquí en Villas Tranquilidad. Y al final de mi ardua investigación, motivada por el escándalo de los borrachines, inseparables de Los Traumaditos,  pues oiga usted resulta que  la abogada no es tal, el Ingeniero tampoco y el periodista de nota roja mucho menos… ¡Bendito Internet! … ¡Nadie tiene cédula profesional!
 En fin, entre los que piensan que todo se ve feo, los que se auto roban  y transan a quien se deja, los borrachines flojos y escandalosos, las mujeres amantes en potencia, las mujeres que sólo están en su casa viendo a quién molestan, los que se esconden para no pagar el agua de garrafón,  los don juanes dadores de amor a cualquiera, los que no deseaban postes (porque se veían feos y eran un  peligro para los niños,  por eso las calles de México están libres de postes, no vaya a ser que todos se electrocuten) y toda la demás gente muy cuerda,  he comprendido que esta calle está llena de locos. No sé si los vendedores se pusieron de acuerdo para instalar aquí a tan finísimas personas o se llenó algún formulario  sobre la personalidad de cada comprador… A mí que me revisen, yo no llené ninguno… el hecho está en que creo que a todos los seleccionaron por calle…  Y cada día me entero de cosas absurdas: los niños tienen prohibido salir a jugar a la calle porque hacen ruido;  los perros no pueden andar en la calle, sólo el de los borrachines y el de Los Traumaditos, esos sí marcan su territorio que da miedo y ladran como para despertar a los muertos; no pueden entran camiones grandes porque estropean las calles;  nadie puede dejar el auto en un lugar que no le corresponda, sólo los borrachines  y  otros vecinos que tienen cinco coches, uno de ellos tiene algunos años sin ser movido; está prohibido hacer ruido, ese derecho es exclusivo de los perros de todos, de los borrachines y de la manada de elefantes de la que soy vecino.  En verdad, cada día pienso que de alguna manera el destino  se puso de acuerdo para juntar en esta calle a tanta gente bonita… y por más que lo pienso, creo que todos confabulan contra mí. Pero a decir verdad, y después de meditar durante cuatro años, no estoy tan mal porque ayer me enteré que en el fraccionamiento de al lado algunos vecinos demandarán a la constructora  pues ésta tuvo la osadía de nombrar a la  calle donde viven Mozambique: “¿Por qué los demás viven en París, Viena, Londres y a nosotros nos tocó una pinche calle de negros?”,  así lo escuché en el  súper (ahí uno se entera de cada cosa mientras espera a que la cajera despistada reconozca el cilantro del perejil o  diferencie la tuna del xoconostle).  Aunque también oí que a un hombre le expropiaron su terreno para hacer ahí la calle principal  y como requisito el samaritano exigió que ésta se llamara como él: Marciano y pues ahora la calle principal de una colonia aledaña lleva el nombre de Avenida San Marciano.
No sé si será todo el rumbo, pero en definitiva algo no anda bien con la gente de por acá y yo, si sigo aquí, me contagiaré de todos ellos y  la poca cordura y lucidez que me queda  pasarán a la historia