El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Carta de una cucaracha padre a su hijo cucaracha

Por María Celeste Vargas Martínez



Amado hijo:

Te escribo esta carta porque hoy he estado en las garras de la muerte. El enemigo estuvo acechando mis pasos y cuando creyó que ya me tenía se abalanzó sobre mí y me tiró un golpe. Pero al ver que su puntería era pésima, apresurado huí y él, rabiando  se quedó.  Después apagó la luz, pero ya conozco el truco y cuando la encendió, rápido desaparecí. Por último, ya bastante molesto, trajo una botella y roció mi escondite creyendo que eso podía acabar conmigo. ¡Grande fue su sorpresa al verme salir huyendo y pasar entre sus piernas!
            Los humanos intentan todo, querido hijo, para acabar con nosotras. Sienten que somos intrusas, pues el mundo a ellos pertenece. ¡Cuán equivocados están! Han intentado todo para destruirnos, pero no son rivales ni dignos enemigos. Tratan de ahogarnos,  mas sabemos nadar. Inventan una y mil fórmulas y a ellas hemos sobrevivido. Lo único que podría terminarnos serían sus zapatos: afortunadamente tienen mal tino. Ja, ja, ja… creen ser tan fuertes, pero hasta hoy no se han dado cuenta de su debilidad. O quizá ya lo han hecho y por ello atacan sin más a aquél o aquellos que lo podrían acabar. Ahora que lo pienso es tanto su temor y tan grande su ingenuidad. Destruye a la naturaleza, sin darse cuenta que cuando ésta se haya ido, ni su dinero ni su tecnología podrán regresarla. Y al hombre, al mismo hombre trata de aplastar. Su supuesta inteligencia ha creado tantas armas, no sólo para acabar con nosotras, sino con aquellos iguales a él. Pero no te preocupes, hijo mío, porque ni una bomba atómica con nosotras puede terminar, pero ellos, con su seguridad y supremacía, inmediatamente desaparecerían. Entonces, nosotras saldríamos de nuestros escondites y contentas  nos pondríamos a festejar. ¡Vaya enemigo tan bobo! Ponerse con nosotras cuando nuestros pies pisan la tierra desde millones de años atrás, cuando ellos aún no se paraban en dos patas. Por eso, no desfallezcas, hijo mío, en esta devastadora guerra,  pues aunque yo, tú o cualquiera de nosotras muera, al final la batalla será sólo nuestra.

Carta de un árbol


Por María Celeste Vargas Martínez
 
No siento mi cuerpo, ni mis raíces, ni mis ramas, ni el cosquilleo de las ardillas que siempre corren. No siento a las orugas devorando mis hojas ni al pájaro carpintero hurgando en mi tronco, ni a la mariposa saliendo de su capullo. Tampoco siento el agua de lluvia llenándome de vida, ni puedo escuchar al riachuelo corriendo apresurado a mi lado, ni oler el aroma de la tierra mojada mientras penetra en mí. No veo las nubes  ni el azul del cielo y el sol y el viento han desaparecido.
            Desde hace unos días todo es oscuridad, pero en este cielo no hay estrellas ni Luna ni grillos, ni esos sonidos típicos de las noches en el campo. Estoy recostado sobre otros árboles. Ellos también se lamentan de vez en vez, pero ninguno entendemos lo que ha pasado. Todos estamos desnudos… nos han quitado nuestras ramas y la savia de nuestras heridas escurre y se solidifica. Llevo varios días aquí. Todo se mueve y de repente hay fuertes  saltos donde todos temblamos. Se escuchan sonidos, pero ninguno cercano… todos ajenos.
            El movimiento ha cesado. De pronto la luz se hace… es tan intensa que a cualquiera podría cegar. Se escuchan ruidos. Alguien habla: “Esta semana he cortado muchos árboles, los haré vigas para don Julián”. Todos temblamos  porque sabemos que hasta aquí hemos llegado.