Cuando nació
se sintió
sola,
parida sola en una cama
fría,
con una madre que no
resistió,
lloró, lloró y nadie acudió,
sus ojos se secaron y la
garganta se cerró,
la encontró la vecina cuando
el Sol salió.
Batida de sangre,
con el cordón atado al
cuerpo muerto de su madre.
Un cuchillo la separó,
el llanto volvió
y la cálida leche de biberón
usado
la alimentó.
“No sabía que estaba
preñada”,
dijo una mujer y otra respondió:
“Hubiera muerto con ella…
¿qué le vamos a hacer?”.
Pensaron tirarla,
dejarla cerca de la
carretera
donde alguien se compadeciera,
mas la noche fue lluviosa
y el remordimiento no las
dejaba.
La cuidaron un par de días
la alimentaron con leche de vaca
que una de ellas conseguía
por tumbarse en la cama
y dejar que el hombre
maloliente con su cuerpo jugara.
Pasaron los días
y se unió a los críos de las
mariposas
que en las noches se
desnudaban.
Y el cuerpo de su madre
se deshizo en una zanja.
Creció con ellos, mas la
soledad anidó en su alma,
nunca fue a la escuela
vistió remendados y calzó lo
que otros le daban,
en el día hacía aseo,
planchaba y lavaba,
por la noche se ocultaba
bajo la cama
temerosa de que algún hombre
le hiciera lo que a la Juana.
Creció:
el cabello oscuro, ojos
negros y piernas delgadas,
labios carnosos, rostro
bello, sonrisa de niña
y la soledad tras ella
refugiada.
Fue llevada a una esquina,
aún los quince no la
alcanzaban,
falda corta, sueños rotos
y en los ojos el miedo se reflejaba.
Un auto se detiene, el vidrio
baja,
un hombre sonríe, ella se
aleja
y una mujer la empuja… el
auto se la traga.
Un hotel cercano, una
habitación fría,
el hombre se desnuda y a
ella la arroja en la cama.
La oprime, la voltea, la
sienta
le dice todo lo que le haga,
ella tiembla
se siente sola… sola y ya
sin alma.
La noche acaba
y han sido cuatro los que
han pasado por esa cama.
En el día hace aseo, y
trabaja con desgana,
En la noche se viste para ser una dama,
ya no tiembla
ya no teme a los hombres que
le pagan,
cumple sus deseos y escucha
sus sucias palabras,
se viste y vuelve a su
esquina a fumar los años que le faltan,
ya no llora
tampoco ríe,
y con las mujeres de otras cosas habla,
aprende posiciones, la
adoctrinan en temas del alma,
mas ella dice: “El alma no existe,
es algo que los ricos pueden
comprar cada mañana”,
y en la noche antes de verla
a ella
la protegen muy bien en su
casa,
la arropan, la perfuman y a
su mujer encargan,
mujer que cuida a los niños
y no debe retozar, como
ellos quieren, en una cama.
La soledad la acompaña cada noche
y en el hotel junto a la
ventana aguarda,
la ve fingir e imaginar una vida falsa,
un hombre pasa, otro más,
y un joven, obligado por su
padre, a amar a mujer barata,
él dice que podría amarla
ella no cree en nada,
cada semana regresa y unos
fierros más le paga,
pasa el tiempo
y él pegado a su cama,
promete un futuro
una vida lejos
y una casa,
pero un día cualquiera
ella lo ve abrazando a mujer
delgada:
ropa fina
manos delicadas,
anillos en los dedos y
sonrisa en la cara,
la soledad la abraza y en una caja le entrega
su alma,
se ve de niña en la cama
el llanto, el hambre riendo a carcajadas,
se encamina a su estancia,
en una viga hace dos amarras:
en una ella
y en otra
su alma.