El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

martes, 10 de marzo de 2020

Clara y el mundo



Los niños siempre son fuente de inspiración. Su mente, enorme y viva, crea los seres imaginarios más sorprendentes e historias ilógicas, sin pies ni cabeza.   He escrito varios relatos inspirados en niños, algunos en mis sobrinos; he creado personajes serios y comprometidos, otros inquietos y sinceros. Uno de ellos es la pequeña Clara. Una niña, regordeta, de cabello alocado, piel blanca, gritona y muy juguetona. Casi siempre viste de pantalón… no le gustan los vestidos, ni los suéteres y mucho menos los collares porque la ahorcan. Tiene la energía suficiente para amansar a las fieras, recorrer el mundo, ayudar a quien lo necesita y regresar para hacer la tarea.
         Esto es un poco de Clara.

Ven, páshale duende

En una ocasión mientras preparaba  los alimentos, Clara abrió la puerta de la cocina y me dijo: “Hola”.  No esperó mi respuesta, pues inmediatamente añadió: “Ven, páshale duende”.   Abrió   la puerta de par en par mientras me sonreía con un tono de sarcasmo y complicidad.  Llegó hasta el refrigerador, tapizado de estampas de animales y dibujos animados, y comenzó a explicarle a su supuesto amigo “El duende” cada una de ellas.
-         Eshta esh de un pelito – dijo es ese lenguaje incompleto de los primeros años.
Yo la observaba atónita mientras los frijoles se quemaban en la estufa.
-         Aquí eshta gatito y la nena monita.
De vez en vez  volteaba a verme y me sonreía. Cuando estaba a punto de decirle algo se encaminó a la puerta, la abrió, volteó a verme y me dijo: “El duende y yo nos mamohs”. Y así, tan inesperadamente como entró desapareció rumbo a la sala conversando y riendo feliz.



¿Jugamoshs?

Un día, Clara entró apresurada a la sala: siempre corría de un lado a otro, saltaba como Tigger y hablaba sin parar. Yo veía la televisión y sólo volteé cuando ella preguntó: “¿Jugamoshs?”. Entonces le dije que sí, pero ella me dijo: “No, tú no… la nena que eshstá debajo de la meshsa”. Inmediatamente se puso de rodillas, se metió bajo la mesa y comenzó una larga charla. De vez en cuando volteaba a verme y se reía. Ahí paso un largo rato hasta que se puso de pie, dio la mano a su amiga, salió al pasillo por donde se encaminó al baño y continuó jugando.


Eshpeero she callen porque no me dejan eshcuchar lo que pienso

Mientras la hermana de Clara y su tío jugaban alegras antes de merendar, ella los observaba un poco molesta.  Se quedó quieta viendo cómo ponían la mesa: los platos, los vasos, los cubiertos y las servilletas. Aunque sin dejar de reir y contar chistes inventados en el momento. Clara guardaba silencio: algo extraño en  ella. Después de un rato, molesta, tomó su pequeña taza color salmón y con ella golpeó la mesa: “Eshpero she callen porque no me dejan escuchar lo que pienso”.
         Atónitos todos la observamos y sólo en ese momento se hizo el silencio. Clara sonrió complacida, levantó la vista y agregó: “Ahora shí puedo escuchar mis penshamientos”.

Luz




Ella abrió sus ojos y vio, por primera vez, la luz de la ciudad.

Sólo es una nube





Alzó la vista y contempló el cielo: “Sólo es una nube”, se dijo. Las había visto muchas veces cubrir la  ciudad, dejar caer su carga y desaparecer tan rápido como habían llegado. Se miró  en el cristal que cubría ese anuncio en la parada del autobús:  sus ojos enrojecidos, el cabello revuelto, el vestido sucio y los pies descalzos. Tragó el dolor  y la soledad que se habían acumulado en los últimos días en su  garganta y los sintió bajar hasta su vientre.
Respiró y siguió caminando.