Por María Celeste Vargas Martínez
Hoy, al escuchar la melodiosa
voz que caracteriza a los cantantes de música grupera (¿Por qué todos cantan con la voz apretada y
pujando?) y que llega hasta mí otorgada por mi consciente vecino, he estado pensando en un par de cosas:
Uno
Nunca he entendido el concepto
de tolerancia. Erróneamente siempre lo ligué con el respeto, pero día a día me doy cuenta de mi desacierto, pues es común que cierto tipo de personas
digan: “Se tolerante”. Aunque, generalmente, lo utilizan para no emplear las
frases: “Respeta mi derecho de escuchar la música a todo volumen y hacer vibrar
mis vidrios y los tuyos”; “Respeta mi
derecho de escuchar la música que me gusta al volumen que me gusta, cuando yo quiera y si tú la escuchas en tu casa,
pues te aguantas“; “Respeta mi derecho a
tener fiestas hasta las seis de la mañana y no dejarte dormir”; “Respeta mi
derecho de hacer mi quiacer con mi
música fuerte, aunque tú estés enfermo y desees descansar”; y el nunca faltante,
“Yo tengo derecho a hacer lo que se me plazca porque no trabajo y mi papi me
mantiene a mí a mi esposa y a la mamá de mi esposa”. De ahí, que
siga sin saber qué demonios significa la palabra tolerancia. Y si quisiera dar un significado de acuerdo a
las frases antes señaladas, pues
intolerante podría ser aquél que exige sus derechos ante los caprichos e
inconsciencia de los demás. Eso es lo que me dice la experiencia.
Así
que a las personas tranquilas, que escuchan
música para ellos mismos, que ven y oyen
la televisión a un volumen adecuado, que
procuran hacer el menor ruido posible cuando
el hijo del vecino trabaja de noche y duerme de día y que son conscientes del hecho de vivir en comunidad,
en casas unidas como granos de elotes donde TODO se escucha, y de pensar en los
demás… son intolerantes (me incluyo en ellas). Somos intolerantes
porque nos molesta la estridente música guapachosa del vecino, porque se
escucha en nuestra casa más su televisión que la nuestra, porque aun estando
plácidamente en nuestra oficina, sala, comedor, recámara o donde sea que estemos, nos obligan a enterarnos de: “… las pastillas están arriba
del refri”, “… baja a comer o a tomarte un cafecito”, “… ¡Te traes los bolillos!”,
“… ¡Ya se salió la perra y ni creas que la voy a buscar!” , y desde luego no
podría faltar: “… ¿Ya se va al rosario?
¿Puedo apagar su estéreo porque quiero ver la Rosa de Guadalupe y no se escucha mi tele?”. Sólo por
mencionar algunos pequeños hechos de las
vidas de los demás (podría hacer toda
una telenovela con las cosas de las cuales uno se entera).
Sí,
uno siempre es intolerante por eso y otras muchas cosas más (aunque suene a
viejo anuncio de televisión). Pero siempre me he preguntado, ¿por qué la
tolerancia no se da en ambas direcciones? Por qué los ruidosos, fiesteros, cochinos, chismosos, flojos, irrespetuosos y
con pocos deseos de progresar, no hablan de la tolerancia que ellos deberían
mostrar hacia los demás.
Dos
Es verdad, hay personas que
tienen determinadas partes de su cerebro más desarrolladas que otras… las
investigaciones hablan de ello. Sin embargo, a los científicos se les ha
olvidado hablar de una parte del cerebro que muchos mexicanos tienen muy desarrollada (aunque no he entendido
si está en el lóbulo derecho o en el izquierdo, pero seguramente en un par de días lo descubriré),
una parte (muy grande en algunos) la
cual he denominado: chinguitis de vivitos
pendejituss o para que se entienda
mejor: “Lo mío, lo mío es… chingar”. Pero ahora que lo pienso también podría ser la
mutación de un gen o de un virus superdesarrollado llegado desde el espacio (uno nunca sabe, con
tantas naves extraterrestres visitando a los pobres e insulsos humanos todo
puede pasar).
Sí, todos los
mexicanos nacemos con eso (lóbulo, virus o gen), pero en algunos se desarrolla
más que en otros: cuando un chamaco
llora por nada y todo el día los
padres escuchan su llanto, no se preocupen (o sí, según sea el caso),
simplemente está desarrollando el arte de chingar, el cual perfeccionará con el
paso de los años; cuando ese mismo chamaco no se cansa de decir: “Me lo
compras, me lo compras, me lo compras, me lo compras, me lo compras”, así por
más de dos horas o hace tremendo berrinche en la tiendita… está desarrollando algo
que cuando sea adolescente seguramente tendrá más grande que cualquiera de los
dos hemisferios. Y por desgracia para
los demás, eso le impedirá razonar (y
aquí una interrogante: ¿el hombre es lo
que su medio le permite ser?).
Y es precisamente
esa parte del cerebro (chinguitis de
vivitos pendejituss) o ese gen o ese virus, donde se desarrolla el llamado chinguitis vale madritis (en lenguaje
coloquial de los mexicanos: “Estoy en mi
casa y me valen madre los demás”).
Pero, ¿cómo se
distingue a esa clase de mexicanos modelos? Es muy fácil y sin necesidad de una
lobotomía o una química sanguínea (aunque sólo hablaremos de ellos en el ámbito
de la vida en comunidad, porque hay otros espacios donde los chinguitis
vale madritis brillan como diamantes):
- Cuando alguien te dice: “Estoy en mi casa y en mi casa hago lo que quiero y si no te gusta el ruido enciérrate”… Ese el nivel máximo alcanzado por cualquier espécimen. Es el Santo Grial de los chinguitis vale madritis. Es a lo que aspira cualquiera que desee meterle una zancadilla a la evolución. Y ni modo, ahí ya no podemos pedir más pues el cerebro no da para tanto… y no es conveniente forzarlo porque puede explotar y después podríamos tener un zombie con chinguitis vale madritis y eso es todavía más peligroso.
- Cuando alguien dice: “Mis hijos están en su casa…”, seguida de la frase anterior. Con ello sabemos que ese padre o madre posee el gen mutante, el virus o el lóbulo, que hará de sus hijos unos expertos en chingar a los demás. Porque mientras Papi y Mami respalden a sus ángelitos los chinguitis vale madritis seguirán existiendo.
- “No puedo ver la tele, cuidar al perro, darle de comer y si llueve meterlo… ¿qué te pasa?... Si te va a pedir a ti comida, no es mi problema”. Con esto, sinceramente, no sabremos si darnos de topes o arrojarnos a las vías del metro.
- “Soy chavo chelero y por lo tanto, tengo mis santas fiestas los fines de semana o entre semana, depende de qué día descanse” y tú, incrédulo dices: “Pero yo sí trabajo mañana y me tengo que levantar temprano”. Respuesta del ser superdotado: “¿Y?”.
- “Mis hijos no tienen fiestas hasta las seis de la madrugada… ¿Cuáles fiestas, cuáles fiestas?”. Y después de eso escuchas: “Para que se les quite, la próxima fiesta la terminas a las ocho”… se multiplican como búlgaros.
- “No, mi hijo no toma y es re’trabajadorcito… ¡Se toma una cerveza al año!”, dice el padre ingenuo (sinónimo de pen… ) a cualquier desconocido, mientras su hijo trabajadorcito va a trabajar cuando le place y en tres meses… tres fiestas en las cuales termina dormido (desparramado como un animal) en un sillón.
Aunque otros indicios
para reconocer a este tipo de mexicanos
son:
- Escucha la música a todo volumen (porque está en su casa, claro está).
- Escucha la televisión a todo volumen (porque está en su casa, claro está).
- Hace aseo, lava el patio, lava el carro, lava la ropa, plancha, barre la calle o cualquier cosa que conlleve un poco de acción con la música a todo volumen (¿Saben por qué? ¡Porque está en su casa!). Por cierto, este punto está ligado con el tema que hablamos en el primer apartado: todos tienen derecho a hacer el escándalo que les plazca porque están en su casa.
- Arregla su puerta, labor que le lleva una hora, y después se sienta a tragar chicharrones y beber cerveza con el estéreo a todo volumen hasta completar doce horas (Está en su casa, ¿qué no?)
- Trabaja todo el día en la calle soldando, pintando carros, haciendo talachas, lo que implica que corte metal, golpee el mismo, use solventes… etc. (¿Saben de quién hablo? ¡Sí, de ese!)
- Abre la puerta y su perro se sale a la calle (por arte de magia o el animal ha aprendido a hacer contorsiones para que su amo no lo vea salir). Luego el animalito levanta la pata y se orina en tu puerta o se pone en pose y te deja un regalito.
- Lava el carro frente a tu puerta y vacía el cenicero en la calle.
- Tiene más de cinco perros
en su casa que han aprendido a ladrar todo el día, toda la noche, y hasta y hasta parece que en varios idiomas.
Como verán la lista es larga y seguramente con algunos de estos puntos ya tienen identificados a más de uno en su vecindario. Pero no los vean como bichos raros… No. Ante sus ojos (los de ellos desde luego, no vayan a pesar que los suyos) son las personas buenas y correctas que van a misa los domingos (y a rezar a cualquier virgen todas las tardes por si su Dios descansa los fines de semana); que educan muy bien a sus hijos para que estén chin… todo el día a los demás (porque eso de ver la tele y escuchar música a todo volumen no lo aprendieron por arte de magia… es hereditario); que les enseñan a su hijos a trabajar lo justo y necesario para vivir (aunque nunca tengan dinero y siempre pidan prestado); y que trabajan y descansan cuando se les da la gana, más lo segundo que lo primero. No, no los vean mal. No les hagan caras. No son bichos raros, todos ellos son los buenos y los demás que no tenemos el virus, gen o lóbulo más desarrollado… somos los malos, intolerantes y que siempre estamos jodiendo.
Al final piensen que los chinguitis vale madritis (que con los años desarrollan un arte de joder con el cual se podría hacer una enciclopedia) lo van a tener toda la vida y esa parte más desarrollada del cerebro, ese virus, ese gen, causa una severa ceguera. Aunque ellos jamás se den cuenta porque como reza el refrán: “No hay más ciego que el que no quiere ver”.* * *Nota: Hace ya algunos años hice un cuento sobre los ácaros llamado “Lo consultaré con la almohada” y otro titulado “Las paredes oyen” (aquí los pongo para que los chequen) y no sé por qué al hablar de los chinguitis vale madritis he pensado en los ácaros. Quizá porque ambos son una plaga o porque ambos viven a costa de los demás… y lo de las paredes… no sé, sólo se me ocurrió.