El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

miércoles, 20 de agosto de 2014

El arte de joder o la tolerancia es lo que a mí me convenga





Por María Celeste Vargas Martínez



Hoy, al escuchar la melodiosa voz que caracteriza a los cantantes de música grupera  (¿Por qué todos cantan con la voz apretada y pujando?) y que llega hasta mí otorgada por mi consciente vecino,  he estado pensando en un par de cosas:



Uno


Nunca he entendido el concepto de tolerancia. Erróneamente siempre lo ligué con  el respeto, pero  día a día me doy cuenta de mi desacierto,  pues es común que cierto tipo de personas digan: “Se tolerante”. Aunque, generalmente, lo utilizan para no emplear las frases: “Respeta mi derecho de escuchar la música a todo volumen y hacer vibrar mis vidrios y los tuyos”;  “Respeta mi derecho de escuchar la música que me gusta al volumen que me gusta, cuando  yo quiera y si tú la escuchas en tu casa, pues te aguantas“;  “Respeta mi derecho a tener fiestas hasta las seis de la mañana y no dejarte dormir”; “Respeta mi derecho de hacer mi quiacer  con  mi música fuerte, aunque tú estés enfermo y desees descansar”; y el nunca faltante, “Yo tengo derecho a hacer lo que se me plazca porque no trabajo y mi papi me mantiene a mí a mi esposa y a la mamá de mi esposa”.  De ahí, que  siga sin saber qué demonios significa la palabra tolerancia.  Y si quisiera dar un significado de acuerdo a las frases antes señaladas, pues  intolerante podría ser aquél que exige sus derechos ante los caprichos e inconsciencia de los demás. Eso es lo que me dice la experiencia.

                Así que a las personas tranquilas, que  escuchan música para  ellos mismos, que ven y oyen  la televisión a un volumen adecuado, que procuran hacer el menor ruido posible cuando  el hijo del vecino trabaja de noche y duerme de día y que son  conscientes del hecho de vivir en comunidad, en casas unidas como granos de elotes donde TODO se escucha, y de pensar en los demás…  son intolerantes  (me incluyo en ellas). Somos intolerantes porque nos molesta la estridente música guapachosa del vecino, porque se escucha en nuestra casa más su televisión que la nuestra, porque aun estando plácidamente en nuestra oficina, sala, comedor, recámara o donde sea  que estemos, nos obligan a  enterarnos de: “… las pastillas están arriba del refri”, “… baja a comer o a tomarte un cafecito”, “… ¡Te traes los bolillos!”, “… ¡Ya se salió la perra y ni creas que la voy a buscar!” , y desde luego no podría faltar: “…  ¿Ya se va al rosario? ¿Puedo apagar su estéreo porque quiero ver la Rosa de Guadalupe y no se escucha mi tele?”. Sólo por mencionar  algunos pequeños hechos de las vidas  de los demás (podría hacer toda una telenovela con las cosas de las cuales uno se entera).

                Sí, uno siempre es intolerante por eso y otras muchas cosas más (aunque suene a viejo anuncio de televisión). Pero siempre me he preguntado, ¿por qué la tolerancia no se da en ambas direcciones? Por qué los ruidosos, fiesteros,  cochinos, chismosos, flojos, irrespetuosos y con pocos deseos de progresar, no hablan de la tolerancia que ellos deberían mostrar hacia los demás.  



Dos



Es verdad, hay personas que tienen determinadas partes de su cerebro más desarrolladas que otras… las investigaciones hablan de ello. Sin embargo, a los científicos se les ha olvidado hablar de una parte del cerebro que muchos mexicanos  tienen muy desarrollada (aunque no he entendido si está en el lóbulo derecho o en el izquierdo, pero  seguramente en un par de días lo descubriré), una parte   (muy grande en algunos) la cual he denominado: chinguitis de vivitos pendejituss  o para que se entienda mejor: “Lo mío, lo mío es… chingar”.  Pero ahora que lo pienso también podría ser la mutación de un gen o de un virus superdesarrollado  llegado desde el espacio (uno nunca sabe, con tantas naves extraterrestres visitando a los pobres e insulsos humanos todo puede pasar).

Sí, todos los mexicanos nacemos con eso (lóbulo, virus o gen), pero en algunos se desarrolla más que en otros: cuando un chamaco  llora por nada y todo el  día los padres escuchan su llanto, no se preocupen (o sí, según sea el caso), simplemente está desarrollando el arte de chingar, el cual perfeccionará con el paso de los años; cuando ese mismo chamaco no se cansa de decir: “Me lo compras, me lo compras, me lo compras, me lo compras, me lo compras”, así por más de dos horas o hace tremendo berrinche en la tiendita… está desarrollando algo que cuando sea adolescente seguramente tendrá más grande que cualquiera de los dos hemisferios.  Y por desgracia para los demás, eso  le impedirá razonar (y aquí  una interrogante: ¿el hombre es lo que su medio le permite ser?).

Y es precisamente esa parte del cerebro (chinguitis de vivitos pendejituss) o ese gen o ese virus,  donde se desarrolla el llamado chinguitis vale madritis  (en lenguaje coloquial de los mexicanos: “Estoy en mi casa y me valen madre los demás”).

Pero, ¿cómo se distingue a esa clase de mexicanos modelos? Es muy fácil y sin necesidad de una lobotomía o una química sanguínea (aunque sólo hablaremos de ellos en el  ámbito  de la vida en comunidad, porque hay otros espacios donde  los chinguitis vale madritis brillan como diamantes):

  

  1. Cuando alguien te dice: “Estoy en mi casa y en mi casa hago lo que quiero y si no te gusta el ruido enciérrate”…  Ese el nivel máximo alcanzado por cualquier espécimen.  Es el Santo Grial  de los chinguitis vale madritis. Es a lo que aspira cualquiera que desee meterle una zancadilla a la evolución. Y ni modo, ahí  ya no podemos pedir más pues el cerebro no da para tanto… y no es conveniente forzarlo porque puede explotar y después podríamos tener un zombie con  chinguitis vale madritis  y eso es todavía más peligroso.
  2. Cuando alguien dice: “Mis hijos están en su casa…”, seguida de la frase anterior. Con ello sabemos que ese padre o madre posee el  gen mutante, el virus o el lóbulo, que hará de sus hijos unos expertos en chingar a los demás. Porque mientras Papi y Mami respalden a sus ángelitos los chinguitis vale madritis seguirán existiendo.
  3. “No puedo ver la tele, cuidar al perro,  darle de comer y si llueve meterlo… ¿qué te pasa?... Si te va a pedir a ti comida, no es mi problema”. Con esto, sinceramente, no sabremos si darnos de topes o arrojarnos a las vías del metro.
  4. “Soy chavo chelero y por lo tanto, tengo mis  santas fiestas los fines de semana o entre semana, depende de qué día descanse” y tú, incrédulo dices: “Pero yo sí trabajo mañana y me tengo que levantar temprano”. Respuesta del ser superdotado: “¿Y?”.
  5. “Mis hijos no tienen fiestas hasta las seis de la madrugada… ¿Cuáles fiestas, cuáles fiestas?”. Y después de eso escuchas: “Para que se les quite, la próxima fiesta la terminas a las ocho”… se multiplican como búlgaros.
  6. “No, mi hijo no toma y es re’trabajadorcito… ¡Se toma una cerveza al año!”,  dice el padre ingenuo (sinónimo de pen… ) a cualquier desconocido, mientras su hijo trabajadorcito va a trabajar cuando le place  y  en tres meses… tres fiestas en las cuales  termina dormido (desparramado como un animal) en un sillón.


Aunque otros indicios para  reconocer a este tipo de mexicanos son:



  1. Escucha la música a todo volumen (porque está en su casa, claro está).
  2. Escucha la televisión a todo volumen (porque está en su casa, claro está).
  3. Hace   aseo, lava el patio, lava el carro, lava la ropa, plancha, barre la calle o cualquier cosa que conlleve un poco de acción con la música a todo volumen (¿Saben por qué? ¡Porque está en su casa!). Por cierto,  este punto está ligado con el tema que hablamos en el primer  apartado: todos tienen derecho a hacer el escándalo que les plazca  porque  están en su casa.
  4. Arregla su puerta, labor que le lleva una hora, y después se  sienta a tragar chicharrones y beber cerveza con el estéreo a todo volumen hasta completar doce horas (Está en su casa, ¿qué no?)
  5. Trabaja todo el día en la calle soldando,  pintando carros, haciendo talachas, lo que implica que corte metal, golpee el mismo, use solventes… etc. (¿Saben de quién hablo? ¡Sí, de ese!)
  6. Abre la puerta y su perro se sale  a la calle (por arte de magia o el animal ha aprendido a hacer contorsiones para que su amo no lo vea salir). Luego el animalito levanta la pata y se orina en tu puerta o se pone en pose y te deja un regalito.
  7. Lava el carro frente a tu puerta y vacía el cenicero en la calle.
  8. Tiene más de cinco perros en su casa que han aprendido a ladrar todo el día, toda la noche, y hasta  y hasta parece que en varios idiomas. 

           Como verán la lista es larga y seguramente con algunos de estos puntos ya tienen identificados a más de uno en su vecindario. Pero no los vean como  bichos raros… No. Ante sus ojos (los de ellos desde luego, no vayan a pesar que los suyos) son las personas buenas y correctas que van a misa los domingos (y a rezar a cualquier virgen  todas las tardes por si su Dios descansa los fines de semana); que  educan muy bien a sus hijos para que estén chin…  todo el día a los demás (porque eso de ver la tele y escuchar música a todo volumen no lo aprendieron por arte de magia…  es hereditario); que les enseñan a su hijos a trabajar lo justo y necesario para  vivir (aunque nunca tengan dinero y siempre  pidan prestado); y que trabajan y descansan cuando se les da la gana, más lo segundo que lo primero.  No, no los vean mal. No les hagan caras. No son bichos raros, todos ellos son los buenos y los demás que no tenemos  el virus, gen o lóbulo más desarrollado… somos los malos, intolerantes y que siempre estamos jodiendo. 

        Al  final piensen que los chinguitis vale madritis (que con los años desarrollan un arte de joder con el cual se podría hacer una enciclopedia) lo van a tener toda la vida y esa parte más desarrollada del cerebro, ese virus, ese gen,  causa una severa ceguera. Aunque ellos jamás se den cuenta porque como reza el refrán: “No hay más ciego que el que no quiere ver”.


    *                            *                             *

    Nota: Hace ya algunos años hice un cuento sobre los ácaros llamado “Lo consultaré con la almohada” y otro titulado “Las paredes oyen” (aquí los pongo para que los chequen) y no sé por qué al hablar  de los chinguitis vale madritis he pensado en los ácaros. Quizá porque ambos son una plaga o porque ambos viven a costa de los demás… y lo de las paredes… no sé, sólo se me ocurrió.

Lo consultaré con la almohada



Por María Celeste Vargas Martínez
Porque no hay



enemigo pequeño.









Al principio era una simple frase. Una forma de decir cuando debíamos pensar mucho algo para tomar una decisión o una manera de deshacernos de un tercero muy insistente. Pero ahora la frase se ha convertido en una realidad. Una tormentosa realidad  que parece no dejarnos más.

            Cada noche emprendemos tranquilos el camino a la cama. Nos deshacemos de las cobijas… arreglamos los sueños.  Sin más nos vamos a dormir. Y es entonces cuando la frase entra en acción, pues esos extraños seres que habitan las almohadas  se hacen dueños y señores de todo cuanto reposa sobre su reino, entre ello nuestra cabeza. Pensábamos que eran simples artrópodos, de 500 millones de años de antigüedad. Seres microscópicos, ciegos, fotofóbicos y sin raciocinio alguno. Pero después de largas, muy largas investigaciones, hemos descubierto que esos seres poseen una inteligencia sorprendente. Compensan su ceguera con un cerebro que ocupa la mayor parte de su cuerpo, de ahí  la maldad latente que reina sobre ellos. Esos seres, oscuros y temidos en nuestros tiempos, son: los ácaros.

Los ácaros, que vistos al microscopio parecen pequeñas habas con patas, pachoncitas y acariciables, han establecido sociedades perfectamente estructuradas donde cada individuo tiene un rol determinado y por lo tanto  gran importancia. Todos son indispensables, el individuo vale por sí mismo y por ser un eje más que mueve a la sociedad. “El individuo sobre el individuo”,  es su lema.

Pero no sólo esto, recientes investigaciones han sacado a flote que los ácaros tienen un lenguaje complejo (igual al del ser humano: fueron ellos quienes indujeron en los primeros hombres, hace 5000 años en la región de Sumer,  las grafías que regirían su forma de comunicar). Así que manejan no sólo la  palabra hablada sino también la escrita, lo que los transforma en sociedades altamente sofisticadas y de gran valor cultural. Por algo los artrópodos fueron los primeros seres en pasar del ambiente acuático al terrestre, donde se adaptaron y comenzaron a forjar su imperio… hasta llegar a las almohadas de insulsos humanos que con trabajos aprendieron a andar en dos patas.

  Por si fuera poco, sus avanzados conocimientos en física y química han rebasado por mucho  los adquiridos por el hombre. De tal forma que han construido sus imperios en  todas y cada una de las almohadas del planeta, llegando a todos… absolutamente a todos los seres humanos. Ni  siquiera la televisión o la Internet tienen el alcance de los ácaros. Y esos conocimientos los han aplicado en el campo de la tecnología nuclear y por la noche hacen pruebas de bombas cada vez más efectivas. Así que si de pronto los despierta un fétido olor a media noche…  no, no son los tacos o la hamburguesa que están actuando, son los ácaros con sus pruebas atómicas.

Además, han desarrollado un traje a prueba de cambios bruscos de temperatura. Sí, ya no sólo se bastan de su cutícula quitinosa para protegerse de cambios físicos y químicos. No, un traje flexible los cubre por completo y no importa que las amas de casa laven las almohadas con agua caliente ni que las sequen a altas temperaturas en la secadora. Tampoco importa que abramos las ventanas para evitar la humedad en las habitaciones ni elevar o bajar la temperatura a más o menos 20 grados centígrados. ¡Por favor! Esas pequeñeces ya no  provocan bajas en las sociedades de los ácaros. Pues sus nuevos trajes son capaces de soportar temperaturas de hasta 50 grados bajo cero y más de 60. Se han hecho indestructibles. Y ahora, están trabajando sobre una forma  de hacerse de antenas y mandíbulas. Las primeras para poder captar cualquier sonido o vibración que delate la traición de los humanos, las segundas para propinar un buen mordisco a algún humano desobediente. 

            Así, cada noche, nosotros, indefensos e inútiles humanos, nos vamos a la cama sin  ser completamente conscientes de la sociedad de perversión y terror que se esconde bajo nuestros cabellos. Mientras ellos esperan con ansias cada  noche para llevar a cabo el plan elaborado durante el día, nosotros sólo pensamos en descansar.

              Lo primero que hacen es introducirse a nuestros cerebros. Llegan a los más ocultos rincones, esos  que son la envidia de cualquier neurocirujano.  Entonces sacan de sus pequeños portafolios negros, que siempre llevan consigo, un sin fin de herramientas  y cables. Comienzan a conectar aquí y allá y cuando todo está en su lugar nuestras neuronas parecen atrapadas en una enorme telaraña. De pronto, a una misma señal, conectan sus sofisticadas computadoras al cablerío aquel y comienzan a modificar información. Sí, alteran información  de nuestro cerebro. De nuestros recuerdos se llevan los buenos momentos y nos dejan sólo esos oscuros hechos que hacen que todo el día andemos cabizbajos. De las habilidades retiran todas esas pequeñas o grande

los vecinos que tenemos un título ocupando un lugar en la pared y nivelando el espacio.  Los ácaros han borrado los años en la Universidad y sólo recordamos las fiestas con los amigos, los ligues inesperados y los chismes más sonados. Pero la teoría y la práctica de la carrera, está totalmente en blanco: nos cuesta trabajo estructurar una idea, leer un libro, escribir correctamente una frase y qué decir de las fechas memorables de historia (sabemos quien descubrió América porque Cantinflas lo presentó alguna vez en sus cápsulas animadas).
Del amor… del amor se llevan todo, pero todo, no dejan nada y entonces andamos por ahí descubriendo que ni siquiera sabemos el significado de la palabra. Llorando y sufriendo como ningún otro animal sobre la tierra. Lo lamentamos sin saber que son los ácaros los culpables de ese dolor.
Aunque claro está,  quienes sufren más son esos indefensos humanos que gustan de hacer la siesta.  Sobre ellos no sólo trabajan de noche, sino también de día y en ocasiones dejan sus cables conectados y no finalizan el trabajo hasta el anochecer. Así que los humanos son programados para pasar horas y horas frente al televisor comiendo nachos, papas, galletas, refrescos y todo alimento poco nutritivo, y cuando se aburren, suponiendo que llegara a pasar eso, se dedican a sumirse en las lecturas de los más profundos comics hasta que la Luna se eleva en el cielo y los ácaros  concluyen su labor.
 Y por si fuera poco, son ellos quienes introducen en nuestra cabeza esos sentimientos bélicos, de violencia y destrucción. Porque, si no lo sabían, están realizando un experimento: ¿En cuanto tiempo puede acabar la raza humana  consigo misma? El ser humano no es violento por naturaleza, ni tampoco la aprende a lo largo de la vida. ¡No, todas las teorías humanas están equivocadas! Son los malditos ácaros quienes nos hacen violentos. Gracias a ellos salimos todos los días con el deseo de fregar a cuanto ser se ponga frente a nosotros. Gracias a ellos los gobernantes declaran la guerra a otros países, y gracias a ellos los soldados matan a mujeres y niños o estudiantes matan a estudiantes o  blancos matan a negros o negros matan a blancos o miembros de una religión acaban con otras religiones o cualquiera mata a cualquiera… ¡No importa! Lo interesante es derramar sangre y hacerle creer al ser humano que la intolerancia es la clave de la vida misma. 
Por cierto,  los ácaros gringos son una especie superior. Ellos son el lado oscuro, el más oscuro de todos, ése al que Darth Vader sin duda envidiaría. Porque ellos no sólo experimentan  para saber en cuánto tiempo puede acabar la raza humana consigo misma. ¡No! Ellos investigan: ¿En cuanto tiempo pueden acabar los gringos con aquellos que son diferentes a ellos, o sea, con el resto del mundo… y consigo mismos? Y créanme las investigaciones están muy avanzadas. Los ácaros de aquellas tierras trabajan día y noche sobre un estudio de caso en el Medio Oriente y felices  por los resultados, ahora comenzarán a trabajar en otros sectores del planeta.
Pero bueno, que los ácaros modifiquen nuestro cerebro puede ser un buen pretexto para justificar algunas de nuestras carencias: no me gusta trabajar, por culpa de los ácaros, la política es un  asco por culpa de los ácaros, la cultura se ha perdido por culpa de los ácaros, los libros han sido olvidados por culpa de los ácaros  y descuidamos  la flora y la fauna por culpa de los ácaros. Es más, el calentamiento global se presenta…  ¡Sí… por culpa de los ácaros!
¡Los ácaros! Así que  cada vez que vayamos a la cama y digamos a alguien: “Lo consultaré con la almohada”, tengan por seguro que así será, pues los ácaros se encargarán de ello y no nos dejarán jamás.