Por María Celeste Vargas Martínez
Hace algunos años
los seres humanos podíamos hablar sin
ninguna preocupación en nuestra casa. Es más, cuando nos sentíamos tristes,
solos o enardecidos por una mala situación, entablábamos un largo monólogo.
Parloteábamos sin parar y de vez en cuando golpeábamos algún mueble y hacíamos
una tremenda rabieta. Y qué decir de las íntimas llamadas telefónicas donde
hablábamos de sentimientos y sensaciones muy, pero muy, privadas.
Sin
embargo, aquellos momentos quedaron atrás. El mundo ha cambiado tanto que hasta
las paredes han desarrollado un sentido que por siglos permaneció oculto: la
habilidad de escuchar. Durante mucho tiempo creíamos que las paredes eran sólo
objetos inertes que estaban ahí simplemente para dividir espacios, ocultar
nuestra intimidad a los otros o protegernos del medio ambiente. Pero ahora, se
han convertido en un enemigo al acecho. Un enemigo que puede resultar
peligroso. Al principio, cuando descubrimos sus nuevos dones pensamos, como
simples e indefensos humanos que somos, que podrían ser nuestras aliadas. Es
más, las imaginamos como testigos de muchos acontecimientos y en nuestros sueños celebramos con ellas pero… ¡Sorpresa!
Todas las paredes se unieron y conspiraron en contra nuestra, y aprendimos a cuidarnos de ellas.
Así que a partir de ahora debemos
ser cuidadosos en todo lo que decimos, pues no sabemos cuándo una pared esté
escuchando y nos pueda delatar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario