El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

martes, 12 de marzo de 2019

La reunión





Era la décimo quinta ocasión en que ese reducido grupo se reunía.  El Mapache fue el primero en llegar. Acomodó las sillas, colocó en la estrecha mesa las papas, chicharrones y cacahuates que don Santiago, el dueño de la bodega donde trabajaba, le daba a precio de mayoreo. Después llegaron Alexis y Poncho, ambos empleados de la Compañía de Energía Limpia – empresa fraudulenta, creada por un senador de la república para lavar dinero del narco. La empresa se había hecho de muchos adeptos ante la ineptitud de Luz y Energía y en estos tiempos gozaba de gran  popularidad entre la clase pobre. Mientras Alexis tomaba la vieja escoba y daba un escobazo aquí y otro allá, Poncho introducía los refrescos en el refrigerador y buscaba en la alacena lo necesario: vasos, servilletas, platitos.
            Una amena charla inició y se detuvo cuando Oscarín empujó fuertemente la despintada puerta metálica, la cual se estrelló contra el viejo despachador de agua. En  realidad éste no servía, venía incluido con la renta del local, y el grupo no se deshacía de él porque Tacho, un hombre enorme y corpulento,  afirmaba: “No, debemos dejarlo, se ve que es viejo… es todo de metal y está bien pesado, ya ven que ahora todo es de plástico Made in China… ¡Úsese  y  tírese!... ¡No,  éste está chido! Quizá con el tiempo podamos venderlo y nos den algo… Uno nunca sabe, qué tal si aquí en México aparece uno de esos programas gringos donde gente común y corriente encuentra objetos de valor en bodegas abandonadas o maletas, donde después de sacar un montón de ropa sucia y cosas inservibles, hasta el fondo encuentran algo que les da miles de dólares… A lo mejor ese viejo despachador nos saca de pobres”. 
            Nadie dijo nada, así que el mueble seguía en su lugar.
-          ¡Qué carita te cargas, mi Oscarín! – afirmó Poncho.
-          ¡Qué quieres mi hermano: viernes, ocho de la noche, dos horas de tráfico y  el cielo cayéndose! – señaló el hombre delgado de nariz ancha.
Un relámpago iluminó la amplia ventana. Alexis  se acercó a ella: la fuerte lluvia no cesaba. El hombre vio el abundante tráfico desde el tercer piso donde se encontraba la estancia, denominada por el dueño del edificio “Oficina 6”: “A mí no me interesa para qué la ocupen, yo rento oficinas y se acabó”, les dijo tranquilo el día que el grupo   rentó, un par de meses atrás, el pequeño lugar. 
La “oficina” no era muy grande: tres metros por tres, un baño diminuto en el cual  Tacho entraba con dificultad, una amplia ventana, piso de loseta  amarilla con flores blancas y techo de plafón  donde un par de manchas amarillas hacían que el grupo  echara a andar la imaginación  en cada reunión: “A mí me parece más como un caballo”, afirmaba El Mapache; “Para mí que es un carro chocado”, sugería Poncho; “Ninguno de los dos tiene razón, es un platillo volador”, convencido aseguraba Tacho.  Aunque la oficina también contaba con el despachador de agua, una mesa vieja y un pizarrón de acrílico, objetos dejados ahí por los anteriores inquilinos: un grupo de abogados  quienes salieron huyendo cuando sus clientes levantaron una denuncia en su contra  por robo.
-          Pinche lluvia, está todo inundado – gritó Tacho cuando arribó al lugar, media hora después.
-          No mi hermano, ya mero ni llegas – afirmó Oscarín.
-          Más bien, antes llegué… Se inundó el paso a desnivel en Periférico y el de la combi se metió por San Joaquín y luego no sé por dónde…  Es más, ni siquiera sé cómo llegué – señaló el hombre para después llevarse la mano al rostro. Le dolían la cara y los oídos.
El hombre hizo una mueca. Sus compañeros adivinaron el motivo de ella, pues  Oscarín tenía congestionada la nariz; El Mapache se sofocaba a cada instante; a Poncho le dolía la garganta y el oído izquierdo;  y Alexis trataba de ponerle fin a la comezón de las manos.
Tacho era moreno, alegre y dicharachero. Trabajaba como obrero en una empresa de pinturas de donde se había robado un par de litros de color azul para “darle una manita” al lugar. Fue él quien reunió al grupo una fría noche de diciembre cuando fastidiados y sin conocerse, salieron todos de una plática-taller sobre Asma. Sí, los cinco eran asmáticos, con rinitis estacional algunas veces, dermatitis atópica otras y  diversos problemas comunes de personas alérgicas. Los cinco habían asistido a la charla con la esperanza de encontrar una especie de remedio mágico para sus males: estaban fastidiados de la nariz congestionada, los ojos llorosos, la tos, las ronchas en los brazos, los bronquios cerrados, el abundante moco, los constantes dolores de estómago,  los pulmones respirando con dificultad, los medicamentos, el oxígeno… y todo por lo que siempre pasaban.
-          Siempre es lo mismo en estas pinches pláticas… ¿Y para esto pedí permiso en la fábrica? – aclaró Tacho al salir.
-          Sí, no nos dicen nada que no sepamos ya – afirmó El Mapache.
Un hombre moreno y alto observó a los dos hombres: “Bueno, al menos ustedes no compraron nada, yo salí con dos espray, unas pastillas para evitar el escurrimiento constante de los mocos, un inhalador de un ‘producto naturista, nuevo y muy bueno’…  y este jarabe que no me acuerdo para qué es” – señaló preocupado.
Dos hombres se unieron a la charla y ahí comenzó todo.   Se vieron un par de ocasiones más, después decidieron rentar un lugar y formar una especie de club de asmáticos. Al principio algunos despistados se unieron al grupo, quienes, decepcionados ante la poca seriedad,  terminaron abandonándolo. 
Los cinco únicos miembros del Club pagaban los seiscientos pesos de la renta, que incluía luz y agua. Se reunían una vez a la semana y al principio comenzaron llevando información sobre sus diversos males. Una vez al mes se informaban sobre nuevas investigaciones, las cuales eran debatidas por ellos, pero después de dos meses dejaron la información e investigaciones a un lado y dieron paso a sus  experiencias con la enfermedad. Los parámetros iniciales cambiaron completamente y quedaron en el olvido. 
Los miembros del Club pasaron de ser sólo eso y se convirtieron en buenos amigos.  Así, sus nombres de pila fueron sustituidos por sobrenombres: Alfredo fue conocido simplemente como El Mapache; Martín como Poncho;  Eustolio pasó a ser Tacho; a Osvaldo  sus compañeros le vieron cara de  Oscarín y  Pedro se convirtió en Alexis.  Aunque el único que justificaba su apodo era El Mapache: tenía unas prominentes ojeras por no respirar bien, las orejas puntiagudas y el cabello en alto. Mientras sus compañeros ya habían olvidado el porqué de sus respectivos sobrenombres.
-          No sé, hoy he estado pensando mucho – aclaró Oscarín, un analista de sistemas de una empresa de empeños.
-          ¡Uy, eso es malo mi Oscarín… se te va fundir el cerebro! Imagínate: asmático, con dermatitis, rinitis y te quedas sin cerebro… ¿qué clase de hombre vas a ser? – preguntó Tacho.  
-          ¿Te imaginas, Tacho, que el Oscarín se convirtiera en zombi? Al momento de querer atrapar una presa empezaría a toser, a rascarse la nariz y diría: “Momento, momento, ahorita les como las entrañas, sólo necesito mi inhalador” – aseguró Poncho.
-          No seas menso, si se convirtiera en zombi dudo que siguiera con el asma – aclaró Alexis.
-          ¿Por qué? ¿Qué tal si el asma persiste aun después de ser contagiado como zombi?
-          No creo, ya estaría contaminado, contagiado, muerto y vuelto a revivir… y sólo entonces existe la posibilidad de que sea normal… bueno, normal dentro de lo que se entiende normal para los zombis… perseguiría ingenuos humanos, escalaría edificios, correría como una gacela, tendría fuerza descomunal, sería inteligente y tú sabes… todas esas cosas que caracterizan a los zombis… y por fin se olvidaría del asma – aseguró Alexis.
-          Ahora que lo pienso, ¿vieron la película esa de una guerra mundial de zombis?... Bueno, pues  ahí sólo se contagiaban las personas sanas y aquellos que tenían alguna enfermedad pasaban inadvertidos para los zombis… si las cosas son así, eso quiere decir que … – el Mapache no terminó la frase.
-          ¡Seriamos los únicos sobrevivientes! – aclaró Poncho.
-          El mundo lleno de asmáticos, no suena del todo mal – afirmó el Mapache.
-          Sí, el mundo sería de los asmáticos, mientras tanto, los otros… esos que nos ven ahora con desdén… estarían bien llenos de esa enfermedad que los convirtió en zombis… ¡Imagínate, mi hermano! – argumentó Oscarín.
-          ¡Por fin seríamos normales! Y no los bichos raros que andan por el mundo  con sus constantes problemas de salud y diciendo: “Ni modo, así me hizo la  vida… qué se le va a hacer”.
-          No estaría mal ser los únicos sobrevivientes, porque cuando te sientes de la fregada, cuando sientes que el aire no puede entrar a tus pulmones,  te quedas sin fuerza y  un moco muy delgado empieza a escurrir de tu nariz,  tu boca produce baba  y te tiras al piso como un animal tratando de apresar con tus manos ese oxígeno que no puede entrar a tu cuerpo… entonces podrás decir: “Esto no es nada comparado con el infierno que viven los  zombis… ¡Pobres de ellos!”.
Una carcajada se dejó escuchar en medio de la insistente lluvia. Entonces las papas y botanas pasaron de mano en mano y una botella de refresco pronto fue vaciada.
-          ¿Saben?, a mí me gustaban más los zombis de antes… Esos que eran como mensos, caminaban con las manos estiradas al frente y hacían ruidos raros. Con ellos los seres humanos debían ser muy tontos para ser  alcanzados – señaló Alexis.
-          Esos no estaban del todo mal, pero ahora  los zombis ya son diferentes, parecen cualquier súper héroe, por los súper poderes claro,  pero muertos.
-          Bueno, yo prefiero eso a los vampiros raritos y los hombres lobos tontos que hay ahora en el cine.
Las risas y la charla siguieron, sin embargo, Tacho permanecía en silencio, sólo se dedicaba a observar a sus compañeros.
-          Ese mi hermano, ¿estás enfermo o qué pasa contigo? Has estado muy calladito y tú no eres así. No hemos escuchado tu armoniosa voz en toda la noche – aseguró Oscarín.
-          He estado pensando todo el día… bueno… ustedes saben… yo creo que no es posible que nosotros seamos los únicos pinches seres vivos en todo el universo… Si el universo es tan grande, ¿por qué sólo somos los únicos?
-          No me digas que ya te vas a poner a filosofar, ahora vamos a hablar sobre la vida, el universo, qué fue primero el huevo o la gallina… los extraterrestres y todas esas cosas… ¿o qué? – preguntó Poncho.
-          Es que he estado pensando toda la pinche semana en extraterrestres – aseguró Tacho.
-          ¿Y eso que tiene que ver con nosotros? – interrogó Alexis.
-          Mucho más de lo que se imaginan. ¿Qué tal si nuestra condición tiene que ver con que descendemos de los extraterrestres?
Una carcajada se dejó escuchar para después dar paso al silencio. En realidad, todos estaban cansados de sobrellevar día a día los problemas ocasionados por su condición. En tiempo de lluvias, la nariz se les congestionaba  y les era difícil respirar;  la fatiga era una constante de sus cuerpos cuando el calor llegaba; la comezón en los brazos y piernas resultaba insoportable (Tacho se untaba limón para sobrellevarla); los bronquios siempre cerrándose y el insoportable dolor en todo el rostro no los dejaba.  Sí, cuando no era picazón en la nariz, era la comezón y ardor de ojos; oídos inflamados y comezón, muchas veces insoportable (para mejorar esta situación el grupo había decidido inventar unas pequeñas manitas robóticas con largos dedos, las cuales podrían introducir en los oídos, aunque claro, todavía no comenzaban a fabricarlas); dolor de garganta; paladar reseco; dificultad para respirar  y otras muchas vicisitudes que debían enfrentar. Y qué de decir de la mezcla de medicamentos, entibiarlos, y hacerse una nebulización una, dos, tres o todos los días de la semana.  Por si fuera poco, también estaban las restricciones alimenticias: Alexis no podía comer camarones; Poncho le tenía pavor a los cacahuates; Tacho ni siquiera olía el pescado y El Mapache y Oscarín sufrían con ronchas por el chocolate y los embutidos. Todos habían estado en más de una ocasión en la sala de urgencias, tomaban más de cinco medicamentos al día y seguían las precauciones convenientes, aunque  a otros les hubieran parecido más que exageradas.  Así que, ante la extraña afirmación de su compañero, guardaron silencio un momento.
-          Sí, imaginen… tenemos problemas en las vías respiratorias y nuestro organismo no es igual  al de los demás…
-          Eso es una condición médica, mi hermano… Un problemilla genético con el que hemos nacido – afirmó Oscarín.
-          No lo creo, ¿por qué todos los seres humanos son normales y sólo unos cuantos tenemos estos problemas?… Escuchen bien, se nos dificulta respirar, nuestro cuerpo reacciona ante determinados agentes… prácticamente rechazamos todo…
-          Pues sí, pero eso es por mala suerte, genética o llámale como quieras… pero nada más. Y de ahí a ser extraterrestres hay una gran diferencia – aclaró Alexis.
Nuevamente silencio. Después de un largo rato.
-          Es que podemos no ser completamente extraterrestres. Me refiero a que tenemos algo extraterrestre en nuestro cuerpo, pero nacimos aquí en la Tierra. Somos un experimento para saber si una raza superior, de la que formamos parte, puede vivir en la Tierra – dijo convencido Tacho.
-          Creo que puede tener algo de lógica. Quizá por eso no respiramos como las personas normales – argumentó el Mapache.
-          Sí, nuestros pulmones resisten a adaptarse a la atmosfera terrestre – aseguró Poncho.
-          Por eso también vienen los problemas en la piel y en la alimentación – dijo el Mapache. Porque no nos acostumbramos a respirar este oxígeno y alimentarnos con la comida típica de la Tierra.
-          Pero, mi hermano, ¿cómo podría ser eso: cómo los extraterrestres  nos dejaron en la Tierra? – peguntó Oscarín.
-          No sé, para eso existe la abducción… se llevaron a nuestras madres…  o les lavaron el cerebro y simplemente nos colocaron en sus brazos siendo muy niños… quién sabe, los extraterrestres tienen muchas mañas – aseguró Tacho.
-          Uno nunca sabe, tantas cosas que dicen de los extraterrestres que quién sabe cómo pasó todo– más que convencido señaló Poncho.
Los cinco miembros del Club del Asma se observaron serios y siguieron una larga charla sobre su apenas descubierto origen extraterrestre.  Ante los constantes males, esa hipótesis los reconfortaba un poco. Quizá al final, después de las burlas en la escuela, los problemas en sus empleos ante las faltas laborales, la incomprensión de muchos, imaginar que un poco de ADN extraterrestre corría por sus venas, los ayudaba a sobrellevar el asma y las alergias.


                                                                                




Viento




Corre aprisa
se cuela por la ventana
         grita cansado del silencio,
         reclama,
pretende huir
se detiene cerca de la cama
sus ojos imaginan azul
         verde
         turquesa
         paleta de colores
         noche estrellada,
gira la vista
y en el concreto la mirada resguarda,
ventanas,
puertas,
paredes,
calles,
edificios
y casas,
autos
ruido
olores
y a lo lejos parece escuchar una cigarra,

una lágrima desciende
mira sus piernas flacas
sus brazos sucios,
su rostro pálido
sus  ojos sin alma,

se mira en el espejo,
el pasado sonríe:
cerros
verdor
árboles
animales
y plantas
y cerca el río canta,

la noche llega
tierna lo abraza
y él – inquieto – acaricia  su larga cabellera,
diminutas luces descienden
y en el cielo aguardan,

la lluvia cae
el aroma de la tierra
lo abraza,
él sonríe
         sube
         baja
atraviesa laderas
se refugia en valles
y sobre el largo animal dormido
ruge y se abalanza,

un sonido nace
sus ojos se abren
y él refugiado en esa casa,
otra lágrima desciende
y de súbito se marcha
sale molesto golpeando la ventana
una mujer  lo observa:
“El viento no se cansa
acarrea ese olor de fábrica
de pescado muerto
de basura
         de hambre
                   de lástima”.

Él la escucha,
aumenta su marcha,
se estrella en un edificio
y llora mientras la ciudad se lo traga.

Nada



La noche es noche para todos,
un mundo inmenso para mí.
Todos duermen
yo veo
yo huelo
yo siento
yo tiemblo, lloro y espero.

La espera es una palabra para ellos,
incertidumbre en mí.
Espero al futuro transformarse en presente,
esperan al presente ser eso y nada más.

Nada más ajeno,
nada más cercano en mí.
No puedo hablar ni gritar
una palabra me definirá.

Los sueños en ellos son sueños,
olvido, incoherencia… algo que al despertar ya no estará.
Los sueños son realidades que algún día sus ojos verán.
Su presente es mi futuro
y mi espacio jamás sentirán.

La noche es un mundo
una montaña
el mar
la ciudad
un pueblo
una casa
dos edificios
un hombre
una mujer
dos  niñas,
un avión,
un tren,
otras razas,
otras tierras,
otros mundos,
un espacio
y algo más.

La noche es  el universo
y todo él  oculto en la masa:
setenta y ocho por ciento agua
         diez grasa
         ocho proteína
y lo demás intuición,
         percepción
o nada.