Por María Celeste Vargas Martínez
Porque no hay
enemigo pequeño.
Al principio era
una simple frase. Una forma de decir cuando debíamos pensar mucho algo para
tomar una decisión o una manera de deshacernos de un tercero muy insistente.
Pero ahora la frase se ha convertido en una realidad. Una tormentosa
realidad que parece no dejarnos más.
Cada noche emprendemos tranquilos el
camino a la cama. Nos deshacemos de las cobijas… arreglamos los sueños. Sin más nos vamos a dormir. Y es entonces
cuando la frase entra en acción, pues esos
extraños seres que habitan las almohadas
se hacen dueños y señores de todo cuanto reposa sobre su reino, entre
ello nuestra cabeza. Pensábamos que eran simples artrópodos, de 500 millones de
años de antigüedad. Seres microscópicos, ciegos, fotofóbicos y sin raciocinio
alguno. Pero después de largas, muy largas investigaciones, hemos descubierto
que esos seres poseen una
inteligencia sorprendente. Compensan su ceguera con un cerebro que ocupa la mayor
parte de su cuerpo, de ahí la maldad
latente que reina sobre ellos. Esos
seres, oscuros y temidos en nuestros tiempos, son: los ácaros.
Los ácaros, que vistos al microscopio parecen pequeñas habas con patas,
pachoncitas y acariciables, han establecido sociedades perfectamente
estructuradas donde cada individuo tiene un rol determinado y por lo tanto gran importancia. Todos son indispensables,
el individuo vale por sí mismo y por ser un eje más que mueve a la sociedad.
“El individuo sobre el individuo”, es su
lema.
Pero no sólo esto, recientes investigaciones han sacado a flote que los
ácaros tienen un lenguaje complejo (igual al del ser humano: fueron ellos
quienes indujeron en los primeros hombres, hace 5000 años en la región de
Sumer, las grafías que regirían su forma
de comunicar). Así que manejan no sólo la
palabra hablada sino también la escrita, lo que los transforma en
sociedades altamente sofisticadas y de gran valor cultural. Por algo los
artrópodos fueron los primeros seres en pasar del ambiente acuático al
terrestre, donde se adaptaron y comenzaron a forjar su imperio… hasta llegar a
las almohadas de insulsos humanos que con trabajos aprendieron a andar en dos
patas.
Por si fuera poco, sus
avanzados conocimientos en física y química han rebasado por mucho los adquiridos por el hombre. De tal forma
que han construido sus imperios en todas
y cada una de las almohadas del planeta, llegando a todos… absolutamente a
todos los seres humanos. Ni siquiera la
televisión o la Internet tienen el alcance de los ácaros. Y esos conocimientos
los han aplicado en el campo de la tecnología nuclear y por la noche hacen
pruebas de bombas cada vez más efectivas. Así que si de pronto los despierta un
fétido olor a media noche… no, no son
los tacos o la hamburguesa que están actuando, son los ácaros con sus pruebas
atómicas.
Además, han desarrollado un traje a prueba de cambios bruscos de
temperatura. Sí, ya no sólo se bastan de su cutícula quitinosa para protegerse
de cambios físicos y químicos. No, un traje flexible los cubre por completo y
no importa que las amas de casa laven las almohadas con agua caliente ni que
las sequen a altas temperaturas en la secadora. Tampoco importa que abramos las
ventanas para evitar la humedad en las habitaciones ni elevar o bajar la
temperatura a más o menos 20 grados centígrados. ¡Por favor! Esas pequeñeces ya
no provocan bajas en las sociedades de
los ácaros. Pues sus nuevos trajes son capaces de soportar temperaturas de
hasta 50 grados bajo cero y más de 60. Se han hecho indestructibles. Y ahora,
están trabajando sobre una forma de
hacerse de antenas y mandíbulas. Las primeras para poder captar cualquier
sonido o vibración que delate la traición de los humanos, las segundas para
propinar un buen mordisco a algún humano desobediente.
Así, cada noche, nosotros,
indefensos e inútiles humanos, nos vamos a la cama sin ser completamente conscientes de la sociedad
de perversión y terror que se esconde bajo nuestros cabellos. Mientras ellos
esperan con ansias cada noche para
llevar a cabo el plan elaborado durante el día, nosotros sólo pensamos en
descansar.
Lo
primero que hacen es introducirse a nuestros cerebros. Llegan a los más ocultos
rincones, esos que son la envidia de
cualquier neurocirujano. Entonces sacan
de sus pequeños portafolios negros, que siempre llevan consigo, un sin fin de
herramientas y cables. Comienzan a
conectar aquí y allá y cuando todo está en su lugar nuestras neuronas parecen
atrapadas en una enorme telaraña. De pronto, a una misma señal, conectan sus
sofisticadas computadoras al cablerío aquel y comienzan a modificar
información. Sí, alteran información de
nuestro cerebro. De nuestros recuerdos se llevan los buenos momentos y nos
dejan sólo esos oscuros hechos que hacen que todo el día andemos cabizbajos. De
las habilidades retiran todas esas pequeñas o grande
los vecinos que
tenemos un título ocupando un lugar en la pared y nivelando el espacio. Los ácaros han borrado los años en la
Universidad y sólo recordamos las fiestas con los amigos, los ligues
inesperados y los chismes más sonados. Pero la teoría y la práctica de la
carrera, está totalmente en blanco: nos cuesta trabajo estructurar una idea,
leer un libro, escribir correctamente una frase y qué decir de las fechas
memorables de historia (sabemos quien descubrió América porque Cantinflas lo presentó
alguna vez en sus cápsulas animadas).
Del amor… del amor se llevan todo, pero todo, no dejan nada y entonces
andamos por ahí descubriendo que ni siquiera sabemos el significado de la
palabra. Llorando y sufriendo como ningún otro animal sobre la tierra. Lo
lamentamos sin saber que son los ácaros los culpables de ese dolor.
Aunque claro está, quienes
sufren más son esos indefensos humanos que gustan de hacer la siesta. Sobre ellos no sólo trabajan de noche, sino
también de día y en ocasiones dejan sus cables conectados y no finalizan el
trabajo hasta el anochecer. Así que los humanos son programados para pasar
horas y horas frente al televisor comiendo nachos, papas, galletas, refrescos y
todo alimento poco nutritivo, y cuando se aburren, suponiendo que llegara a
pasar eso, se dedican a sumirse en las lecturas de los más profundos comics
hasta que la Luna se eleva en el cielo y los ácaros concluyen su labor.
Y por si fuera poco, son ellos
quienes introducen en nuestra cabeza esos sentimientos bélicos, de violencia y
destrucción. Porque, si no lo sabían, están realizando un experimento: ¿En
cuanto tiempo puede acabar la raza humana
consigo misma? El ser humano no es violento por naturaleza, ni tampoco
la aprende a lo largo de la vida. ¡No, todas las teorías humanas están
equivocadas! Son los malditos ácaros quienes nos hacen violentos. Gracias a
ellos salimos todos los días con el deseo de fregar a cuanto ser se ponga
frente a nosotros. Gracias a ellos los gobernantes declaran la guerra a otros
países, y gracias a ellos los soldados matan a mujeres y niños o estudiantes
matan a estudiantes o blancos matan a
negros o negros matan a blancos o miembros de una religión acaban con otras
religiones o cualquiera mata a cualquiera… ¡No importa! Lo interesante es
derramar sangre y hacerle creer al ser humano que la intolerancia es la clave
de la vida misma.
Por cierto, los ácaros gringos
son una especie superior. Ellos son el lado oscuro, el más oscuro de todos, ése
al que Darth Vader sin duda envidiaría. Porque ellos no sólo experimentan para saber en cuánto tiempo puede acabar la
raza humana consigo misma. ¡No! Ellos investigan: ¿En cuanto tiempo pueden
acabar los gringos con aquellos que son diferentes a ellos, o sea, con el resto
del mundo… y consigo mismos? Y créanme las investigaciones están muy avanzadas.
Los ácaros de aquellas tierras trabajan día y noche sobre un estudio de caso en
el Medio Oriente y felices por los
resultados, ahora comenzarán a trabajar en otros sectores del planeta.
Pero bueno, que los ácaros modifiquen nuestro cerebro puede ser un buen
pretexto para justificar algunas de nuestras carencias: no me gusta trabajar,
por culpa de los ácaros, la política es un
asco por culpa de los ácaros, la cultura se ha perdido por culpa de los
ácaros, los libros han sido olvidados por culpa de los ácaros y descuidamos
la flora y la fauna por culpa de los ácaros. Es más, el calentamiento
global se presenta… ¡Sí… por culpa de
los ácaros!
¡Los ácaros! Así que cada vez
que vayamos a la cama y digamos a alguien: “Lo consultaré con la almohada”,
tengan por seguro que así será, pues los ácaros se encargarán de ello y no nos
dejarán jamás.
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