El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Lo consultaré con la almohada



Por María Celeste Vargas Martínez
Porque no hay



enemigo pequeño.









Al principio era una simple frase. Una forma de decir cuando debíamos pensar mucho algo para tomar una decisión o una manera de deshacernos de un tercero muy insistente. Pero ahora la frase se ha convertido en una realidad. Una tormentosa realidad  que parece no dejarnos más.

            Cada noche emprendemos tranquilos el camino a la cama. Nos deshacemos de las cobijas… arreglamos los sueños.  Sin más nos vamos a dormir. Y es entonces cuando la frase entra en acción, pues esos extraños seres que habitan las almohadas  se hacen dueños y señores de todo cuanto reposa sobre su reino, entre ello nuestra cabeza. Pensábamos que eran simples artrópodos, de 500 millones de años de antigüedad. Seres microscópicos, ciegos, fotofóbicos y sin raciocinio alguno. Pero después de largas, muy largas investigaciones, hemos descubierto que esos seres poseen una inteligencia sorprendente. Compensan su ceguera con un cerebro que ocupa la mayor parte de su cuerpo, de ahí  la maldad latente que reina sobre ellos. Esos seres, oscuros y temidos en nuestros tiempos, son: los ácaros.

Los ácaros, que vistos al microscopio parecen pequeñas habas con patas, pachoncitas y acariciables, han establecido sociedades perfectamente estructuradas donde cada individuo tiene un rol determinado y por lo tanto  gran importancia. Todos son indispensables, el individuo vale por sí mismo y por ser un eje más que mueve a la sociedad. “El individuo sobre el individuo”,  es su lema.

Pero no sólo esto, recientes investigaciones han sacado a flote que los ácaros tienen un lenguaje complejo (igual al del ser humano: fueron ellos quienes indujeron en los primeros hombres, hace 5000 años en la región de Sumer,  las grafías que regirían su forma de comunicar). Así que manejan no sólo la  palabra hablada sino también la escrita, lo que los transforma en sociedades altamente sofisticadas y de gran valor cultural. Por algo los artrópodos fueron los primeros seres en pasar del ambiente acuático al terrestre, donde se adaptaron y comenzaron a forjar su imperio… hasta llegar a las almohadas de insulsos humanos que con trabajos aprendieron a andar en dos patas.

  Por si fuera poco, sus avanzados conocimientos en física y química han rebasado por mucho  los adquiridos por el hombre. De tal forma que han construido sus imperios en  todas y cada una de las almohadas del planeta, llegando a todos… absolutamente a todos los seres humanos. Ni  siquiera la televisión o la Internet tienen el alcance de los ácaros. Y esos conocimientos los han aplicado en el campo de la tecnología nuclear y por la noche hacen pruebas de bombas cada vez más efectivas. Así que si de pronto los despierta un fétido olor a media noche…  no, no son los tacos o la hamburguesa que están actuando, son los ácaros con sus pruebas atómicas.

Además, han desarrollado un traje a prueba de cambios bruscos de temperatura. Sí, ya no sólo se bastan de su cutícula quitinosa para protegerse de cambios físicos y químicos. No, un traje flexible los cubre por completo y no importa que las amas de casa laven las almohadas con agua caliente ni que las sequen a altas temperaturas en la secadora. Tampoco importa que abramos las ventanas para evitar la humedad en las habitaciones ni elevar o bajar la temperatura a más o menos 20 grados centígrados. ¡Por favor! Esas pequeñeces ya no  provocan bajas en las sociedades de los ácaros. Pues sus nuevos trajes son capaces de soportar temperaturas de hasta 50 grados bajo cero y más de 60. Se han hecho indestructibles. Y ahora, están trabajando sobre una forma  de hacerse de antenas y mandíbulas. Las primeras para poder captar cualquier sonido o vibración que delate la traición de los humanos, las segundas para propinar un buen mordisco a algún humano desobediente. 

            Así, cada noche, nosotros, indefensos e inútiles humanos, nos vamos a la cama sin  ser completamente conscientes de la sociedad de perversión y terror que se esconde bajo nuestros cabellos. Mientras ellos esperan con ansias cada  noche para llevar a cabo el plan elaborado durante el día, nosotros sólo pensamos en descansar.

              Lo primero que hacen es introducirse a nuestros cerebros. Llegan a los más ocultos rincones, esos  que son la envidia de cualquier neurocirujano.  Entonces sacan de sus pequeños portafolios negros, que siempre llevan consigo, un sin fin de herramientas  y cables. Comienzan a conectar aquí y allá y cuando todo está en su lugar nuestras neuronas parecen atrapadas en una enorme telaraña. De pronto, a una misma señal, conectan sus sofisticadas computadoras al cablerío aquel y comienzan a modificar información. Sí, alteran información  de nuestro cerebro. De nuestros recuerdos se llevan los buenos momentos y nos dejan sólo esos oscuros hechos que hacen que todo el día andemos cabizbajos. De las habilidades retiran todas esas pequeñas o grande

los vecinos que tenemos un título ocupando un lugar en la pared y nivelando el espacio.  Los ácaros han borrado los años en la Universidad y sólo recordamos las fiestas con los amigos, los ligues inesperados y los chismes más sonados. Pero la teoría y la práctica de la carrera, está totalmente en blanco: nos cuesta trabajo estructurar una idea, leer un libro, escribir correctamente una frase y qué decir de las fechas memorables de historia (sabemos quien descubrió América porque Cantinflas lo presentó alguna vez en sus cápsulas animadas).
Del amor… del amor se llevan todo, pero todo, no dejan nada y entonces andamos por ahí descubriendo que ni siquiera sabemos el significado de la palabra. Llorando y sufriendo como ningún otro animal sobre la tierra. Lo lamentamos sin saber que son los ácaros los culpables de ese dolor.
Aunque claro está,  quienes sufren más son esos indefensos humanos que gustan de hacer la siesta.  Sobre ellos no sólo trabajan de noche, sino también de día y en ocasiones dejan sus cables conectados y no finalizan el trabajo hasta el anochecer. Así que los humanos son programados para pasar horas y horas frente al televisor comiendo nachos, papas, galletas, refrescos y todo alimento poco nutritivo, y cuando se aburren, suponiendo que llegara a pasar eso, se dedican a sumirse en las lecturas de los más profundos comics hasta que la Luna se eleva en el cielo y los ácaros  concluyen su labor.
 Y por si fuera poco, son ellos quienes introducen en nuestra cabeza esos sentimientos bélicos, de violencia y destrucción. Porque, si no lo sabían, están realizando un experimento: ¿En cuanto tiempo puede acabar la raza humana  consigo misma? El ser humano no es violento por naturaleza, ni tampoco la aprende a lo largo de la vida. ¡No, todas las teorías humanas están equivocadas! Son los malditos ácaros quienes nos hacen violentos. Gracias a ellos salimos todos los días con el deseo de fregar a cuanto ser se ponga frente a nosotros. Gracias a ellos los gobernantes declaran la guerra a otros países, y gracias a ellos los soldados matan a mujeres y niños o estudiantes matan a estudiantes o  blancos matan a negros o negros matan a blancos o miembros de una religión acaban con otras religiones o cualquiera mata a cualquiera… ¡No importa! Lo interesante es derramar sangre y hacerle creer al ser humano que la intolerancia es la clave de la vida misma. 
Por cierto,  los ácaros gringos son una especie superior. Ellos son el lado oscuro, el más oscuro de todos, ése al que Darth Vader sin duda envidiaría. Porque ellos no sólo experimentan  para saber en cuánto tiempo puede acabar la raza humana consigo misma. ¡No! Ellos investigan: ¿En cuanto tiempo pueden acabar los gringos con aquellos que son diferentes a ellos, o sea, con el resto del mundo… y consigo mismos? Y créanme las investigaciones están muy avanzadas. Los ácaros de aquellas tierras trabajan día y noche sobre un estudio de caso en el Medio Oriente y felices  por los resultados, ahora comenzarán a trabajar en otros sectores del planeta.
Pero bueno, que los ácaros modifiquen nuestro cerebro puede ser un buen pretexto para justificar algunas de nuestras carencias: no me gusta trabajar, por culpa de los ácaros, la política es un  asco por culpa de los ácaros, la cultura se ha perdido por culpa de los ácaros, los libros han sido olvidados por culpa de los ácaros  y descuidamos  la flora y la fauna por culpa de los ácaros. Es más, el calentamiento global se presenta…  ¡Sí… por culpa de los ácaros!
¡Los ácaros! Así que  cada vez que vayamos a la cama y digamos a alguien: “Lo consultaré con la almohada”, tengan por seguro que así será, pues los ácaros se encargarán de ello y no nos dejarán jamás.




                             

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