El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Cuentos de Felipe



Hace algunos años le di vida a un pequeño hombre (los niños le llaman duende):  Felipe. Escribí tres cuentos sobre él que fueron publicados en la revista electrónica Letralia.  Algunos niños los leyeron y me hicieron llegar imágenes que aquí adjunto.

Alimentando a El Viento

—Grrrrr —un sonido hueco y profundo se dejó escuchar.
Y sin más, nuevamente se volvió a oír ese extraño Grrrr que rompió el silencio de la noche. Era una noche fría, lluviosa como todas las noches de julio. Tan fría que los perros tenían flojera de ladrar.
—No puede ser... Creo que voy a morir de hambre esta noche. Cada vez es más difícil conseguir comida —era la voz de un hombre regordete, de cabello negro, cejas prominentes y una ancha nariz.
Sin pensarlo más, aquel hombre se puso su deshilachado chaleco, una mochila a cuadros azules en los hombros y salió de ese pequeño cuarto que le servía de habitación. Caminó por varios pasadizos, bajó algunas escaleras y después de un momento ya estaba frente a una mesa. Pero no era una mesa común: era una enorme mesa de madera con un mantel rojo. Era tan grande que el hombre, aun parado, apenas si llegaba debajo de un cuarto de una de las patas.



Felipe y el gato contra…  el perro 

Después de que Felipe se convirtió en amigo del dueño de la casa donde vivía, que por cierto se llamaba Octavio, a éste se le ocurrió comprar un gato. Al principio a Felipe no le gustó mucho la idea, pues tenía miedo de que el gato se lo comiera, pero Octavio le prometió que eso jamás sucedería. Al contrario, el gato sería una gran compañía para Felipe cuando Octavio y Lola salían de casa a visitar a sus amigos o de vacaciones a la playa.
Así que un día cualquiera la puerta de la casa se abrió y el hombre gritó: “¡Felipe, hemos llegado!”.
Felipe llegó hasta la sala, deslizándose alegre por la resbaladilla que Octavio le había construido cerca de la ventana, para que llegara más rápido y no se cansara subiendo y bajando escaleras. Octavio mostró sus manos, que hasta ese momento mantenía escondidas tras su espalda, y Felipe vio una pequeña bola de pelos.
Después de que Felipe se convirtió en amigo del dueño de la casa donde vivía, que por cierto se llamaba Octavio, a éste se le ocurrió comprar un gato. Al principio a Felipe no le gustó mucho la idea, pues tenía miedo de que el gato se lo comiera, pero Octavio le prometió que eso jamás sucedería. Al contrario, el gato sería una gran compañía para Felipe cuando Octavio y Lola salían de casa a visitar a sus amigos o de vacaciones a la playa.
Así que un día cualquiera la puerta de la casa se abrió y el hombre gritó: “¡Felipe, hemos llegado!”.
Felipe llegó hasta la sala, deslizándose alegre por la resbaladilla que Octavio le había construido cerca de la ventana, para que llegara más rápido y no se cansara subiendo y bajando escaleras. Octavio mostró sus manos, que hasta ese momento mantenía escondidas tras su espalda, y Felipe vio una pequeña bola de pelos.



Los ladrones de la Luna

Ese día había sido muy agitado: Luna y Felipe jugaban a las escondidillas en la cocina; de pronto, el gato trató de esconderse, saltó sobre la mesa, sus uñas se atoraron en el mantel y una botella de aceite cayó sobre él, seguida de varias ollas y trastos. Luna maulló por el susto y Lola y Octavio llegaron aprisa cuando escucharon el ruido. Encontraron a Luna debajo de una olla todo embadurnado de aceite. Felipe corrió a ver qué le había pasado a su amigo y cuando vio su pelo graso lo reprendió fuertemente... ahora tenía que bañarlo. Lola calentó un poco de agua y la colocó en una charola en el baño, donde Felipe pasó más de una hora quitándole la grasa al pequeño gato. Cuando hubo terminado, peinó delicadamente el pelo de Luna.
Por la noche, los dos subieron a su casa, después de cenar un par de galletas con leche tibia y un poco de fruta... porque, si no lo sabían, Felipe había enseñado a Luna a comer fruta y algo más. Y la que más le gustaba era la papaya y los cacahuates, los cuales pelaba muy bien con sus pequeños dientes.



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