El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

La verdad mata



Por María Celeste Vargas Martínez

Su corazón latía frenético y un olor a gasolina entraba lentamente por su nariz amoratada. Su cabeza chocaba con algunos tubos y el miedo cobijaba su cuerpo dolido por los golpes.
-   ¡Cuídala… y a los niños! – susurró.
El auto frenó. Su quijada comenzó a temblar. El portaequipaje se abrió y un una luz lo cegó. “¡Llegó tu hora!”, dijo uno de los hombres.
Él ya no quiso hablar: ellos callarían sus palabras. Las lágrimas se agolparon en sus ojos.
-   ¿Creíste que la policía te iba a ayudar? ¿Quién crees que nos dijo?
            Un disparó y una ráfaga. Cayó de rodillas, para después quedar sobre la tierra.
-          ¡Pinches periodistas! – dijo un hombre.
El auto se alejó y la muerte, profunda y sola, se inclinó sobre él y lo abrazó. 

                                                      *                      *                  *

 Nota: Por desgracia vivimos en un país donde la verdad puede matar. La impunidad y la inseguridad deambulan todos los días por las calles olvidadas de nuestra nación. A nadie le importa que México sea un país peligroso para los periodistas. Nadie parece pensar en los periodistas muertos y desaparecidos. ¿Por qué habrían de hacerlo? No son sus esposos o esposas, sus hermanos o hermanas, sus hijos o hijas… ni siquiera son conocidos. Pero la muerte de un periodista es otro paso de la sociedad al silencio, a la apatía… a la oscuridad.
            No más periodistas muertos. No más mexicanos asesinados y desaparecidos.
 Porque los periodistas también tenemos derecho a gritar.




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