Su respirar es agitado: parece que
sus pulmones realizan un enorme esfuerzo al filtrar el aire. Grandes ojeras rodean sus
ojos y su piel está marchita. Días atrás hizo una mueca, ligera, pero pude
verla. Su labio inferior se curvó y un par de pliegues surgieron en su mejilla.
Me pregunto si es mucho su dolor,
aunque para reconfortarme pienso que esa
expresión nace de sus recuerdos. Sí, creo que de pronto piensa en su madre o en
su esposa o en sus hijos y entonces todo su ser se aflige y esa mueca es la
forma de lamentarse de su momentánea invalidez. Ayer abrió los ojos un momento
y me vio: fijó sus negras pupilas en mí. Fueron sólo unos segundos pero puede
ver algo en sus ojos… había algo en su mirar. Hoy ni siquiera ha despertado y
sus labios no se han plegado. Está firme, sus músculos parecen tensos. Me
acerqué a él y sentí sus manos frías, su rostro helado. Lo cogí un momento y le
di calor.
- ¿Sigues ahí?... ¡Cuando
te decidas me hablas! – sugiere mi
hermana quien complacida se marcha llevando de la mano a un par de niños.
Olvidé sus nombres. En
la madrugada, cuando llegaron, me dijeron cómo se llamaban. Charlé con ellos
antes de que mi hermana llegara y me dijera: “Ni lo creas, ellos son míos.”
Entonces, la mirada de incertidumbre y miedo de los pequeños desapareció.
¡Pablo y Marga! Y son hermanos, ella es dos
años mayor al pequeño. Ambos vivían tranquilos con su madre, hasta que a ella
se le ocurrió llevar a su nueva pareja a vivir a casa. Todo cambió.
Ahora se van. La niña,
de cabello rizado, me dice adiós y
por la expresión de su rostro sé que ya
no tiene dolor; su hermano está triste, quizá confundido, pues no ha volteado a verme. Los tres se marchan, se
alejan por el angosto pasillo.
Volteo hacia la cama y
él sigue sin moverse.
Tengo mucho tiempo
para pensar en él. Si tan solo supiera un poco de su vida, me sería más fácil
tomar una decisión. Hace tres días pensé
en un padre de familia, tenía tres hijos, todos ellos en edad escolar; su
esposa, una mujer amable que le preparaba
el desayuno todos los días porque muy temprano el hombre se marcha a trabajar. Pero ayer, vio sus dedos amarillentos,
al igual que sus dientes, y sus manos eran muy delgadas y débiles para trabajar en una fábrica. También
descubrí una herida cerca del hombro… parece una bala. Y pensé que quizá no es
un buen hombre.
Suspiro.
¿Por qué es tan
difícil?
¿Por qué no puedo ser
como mis dos hermanas?
Ellas, sin titubear,
toman una decisión. Una llega, observa detenidamente y sin más, coge una silla y se sienta cerca de la cama.
La otra entra, observa la enorme estancia y con una mirada veloz hurga entre
las camas. Camina de una cama a otra y… ¡ya está, ha tomado una decisión! Ambas, tranquilas esperan o actúan de forma
rápida, según sea el caso. Pero yo, yo no puedo hacerlo con la misma certeza,
me es tan difícil que a veces quisiera tener el carácter de ellas.
Quizá deba darle un poco más de
tiempo. Tal vez, hoy por la tarde vea a una mujer caminar por el largo pasillo desolado,
busque entre las camas y lo encuentre. Y mientras él está
inmóvil, ella le hable de su vida, de todo lo que es, de lo todo lo que
fue y de lo que podría venir. Tal vez
venga y yo tomaré una decisión.
Dos enfermeras
atraviesan el pasillo, empujan una camilla, en ella un hombre delgado con la
mano caída y los ojos perdidos parecen contemplar las luces del techo. Me alejo
de la cama: quizá pueda tomar una decisión rápida con él. Caminó hacia la
puerta, pero mi hermana se dirige, tranquila, pausada y sonriente, en la misma
dirección donde se han perdido las enfermeras.
- Es mejor si lo haces rápido… Recuerda que
andaré por aquí - me dice ella.
- No te creas con el
derecho de poseer todo, yo también estoy aquí – afirma mi otra hermana tras de
mí.
Ambas se alejan. Hago
una mueca y giro el rostro para contemplar al hombre sobre la cama.
- Tranquila, a veces,
debes tomarte un poco más de tiempo – asegura mi hermana mayor que ya regresa.
“Si yo fuera como
ellas”, pienso y antes de llegar a mi
lugar al lado del catre volteo y mi hermana ya va por el pasillo con el joven
de la camilla. Me pregunto si seré indecisa porque soy la
más pequeña: mi hermana mayor tiene todo en sus manos, es inteligente y
decidida, aunque a veces se toma su tiempo para meditar; mi otra hermana es
aventurera, complaciente y precipitada, a veces no le importa nada… ella llega y
hace lo que debe. Aunque en ocasiones mi
hermana mayor la reprende por ser tan
precipitada y, sin más, deshace todos
sus planes. Entonces, furiosa, se va a la calle, al campo, a la ciudad, al metro,
a donde sea y causa destrozos en grados
mayores. No les importa cuántos ni quienes: sólo cumple sus caprichos a su
antojo. Mi hermana mayor nunca hace eso,
ella sólo hace lo que debe en menor escala, es más, a veces es imperceptible y
sus acciones son borradas por la voracidad de mi otra hermana.
- ¿Ya has tomado una
decisión? Me estoy aburriendo en este lugar, creo que debo salir a la calle –
me susurra mi hermana al oído.
- A nuestra hermana no
le gustará si haces eso – afirmo yo para persuadirla.
- A ella no le
importa, está concentrada en la mujer embarazada y el par de hijos que lleva en
el vientre, ¿crees que notará que me he
ido?
- Quizá deberías ser
más prudente.
- ¿Prudente?... ¡Por
favor, cada una de nosotras tiene una labor!... Yo sólo cumplo la mía y ya es
momento de que hagas tu parte – señala
ella antes de salir del lugar.
La estancia es grande,
muy grande, calculo que habrá más de treinta camas: acomodadas en dos hileras. Los techos son altos y delgadas lámparas
cuelgan de ellos. Un pequeño buró yace al lado de cada cama y una cortina les
da más privacidad a las personas. Mi hermana se ha ido y ya creo escuchar
afuera disparos, gritos. Me asomo a la ventana y hay algo de humo a lo lejos.
Si fuera como ella de decidida, todo sería más fácil. Pero no, aquí estoy
pensando en qué debo hacer. Todos creen que el mundo está regido por binomios:
arriba-abajo, afuera-adentro, negro-blanco… vida-muerte. Pero no es así, porque
en medio siempre hay algo, algo que está ahí aunque no pueda tocarse y para
muchos pase desapercibido. Todos creen que mis hermanas son lo único que
existe: la vida y la muerte. Parece no haber más. Pero no es así, en medio de
ellas estoy yo y a mí me ha tocado el trabajo más difícil porque antes de que
lleguen ellas soy yo quien puede decidir si alguien vive o muerte. Mientras mi
hermana la vida se abre paso en medio de la oscuridad y mi hermana la muerte se
extiende decidida sin siquiera titubear, yo debo pensar en si es menester dejar
vivir a alguien o hacer que simplemente su huella desparezca.
Y ahora estoy aquí y
no sé si él se irá conmigo.
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