El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

martes, 25 de agosto de 2015

No sé si él se irá conmigo





Su respirar es agitado: parece que sus pulmones realizan un enorme esfuerzo al  filtrar el aire. Grandes ojeras rodean sus ojos y su piel está marchita. Días atrás hizo una mueca, ligera, pero pude verla. Su labio inferior se curvó y un par de pliegues surgieron en su mejilla. Me pregunto si es  mucho su dolor, aunque  para reconfortarme pienso que esa expresión nace de sus recuerdos. Sí, creo que de pronto piensa en su madre o en su esposa o en sus hijos y entonces todo su ser se aflige y esa mueca es la forma de lamentarse de su momentánea invalidez. Ayer abrió los ojos un momento y me vio: fijó sus negras pupilas en mí. Fueron sólo unos segundos pero puede ver algo en sus ojos… había algo en su mirar. Hoy ni siquiera ha despertado y sus labios no se han plegado. Está firme, sus músculos parecen tensos. Me acerqué a él y sentí sus manos frías, su rostro helado. Lo cogí un momento y le di calor.
- ¿Sigues ahí?... ¡Cuando te decidas me hablas! – sugiere  mi hermana quien complacida se marcha llevando de la mano a un par de niños.
Olvidé sus nombres. En la madrugada, cuando llegaron, me dijeron cómo se llamaban. Charlé con ellos antes de que mi hermana llegara y me dijera: “Ni lo creas, ellos son míos.” Entonces, la mirada de incertidumbre y miedo de los pequeños desapareció.
 ¡Pablo y Marga! Y son hermanos, ella es dos años mayor al pequeño. Ambos vivían tranquilos con su madre, hasta que a ella se le ocurrió llevar a su nueva pareja a vivir a casa. Todo cambió.
Ahora se van. La niña, de cabello rizado,  me dice adiós y por  la expresión de su rostro sé que ya no tiene dolor; su hermano está triste, quizá confundido, pues no  ha volteado a verme. Los tres se marchan, se alejan por el angosto pasillo.
Volteo hacia la cama y él sigue sin moverse.
Tengo mucho tiempo para pensar en él. Si tan solo supiera un poco de su vida, me sería más fácil tomar una decisión.  Hace tres días pensé en un padre de familia, tenía tres hijos, todos ellos en edad escolar; su esposa, una mujer amable que le preparaba  el desayuno todos los días porque muy temprano el hombre se marcha  a trabajar. Pero ayer, vio sus dedos amarillentos, al igual que sus dientes, y sus manos eran muy delgadas y débiles  para trabajar en una fábrica. También descubrí una herida cerca del hombro… parece una bala. Y pensé que quizá no es un buen hombre.
Suspiro.
¿Por qué es tan difícil?
¿Por qué no puedo ser como mis dos hermanas?
Ellas, sin titubear, toman una decisión. Una llega, observa detenidamente y sin más,  coge una silla y se sienta cerca de la cama. La otra entra, observa la enorme estancia y con una mirada veloz hurga entre las camas. Camina de una cama a otra y… ¡ya está, ha tomado una decisión!  Ambas, tranquilas esperan o actúan de forma rápida, según sea el caso. Pero yo, yo no puedo hacerlo con la misma certeza, me es tan difícil que a veces quisiera tener el carácter  de ellas.
            Quizá deba darle un poco más de tiempo. Tal vez, hoy por la tarde vea a una mujer caminar por el largo pasillo desolado, busque entre las camas y lo encuentre. Y mientras  él está  inmóvil, ella le hable de su vida, de todo lo que es, de lo todo lo que fue y de lo que podría venir.  Tal vez venga y yo tomaré una decisión.
Dos enfermeras atraviesan el pasillo, empujan una camilla, en ella un hombre delgado con la mano caída y los ojos perdidos parecen contemplar las luces del techo. Me alejo de la cama: quizá pueda tomar una decisión rápida con él. Caminó hacia la puerta, pero mi hermana se dirige, tranquila, pausada y sonriente, en la misma dirección donde se han perdido las enfermeras.
-  Es mejor si lo haces rápido… Recuerda que andaré por aquí - me dice ella.
- No te creas con el derecho de poseer todo, yo también estoy aquí – afirma mi otra hermana tras de mí.
Ambas se alejan. Hago una mueca y giro el rostro para contemplar al hombre sobre la cama.
- Tranquila, a veces, debes tomarte un poco más de tiempo – asegura mi hermana mayor que ya regresa.
“Si yo fuera como ellas”,  pienso y antes de llegar a mi lugar al lado del catre volteo y mi hermana ya va por el pasillo con el joven de  la camilla.  Me pregunto si seré indecisa porque soy la más pequeña: mi hermana mayor tiene todo en sus manos, es inteligente y decidida, aunque a veces se toma su tiempo para meditar; mi otra hermana es aventurera, complaciente y precipitada, a veces no le importa nada… ella llega y hace lo que debe.  Aunque en ocasiones mi hermana mayor la reprende  por ser tan precipitada y,  sin más, deshace todos sus planes. Entonces, furiosa, se va a la calle, al campo, a la ciudad, al metro, a donde sea y causa  destrozos en grados mayores. No les importa cuántos ni quienes: sólo cumple sus caprichos a su antojo.  Mi hermana mayor nunca hace eso, ella sólo hace lo que debe en menor escala, es más, a veces es imperceptible y sus acciones son borradas por la voracidad de mi otra hermana.
- ¿Ya has tomado una decisión? Me estoy aburriendo en este lugar, creo que debo salir a la calle – me susurra mi hermana al oído.
- A nuestra hermana no le gustará si haces eso – afirmo yo para persuadirla.
- A ella no le importa, está concentrada en la mujer embarazada y el par de hijos que lleva en el vientre,  ¿crees que notará que me he ido?
- Quizá deberías ser más prudente.
- ¿Prudente?... ¡Por favor, cada una de nosotras tiene una labor!... Yo sólo cumplo la mía y ya es momento de que hagas tu parte –  señala ella antes de salir del lugar.
La estancia es grande, muy grande, calculo que habrá más de treinta camas: acomodadas en dos hileras.  Los techos son altos y delgadas lámparas cuelgan de ellos. Un pequeño buró yace al lado de cada cama y una cortina les da más privacidad a las personas. Mi hermana se ha ido y ya creo escuchar afuera disparos, gritos. Me asomo a la ventana y hay algo de humo a lo lejos. Si fuera como ella de decidida, todo sería más fácil. Pero no, aquí estoy pensando en qué debo hacer. Todos creen que el mundo está regido por binomios: arriba-abajo, afuera-adentro, negro-blanco… vida-muerte. Pero no es así, porque en medio siempre hay algo, algo que está ahí aunque no pueda tocarse y para muchos pase desapercibido. Todos creen que mis hermanas son lo único que existe: la vida y la muerte. Parece no haber más. Pero no es así, en medio de ellas estoy yo y a mí me ha tocado el trabajo más difícil porque antes de que lleguen ellas soy yo quien puede decidir si alguien vive o muerte. Mientras mi hermana la vida se abre paso en medio de la oscuridad y mi hermana la muerte se extiende decidida sin siquiera titubear, yo debo pensar en si es menester dejar vivir a alguien o hacer que simplemente su huella desparezca.
Y ahora estoy aquí y no sé si él se irá conmigo.

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