El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

martes, 25 de agosto de 2015

Salomé, una perra que jamás tuvo una familia




Salomé era una excelente compañía.  En poco tiempo aprendió a dar la pata, pedir comida, sentarse y jugar basquetbol.   Era noble, protectora, juguetona e inteligente.  Salome era una perra criolla negra y  no era nuestra, pues pertenecía a  alguien, como muchos en este país insensible, que sólo la tenía para cuidar  la casa. A temprana hora  le abrían la puerta  y todo el día estaba en la calle. A ellos no les importaba que el calor afuera estuviera a 30 grados, que su lengua, sedienta, pidiera un poco de agua, que su estómago tuviera hambre. Tampoco les importaba que la lluvia, densa y potente, cayera  y la empapara. Ni mucho menos que tuviera pulgas y su pelaje estuviera descuidado. Sólo  cuando el sol estaba a punto de caer, la puerta de su casa se abría y la perra entraba. Podía pasar todo el día en la calle y a sus dueños les tenía sin cuidado que no comiera. Salomé olía mal, pues rara vez la bañaban, tenía un colmillo roto y una uña de su pata izquierda en la misma condición. Sus otras uñas estaban largas y  al caminar producía un ligero sonido con ellas. Sus ojos generalmente estaban sucios y no llevaba un collar que le diera pertenencia a un ser humano. Quizá jamás fue llevada a un veterinario para verificar su estado de salud.
                Salomé amaba las croquetas, el pan de dulce, el pan blanco con mermelada de fresa y el yogurt de durazno… Aunque claro, jamás decía que no a un hueso de pollo. Y le gustaba jugar con su pelota azul.  Pero un día Salomé desapareció y cuando escuché a su dueña decir: “Ni que hiciera falta la pinche perra”,  mi corazón se partió. Pero, ¿qué podía esperarse de quien no se da cuenta que a su lado tiene un ser vivo? Mi esposo y yo la buscamos, porque a nosotros sí nos dolió su ausencia: no tuvimos suerte. Su “familia” no la sintió. Después se harían de otro perro para echarlo a la calle y tenerlo abandonado.
                Como esa “familia” y como la historia de Salomé  hay muchas en México. Se piensa que los animales son sólo objetos a los cuales se les presta atención de vez en cuando: “los perros son para cuidar la casa”; “los gatos para evitar tener ratones”; “las aves para que hagan ruido” y todos los animales “para que acompañen”. Son muchos quienes no cuidan a sus perros y estos terminan en las azoteas, en las marquesinas, en la calle, encadenados en el patio o, como Salomé, olvidados. Perros y gatos  acaban en el mismo lugar .

            En estos tiempos actuales se habla más que nunca de protección animal, pero cuantos de nosotros en realidad tenemos la capacidad de ver que a nuestro lado no está un guardián, un  cazador o un acompañante… A nuestro lado está un ser vivo que necesita cuidados, protección y alimentación y ,a diferencia de Salomé,  una verdadera familia de la que sea miembro.  

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