El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

lunes, 5 de octubre de 2015

Nuestras mascotas que no lo eran



Por María Celeste Vargas Martínez y Daniel Lara Sánchez

Las mascotas son una parte importante de la vida del ser humano, son un miembro más de la familia. Las mascotas nos reconfortan, nos acompañan, nos cuidan y nos dan amor. En estos días hemos estado pensado en “nuestras” mascotas. ¿Por qué las comillas? Porque todas ellas han sido nuestras sin serlo en realidad. Por lo general uno se hace de una mascota cuando la compra o pide a alguien que se la regale. Uno decidió tener un animal en casa, cuidarlo y protegerlo. En nuestro caso no ha sido así, pues todos, inteligentemente, nos adoptaron a nosotros. Sí, fueron ellos quienes nos escogieron para estar a su lado.
                El primero fue un viejo y flaco gato negro. Un día se apareció en la ventana, maulló y poco después, en menos de dos semanas, formó su pandilla. A El Negro, como lo bautizamos, le siguieron El Gris y La Don Gato (tardamos unos días en convencerla de acercarse a nosotros y ahí descubrimos que era hembra... ni modo, el nombre ya lo tenía y no se lo cambiamos).
                Continuaron La Pantera I, Silvestre, El Esponjoso, Guizma, El Payasito, El Montés (a quien nuestra pequeña sobrina le decía “El Camotes”) y la Pantera II. La mayoría de ellos eran callejeros, salvo La Don Gato, El Gris (quienes eran de los vecinos de al lado) y La Pantera II. Esta última, una bella gata de pelaje sedoso, con más de trece kilos de peso, quien decidió dejar a sus dueños para permanecer con nosotros. Un animal tan bien cuidado que tenía alergia a las pulgas de los gatos callejeros. A La Don Gato y a La Pantera las bañábamos con regularidad, pero cuando El Negro veía las cubetas de agua caliente, no lo volvíamos a ver hasta una o dos semanas después. Era el gato más sucio de todos.
                Luego llegó El Boby’s, un pequeño maltés a quien las gatas no dejaban en paz. Un perro que nunca ladraba, lo creíamos mudo, hasta que un día sorprendió a todos con su potente y enérgico ladrido.  Siguió Huck, un beagle negro, más que perro parecía un barril sin fondo: siempre tenía hambre. Le pusimos Huck por sus ojos tristes y porque su familia se mudó y lo abandonó. Huck, como el inseparable amigo de Tom Sawyer, quien vivía como podía en lo alto de un árbol… en el fondo teníamos la esperanza de que en algún momento, el pequeño beagle encontrara a su Tom. Desde el día en que nos visitó por primera vez, no sólo iba a comer, sino a hacer la siesta y a cuidar lo que, a su parecer, era de su propiedad, se apegó a nosotros.
                Y finalmente, Salomé. La gran perra negra, protectora y juguetona, a quien no le gustaba que descansáramos cuando ella estaba presente: sin más nos empujaba por la espalda para que continuáramos jugando. Era curiosa, cual gato: siempre estaba atenta a nuestras acciones. Era cariñosa: nos apresaba con sus patas delanteras y restregaba su cabeza en nosotros. Pedía comida tronando las quijadas y le gustaba que le rascáramos la cabeza y el cuello.
                En estos momentos tenemos un montón de pájaros (gorriones, palomas y colibríes) a quienes alimentar. Los primeros han hecho nidos en los árboles del jardín, las segundas pasan la noche en las ramas y los terceros sólo vienen a comer. Por si fuera poco, también hay un par de lagartijos (uno negro y uno verde) quienes le roban la comida a los pájaros.
                 
                Como verán, hemos tenido muchas mascotas, sin que ninguna haya sido nuestra en realidad. Adoptamos gatos y perros abandonados; adoptamos gatos y perros con “dueños” quienes, seguramente, no les daban un hogar. Pero la verdad, todos esos animales nos adoptaron a nosotros, nos dieron un hogar cálido y nos regalaron momentos llenos de alegría y amor.
                Por el momento no tenemos perros ni gatos, pero sabemos que tarde o temprano uno tocará a nuestra puerta y decidirá quedarse con nosotros. 

                Aquí un viejo poema sobre algunas de “nuestras” mascotas:

Don gato era traviesa,
coqueta
y gustaba dormir a sus anchas,
cuando dormía más parecía
que a la muerte visitaba
y luego de larga
muy larga charla con ella
tranquila regresaba,
abría sus ojos bizcos
y con pereza se levantaba,

Don gato             era   gata
mas de lejos yo no veía nada,
se parecía
a ese gato dibujado y pícaro
que de niña yo amaba,
sólo le faltaba el sombrero y el chaleco
pero dije que Don gato se llamara,
pues el sexo no me importaba,

era celosa
y cuando Daniel
fotografiaba a la Pantera,
Don gato enfurecía
y sin más
un golpe en la cabeza a él le daba,

la Pantera era fiel,
aunque de extraño comportamiento,
y muchas veces
pedí a gritos un psicólogo para ella,
sus temores
más de uno eran:
los gatos
los ratones
los juguetes plásticos
y los ruidos en la noche,

la Pantera estaba loca
y lo único que faltaba
las pulgas: le afectaban,
pero era tierna
amorosa
y a todos             después              cuidaba,

el Gris huraño,
Silvestre juguetón
- el preferido de aquella -
el Esponjoso glotón
-          un hueso bien asado
nunca despreciaba
y cuando se enchilaba
corría al lavadero y el agua          poco le duraba  -
el Montés con mirada perversa
-    rechazado
por su ojo casi cerrado,
pero era fiel a su manera -
el Payasito me daba miedo,
el Huesos demasiado flaco,
el Pantera sigiloso,
la Guizma productiva
y tierna,

y el Negro
sucio
indiferente,
si ponías la mano sobre su lomo
una nube de polvo se alzaba,

él los trajo a todos,
llamó una vez a la ventana
y yo
- inocente -
le ofrecí comida
para que se marchara,
regresó un día
y otro
y cuando vimos
ya eran diecisiete los gatos huérfanos
que en nuestra casa estaban,

la comida aumentó
y los gatos no paraban,
a veces pienso
que entre ellos se llamaban,
corrían la voz
que en nuestra casa
a cualquiera no le faltaba nada,

pero, ¿el perro?
¿Quien le dijo al perro
que los animales nos gustaban?
los perros y los gatos no se llevan,
mucho menos se hablan,
la Don gato odiaba al perro
y entre ella y Guizma lo acosaban,
una lo distraía
mientras la otra
sobre su yugular se lanzaba,

uno más y  aumentó la lista,
pero a él
las salchichas le gustaban,

todos eran buenos,
fieles y tercos,
y por la noche
agradecidos
nos cuidaban.

No hay comentarios:

Publicar un comentario