Por María Celeste Vargas
La carretera abre su larga bocaza
los árboles el viento
los carros a un lado pasan,
me siento vacía la soledad me abraza,
sonríe y devora mis lágrimas,
llego a un pueblo
la habitación aguarda,
solitaria noche y la cama helada,
el sueño se aleja canta en esa rama,
el día llega
camino entre calles
ella ofrece su mirada,
en sus brazos un niño en su rostro la infancia,
él descalzo ella con largas enaguas,
cabello trenzado piel morena
y las manos el trabajo
las desangra,
bebo algo y la contemplo,
las
muñecas en sus brazos podrían hacer casa,
el mesero una copa acerca:
“El caballero la envía” - serio señala,
desliza una tarjeta:
“Una mujer bella siempre debe estar
acompañada”,
tomo la pluma y mis letras corren apresuradas,
busco a la mujer sus pasos se marchan,
una
mueca en el rostro de aquél se
dibuja
mis letras no son lo que
esperaba,
dejo el lugar la copa está intacta.
Días soleados,
me uno a grupos y la aventura aguarda,
agua y grandes caminatas,
escalada
el desierto
canciones
y noches estrelladas,
el viento golpea mi rostro
la lancha apresurada se marcha
las aves buscan alimento
y las historias se entrelazan,
la noche inmensa,
la habitación ya no es tan solitaria
quizá
pronto alguien se refugie en esta cama.
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