El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

En mi país hay muchos Méxicos



Por María Celeste Vargas Martínez

Ese día la muerte se acercó a dos hombres: el primero de ellos murió cuando un automovilista borracho lo atropelló. Falleció con el estómago vacío porque esa tarde prefirió comprar el medicamento de su hija Martha y dejar la comida para la hora en que pudiera llegar a casa; el segundo, sucumbió ahogado con una semilla mientras estaba sentado en su amplísima sala observando en su pantalla plana una película, a su lado su  inseparable amigo  Max, un perro boxer de raza pura, degustaba una suculenta carne sazonada exclusivamente para él.
Ambos vieron sus cuerpos inertes: uno sobre la fría y desolada calle y con el pie izquierdo descalzo (“De todas formas ya estaba roto y me entraba el agua por él”, se dijo el hombre triste al no encontrar su zapato en la avenida); el otro tirado sobre la alfombra que había comprado en Europa y con su pijama de seda.
            El primer hombre observa a la ciudad perderse y sólo deja de mirarla cuando siente un gran peso a su lado. Entonces  voltea, junto a él, sentado cómodamente, el segundo hombre. Los dos se miran, para luego fijar su atención en esa nube rechoncha  en la que están posados: no es muy grande y su color grisáceo asemeja al algodón sucio. 
La nube, sube por unos minutos, después baja, continua en forma recta,  gira a la derecha, vuelve a bajar y  sigue su marcha.
            El segundo hombre, alto, grueso como un ropero, cabello completamente peinado y piel olorosa, contempla  al tipo flaco de grandes ojeras, cabello revuelto, pantalón remendado y con un único zapato de obrero.
“¿Es la nueva moda andar con un zapato?” – pregunta el hombre gordo.
El otro lo mira sereno para responder, después de unos segundos, indiferente:  “¡Sí!”.
-          ¿Sabes dónde estamos? –  interroga el hombre obeso.
-          Imagino que iremos a parar a uno de los dos extremos que tiene la muerte – aclara el otro.
-          Seguramente iremos al cielo – señala alegre el hombre gordo mientras contempla bajo sus pies las casas, los parques y las calles que cada vez parecen más pequeñas.
La nube vuela nuevamente en línea recta y vuelve a descender. Ya no hay nada bajo sus pies ni sobre sus cabezas.
-       Qué  mala suerte tengo, apenas mañana iba a comer con el Señor Presidente, ahora mi hijo tendrá que ir solo. Ni modo, deberá explicarle el proyecto de empresas sustentables y casas ecológicas  que pensábamos hacer en la Rivera Maya.
El otro hombre lo examina sin decir nada. Sus ojos miran fijamente  hacia el frente tratando de ver algo en ese lugar con tan poca luz.
-       Se siente un dolor en el pecho dejar a ese México tan lleno de oportunidades. Ese México deseoso de gente que  invierta en sus lugares vírgenes  para construir hoteles de lujo. Un México solidario que le tiende la mano a cualquiera. Un México donde los niños son libres  y llenos de esperanzas para forjar su propio destino en la mejor universidad del mundo. Un México donde los grandes partidos de derecha cobijan a los pequeños grupos que apenas están aprendiendo a entender la política. Un México seguro y próspero…. Un México…  – el hombre  se detiene. Se lleva la mano derecha al rostro y limpia esa lágrima que debería estar ahí si las múltiples cirugías no le impidieran llorar.
El silencio se hace.
El hombre gordo suspira y observa extrañado al hombre de las grandes ojeras.
-          ¿No lo cree así, amigo? – pregunta desconcertado.
-          En realidad no sé si hable de su México o mi México – señala el hombre delgado mientras contempla a su acompañante.
-          ¿Qué no es el mismo país? – interroga molesto el hombre gordo.
-          Por supuesto que no.  En mi país hay muchos Méxicos: en mi México, mi hijo mayor murió  cuando un ladrón asaltó el autobús donde viajaba; y mi cuarto hijo falleció en cuidados intensivos cuando mi esposa dio a luz en el metro, después de ser rechazada  por cuatro hospitales,  su pequeña cabeza  chocó contra las frías lozas grisáceas de los andenes y sólo así el Seguro Social le hizo caso; y mis otras dos hijas no van a la escuela porque no nos alcanza el dinero…. En mi México, nosotros comemos dos veces al día: frijoles, arroz, nopales y,  cuando nos iba bien, retazo de pollo, es lo único que podíamos comprar. En mi México compramos medicamentos similares y tienes que hacer fila para adquirir algunos litros de leche. Y antes de morir en ese accidente, estuve en el fuego cruzado entre un grupo de narcos  y el ejército – el hombre guarda por un momento silencio y deja correr, libre, esa larga y callada lágrima que desciende por su rostro.
El otro hombre lo contempla con la boca abierta y un poco extrañado.
-              En tu México, tu hijo mayor será dueño de tu empresa y al menor le heredaste tu puesto en el partido; tú, tus hijos y tu esposa, tienen los mejores servicios de salud, que son pagados por el resto del pueblo  y todos  los atienden con un  inigualable servilismo. En tu México, comías cinco veces al día y sabes de  la inseguridad, los saltos y el narcotráfico porque lo ves en la televisión sentado cómodamente, caliente y seguro en tu hogar. En tu México imaginas que hay empleo y oportunidades para todos  y cincuenta y cinco pesos, el salario mínimo, te los gastas en el “viene viene” de  la calle  – el hombre guarda silencio y mueve ligeramente la cabeza. En mi México esos  cincuenta y cinco pesos deben alcanzar para la comida, la renta, el pasaje y los medicamentos.
El hombre gordo baja la cabeza y observa sus pantuflas italianas que cuelgan de sus pies fríos.
-          ¿Te das cuenta cómo no vivimos en el mismo México? Lo que ahora me pregunto y que en realidad me preocupa, es si el lugar a donde vamos será tu cielo y por lo tanto mi infierno – dice el hombre cabizbajo y de ojos borrosos.
-          ¿Mi cielo y tu infierno? – interroga molesto el hombre gordo.
-          Sí, mi infierno porque todavía estando muerto me mostrarás que tu descanso sigue siendo mejor de lo que era mi vida en ese México.

No hay comentarios:

Publicar un comentario