El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

lunes, 7 de agosto de 2023

Fragmento del libro “La mujer de la sombrilla azul”

 

 

Sin más preguntas nos pusimos a pintar. Ella nos dibujaba las siluetas, nosotros las rellenábamos, y al final Irma terminaba las imágenes. 

Por la tarde, el local lucía lleno de luz y vida.

Ella tenía razón, parecía que el mar se saldría de la pared y nos mojaría de súbito. Contenta, contempló el trabajo concluido. Aspiró fuerte, cerró los ojos y dijo: “¡Amo el olor de la mar!”.  Nosotros la vimos extrañados: sólo olía a pintura. Pero hablaba del mar en femenino y con un respeto y ternura como se hace de un ser querido.

-      Sé que tienen hambre, pero hoy no me ha dado tiempo de preparar nada. Iremos al mercado a comprar todas las cosas para mañana y comeremos en una de las fondas cercanas…  sólo para ver cómo está la competencia.

Subió a su casa mientras nosotros nos limpiamos un poco. Bajó minutos después cargando dos grandes canastas y su sombrilla azul a un lado. Ofreció una canasta a Benito y otra a mí. Juan traería lo que no cupiera ahí. Caminamos una calle abajo y seguimos por otra en forma de  y  para después bajar y llegar al mercado. Compró de todo y muchas cosas desconocidas para nosotros: en realidad no sabíamos que servían para cocinar. Ella caminaba alegre entre los puestos, sosteniendo su sombrilla abierta, preguntando por todo y regateando hasta obtener el más mínimo precio. Las canastas pesaban. Irma tomó algunas cosas con su mano libre para aligerarnos el peso. A nuestro regreso pasamos a la fonda “Las cazuelas” y nos sentamos en la única mesa vacía. Una delgada joven, novia de un primo de Juan, nos atendió. Irma contempló con detenimiento el menú, pareciendo sacar costos de cada platillo. Nosotros pedimos milanesa con papas y arroz (no era común comer carne) y ella quiso probar la sopa de verdura y el pollo en salsa roja. A nosotros la comida nos supo bien, pero Irma nos hizo saber que las verduras estaban sobre cocidas, el pollo un poco duro, el arroz crudo y a la salsa, además de especias, le había faltado espesura. Comió con desgana y mientras lo hacía contemplaba el rostro de cada uno de los comensales. Yo la miraba fijamente sin saber qué pensaba ella, pero la gran mujer, que ese día llevaba un vestido blanco con flores de colores,  sabía la opinión de cada comensal, con sólo ver su rostro: el hombre de la esquina, silencioso y de piel marchita, comía con tristeza, pensaba en la sopa caliente  y con ligero olor a pollo que su esposa le hacía cuando vivían juntos; los ancianos de la mesa cercana a la nuestra deseaban el queso fresco de su rancho, sería excelente cubrir sus enchiladas con él; el matrimonio próximo a la caja registradora anhelaba el olor a la carne recién asada hecha por sus madres después de llegar de un largo trabajo, mientras sus hijos querían esas hamburguesas de la esquina cuyo queso se derretía con sólo mirarlo.

Cuando terminamos pidió la cuenta y pagó. Nos fuimos rápido sin dejar propina.

-      Vaya, por la comida que ofrecen deberían cobrar menos. De ninguna manera ese lugar puede ser nuestra competencia – aclaró segura.

Siempre decía nuestra, como si nosotros fuéramos parte del negocio, cuando sólo éramos sus empleados o los pequeños ayudantes jugando a trabajar. 

Antes de llegar al local descansamos un poco.

-         Perdón por esa comida tan insípida, mis niños – nos dijo tan dulce mientras acariciaba nuestras cabezas. Pero mañana les haré algo para chuparse los dedos.

-         No estaba tan mal – señalé un poco apenado y esperando no me regañara.

Ella me contempló un rato y después lanzó una carcajada que hizo al hombre de la tienda brincar de susto cuando la escuchó de pronto: “Siempre debes buscar lo mejor mi niño y no conformarte con algo que no está tan mal”, me aclaró ella. Subimos las canastas a su casa. Ayudamos a sacar las cosas y ponerlas en el lugar donde nos decía. Ahora la cocina no sólo estaba llena de ollas de piso a techo; en una pared entera tenía cientos de frascos con miles de ramas, polvos y hojas.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario