Por María Celeste Vargas Martínez
Probablemente el nombre de José Sánchez no le dice nada, es
más, está seguro de jamás haberlo escuchado. No recuerda que la televisión
haya hecho mención de él, ni en la
estación de radio de música tropical que siempre escucha, ni en el periódico
popular que venden en todos los cruceros… No, el nombre no le dice nada. Pero,
a mi parecer, el nombre de José Sánchez deberíamos recordarlo todos y en
cualquier momento. ¿Por qué?, es muy
sencillo, quizá en el algún momento de
nuestra vida, nosotros seamos José Sánchez.
José Sánchez Carrasco
es el nombre de un jornalero que murió en la calle, fuera de un hospital. Sí,
murió después de estar cinco días recostado en el piso, cerca de una jardinera…
murió de hambre y deshidratación. ¿Ahora
recuerda? El hombre llegó en octubre al
Hospital General de Guaymas,
Sonora; una ambulancia lo llevó, se sentía enfermo y pretendía que lo atendieran.
Sin embargo, el 21 de octubre en una de las jardineras del lugar, donde había
permanecido, murió. El cuerpo del
jornalero jamás fue reclamado y el pasado 14 de
enero fue sepultado en la fosa común en el panteón “Héroes Civiles de
Guaymas” (después de permanecer 79 días en espera de que algún familiar lo
reclamara).
El
hombre, originario de Chihuahua, nacido en Guachochi, criado en Casas Grandes y
con 38 años de edad, “tuvo mala suerte”,
como se atrevió a decir el director del
hospital, José Alfredo Cervantes, ya que
exactamente el día en que murió, tenían
contemplado atenderlo. Aunque algunos aseguran, como el Secretario de Salud del
estado, que fue José quien se negó a ser
atendido nuevamente, después de llegar, trasladado en ambulancia, al área de
urgencias y recibir atención médica, salir del hospital y quedarse
en la calle.
En
el único testimonio que queda, una entrevista en video realizada por un medio
local, se observa un hombre mermado, con la carne pegada a los huesos, la vista perdida y los
ojos amarillos. José Sánchez es un cuerpo desnutrido, envuelto en una cobija gris, y cuya
hambre no es de apenas unas semanas: la desnutrición, el mal comer, seguramente
los arrastra desde años atrás (como muchos de nuestros campesinos mexicanos). En
el video, el hombre asegura que ingresó al hospital pero el médico no lo vio, y
que no puede ponerse en pie: “… como si fuera un muñequito que lo mojas, muy
remojadito y por allá cae…”, dice él al
explicar su falta de fuerza.
José
Sánchez murió. Su cuerpo quedó en la banqueta, bajo ese árbol que le dio sombra
por cinco días. Su muerte costó la destitución del encargado del hospital y una multa de 650 mil pesos… nada más. Eso es lo que costó la vida de un mexicano
pobre, muerto de hambre, enfermo, sin documentos que ratifiquen su pertenencia
al servicio de salud nacional: 650 mil pesos, una investigación y una
destitución.
Lo
cierto que es que los servicios de salud pública en México dejan mucho que
desear, porque cuando no es un jornalero que espera la muerte afuera de un
hospital, es una mujer que da a luz en la banqueta al no ser atendida, es un ser humano común y corriente al que se le
niega un servicio que le corresponde por
derecho… cuando uno es algo de eso,
tiene que batallar.
A
mi parecer, José Sánchez Carrasco murió por razones irrefutables y que generalmente están unidas: el pésimo sistema
de salud que se tiene en México, donde los seres humanos son sólo números en un
papel, cuerpos que son atendidos si a los médicos y a las enfermeras les da la gana. Un sistema de salud donde
muchos médicos y enfermeras han perdido el sentido humano y el juramento que
los primeros hacen al graduarse se les
olvida inmediatamente; el hambre que aqueja a un país que con una venda en los ojos parece negarlo
día a día. El hambre donde los partidos políticos pueden gastar los millones
que requieran las campañas de sus candidatos,
donde a los políticos sólo les importa seguir exprimiendo a un pueblo, tener
autos de lujo y relojes de marca; la apatía de la sociedad que al escuchar la
noticia de que un jornalero aguardaba en la calle en espera de ser atendido, no
hizo nada.
El
caso de José Sánchez dejó en claro (aunque muchos se nieguen a verlo) que ser
pobre, no tener seguro social (¿el
popular sirve para algo?), ni dinero para pagar una consulta no sólo es mala
suerte, sino sinónimo de muerte.
¿Hasta cuándo seguiremos viendo
y escuchando casos como éste? ¿Hasta cuándo la apatía, indiferencia, falta de
respeto, de humanidad, seguirán
generando en un México como el nuestro este tipo de situaciones? Creo que será
por mucho tiempo en que noticias como éstas seguirán surgiendo, por ello es
necesario que no olvidemos el nombre de José
Sánchez Carrasco… quizá algún día nosotros estemos en su lugar.
* * *
Nota: Esperemos que alguien conozca a su hermana
Juana Sánchez Carrasco, quien vive en Casas Grandes, Chihuahua, para que, por
lo menos, haga que la tumba de su hermano no esté inmersa en esa desolación que
José llevaba en los ojos.
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