El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

viernes, 7 de agosto de 2020

En silencio

Por María Celeste Vargas Martínez

 

No hay nadie. Sabía que a esta hora no habría nadie. Los pasillos están vacíos. Hace tanto tiempo que estoy aquí, o al menos eso parece. Siento como si todo estuviera congelado.  No hay sonidos, todo está quieto. Espero la ciudad también esté detenida. Esa pinche ciudad donde todos corren, empujan y gritan. Donde la gente pulula como cualquier sabandija; tropiezan con uno y ni siquiera piden perdón, pues van pensando en cómo pagarán la renta, el agua, la luz, el teléfono. O cómo le harán para comprarle a Paquito los zapatos, el uniforme, y ese montón de cuadernos que el chamaco  debe llevar a la escuela  todos los días aunque no los utilice. O quizá piensan en las palabras dichas por su patrón ayer en la tarde: “No, no, no… si a todos les subiera el sueldo, imagínate, me quedaría pobre. ¡Aguántate con eso!”. Sí, como él no paga renta, ni cuatro chamacos que mantener, ni gasta todos los días cincuenta pesos de pasaje, y tampoco come frijoles. ¡Qué fácil! A todo mundo le vale madre. Pero cómo pensar en los demás cuando no sabes qué hacer con tu propio mundo, con la vida escapándose.

            Hoy fue un día difícil. Muy difícil.  Por la mañana llegué tarde porque todos los micros pasaron llenos, la gente iba colgándose. Cuando llegué ya me esperaban los gritos de mi jefe: “Ésta es la última vez, para la próxima te me largas”. El escritorio lleno de papeles y cuentas por hacer. No pude salir a comer: “Eso es para mañana, más vale que lo acabes”. Mi esposa llamó por teléfono y ni siquiera me preguntó si ya había comido, sólo dijo:  “Vino don Rafa por lo de la renta, le dije que mañana cobrabas… Sí vas a cobrar, ¿verdad?”. Eso fue todo. A la hora de la salida voy a la caja: me descontaron mucho de la paga. No va a alcanzar.

            Alguien viene por el pasillo: que se vaya allá atrás. Sí, hasta el final donde no pueda ver nada. Tal vez no le guste lo que pasará. ¿Y a quién le puede gustar? Ya tengo mucho esperando. Las manos me tiemblan y escurren por ellas pequeñas gotas de sudor. Todo está en silencio. En el túnel se ve la luz, ya se acerca. Sigo temblando. No hay mucha distancia de aquí a las vías. Ahí viene, ya es hora… Siento el golpe. Las ruedas rechinan, la alarma suena. Se escuchan voces, alguien grita. No siento el cuerpo… Y todo vuelve a ser silencio. 

                                                                                                            (octubre, 2001)

 

 

 

                                             

 

 

 

                                                                                  


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