El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

lunes, 9 de diciembre de 2024

Tierra roja, más allá del planeta

 

XXX   Tierra roja

 

Por alguna razón, la cual sigo tomando como una reprenda por mi actitud ante el grupo, me han enviado a supervisar las antenas en la superficie. No soy el más apto para esos menesteres, ni siquiera me desplazo con rapidez arriba, pues el cuerpo siempre me pesa, pero debo guiar mis pasos al cráter y cumplir con la labor. Éste es enorme,  se dice fue hecho hace miles de años por una asteroide, aunque no es el único, pero sí de los más grandes. En él se construyeron altas torres negras para establecer la comunicación entre nosotros y otras razas, salvo con los humanos, cuyos avances aún están muy abajo de cualquier raza.

Las estructuras, destacan notablemente sobre el suelo rocoso y seco, por ello fueron construidas en el fondo de ese lugar, para no ser vistas fácilmente. El líder dice que en unos años los seres humanos enviarán pequeñas naves no tripuladas al planeta y  entonces podrían verlas. Aunque en realidad no le preocupa eso, no le gusta de los humanos el engaño a las personas comunes; ellos, a diferencia de nosotros, mienten con frecuencia. Si las descubren no lo dirán a los demás. “Los humanos son seres de oscuros secretos”, eso dice el líder

- ¡No debí quejarme! –  afirmo en voz baja.

Manifesté mi desacuerdo con una situación y el líder me castigó: ahora voy rumbo al cráter.  En alguna ocasión escuché decir a alguien que este planeta estuvo dotado de vida y todo era diferente. No sé de ello, porque nací aquí, siempre he vivido bajo tierra y recuerdo la superficie tan árida y triste como ahora, pero algunos hablan de las diferencias de antes. Nadie sale de las ciudades bajo la tierra,  sólo los líderes y los pilotos cuando deben viajar. Me gustaría ser piloto y adentrarme en las poderosos fuerzas de los agujeros de gusano, pero no, desempeño mi papel y nada más.

            El camino  es cansado y no me gusta estar mucho sobre la superficie, menos sólo. Crecí abajo, como todos mis compañeros,  salir significa un enorme desafío y me da miedo. Sí, los espacios abiertos me llenan de angustia y preocupación, algo conocido por el líder, de ahí el castigo.

            Después de un rato pienso en mi vida, en los años en este lugar y el motivo por el cual cuestioné a mi líder. Lo he meditado y jamás volveré a  manifestar mi punto de vista: sólo acataré órdenes. Antes de llegar al cráter es necesario subir una pequeña cuesta y después descender hasta el punto donde las estructuras se pueden observar. El ascenso es fácil, no así el descenso, pues las rocas sueltas pueden provocar un traspié.

            Esas estructuras oscuras yacen frente a mis ojos, puedo ver dos: asemejan más bien a garras metálicas, formadas con gruesas vigas entrelazadas entre sí.  Una de ellas podría estar destroza, no sé si por el clima u otras razas.  Si otras razas han llegado hasta aquí habrá problemas con la comunidad. Sigo caminando mientras trato de encontrar algún indicio paras descubrir al culpable.

            Espero no sean ellos.

            Ellos son feroces, bravíos y el raciocinio no fue otorgado a su cerebro. La violencia los domina, así como el deseo de apoderarse de otras tierras. Me dan miedo y no conozco a alguien que no les tema.

            Un grito.

            Mis pies se detienen, podría reconocer ese alarido donde sea.

            Rápidamente busco en todas direcciones: no hay nadie. Camino más aprisa, siempre observando a mi alrededor y cuando estoy cerca de las antenas nuevamente el sonido: se ha escuchado próximo. Creo que he caminado hacia él. Me detengo a unos centímetros de una oquedad.

            Silencio de mi parte.

            Nuevamente el grito frente a mi, bajo mis pies. Sin poder moverme y agitado, estiro un poco la cabeza y puedo ver dentro del pozo a uno de ellos.

-    ¡No puede ser! – me digo aterrado.

Ahí está él con su piel grisácea, tendiendo a la oscuridad, sus ojos rojos enfurecidos, los dientes afilados y las escamas con un ligero brillo. Su rostro de reptil está dotado de ira, me observa  enfurecido, cuando trato de retroceder se abalanza  sobre mi y entonces todo se vuelve oscuro y en silencio.

Diario de un bicho raro

 

XVII   Soledad en el mar

 

En el mar hay un par de náufragos apegándose a la vida, quieren vivir, necesitan hacerlo. Un trozo de tierra es suficiente cuando alguien pretende luchar. Piensan en su familia, sus hijos. Yo puedo verlos desde el lugar donde estoy. A la lejanía los puedo ver, ¿dónde estoy yo?  A veces parecen acercarse, se les nota el cansancio, la sed y el hambre, aunque es más palpable la fuerza y los deseos de vivir.

            Debo llevar hasta ellos la ayuda, guiar los barcos, llevar a aquellos quienes los buscan. Debo hacerlo… deben sobrevivir porque tienen varios días perdidos y sus familias los buscan, los esperan. Uno de ellos parece muy cansado y sus fuerzas flaquean. El otro sólo cierra los ojos y piensa en su familia, ellos le dan fuerza  y vuelve a cargarse de energía.

            Debo guiar a los barcos  hasta ellos, me han buscado a mi. Su dolor me ha encontrado. Su desesperación me hizo verlos, pero ahora debo llevar a los barcos hacia ellos, como hice aquella vez en las torres gemelas.

Diario de un bicho raro

 

VI  Torres gemelas

 

Una larga nube se levanta, puedo verla desde arriba. Otra vez pareciera que vuelo sobre el lugar. El dolor me oprime el pecho y las lágrimas empiezan a manar. La nube es enorme y está cargada de llanto, gritos y sufrimiento. Puedo sentir el dolor de muchos, el miedo, la desesperación… todo se agolpa en mi cabeza. La nube, nace en algún lugar abajo y sube al cielo. ¿Qué es? No pudo distinguirlo, pero logró sentir el dolor, el miedo. Debajo de esa nube hay algo, el dolor me abraza, también un aroma extraño entra en mis pulmones.

-    ¡Estados Unidos! – mis labios se abren entre el sueño. ¡Algo pasará!

Despierto sobresaltado: tengo miedo. No sé qué pasará, pero en esa imagen el nombre de Estados Unidos llegó de pronto y entonces temí lo peor, pues fueron ellos quienes  utilizaron la bomba atómica para arrasar con el odio efímero, hechizo y sin razón.

La nube de mis sueños… la columna enorme de humo y polvo me aterró.

Una semana después un amigo y yo estábamos detenidos en pleno periférico. El tráfico era mucho, nada común a esa hora del día, y el calor insoportable.  Un fuerte dolor de cabeza llegó de pronto, como una punzada, nació de súbito y era insoportable. Mi cabeza parecía estallar. Mi oídos escuchaban  sirenas de ambulancias, patrullas,  bomberos: se mezclaban todos y se convertían en algo insoportable.  “Seguramente fue un accidente grave, pues parecen ser muchos lo vehículos emitiendo los sonidos”, pensé en ese momento. Me acerqué al cristal del microbús y traté de ver más allá.

-    Pasó algo, por eso está todo detenido. Debió ser algo muy fuerte, se escuchan muchas ambulancias – le digo a mi amigo.

-    ¿De qué hablas? ¡No se oye nada! – me  hace saber extrañado.

-    ¿No escuchas las sirenas? – lo interrogo desconcertado.

-    ¡No se escucha nada! – aclara él.

-   Pero, ¿esos sonidos de donde nacen? – nuevamente yo un poco alterado.

-  ¡No se oye nada! – confirma él.

Vuelvo a buscar, en verdad no encuentro nada, pero las sirenas de ambulancias, patrullas y bomberos se siguen escuchando… yo las sigo escuchando. ¿Por qué él no las oye? El sonido es insoportable y me cubro los oídos. ¿Nadie las oye sólo yo?  ¡No quiero escuchar más gritos ni llanto! Aunado a las sirenas se empiezan escuchar lamentos y llantos ¿Nadie los escucha? Las personas gritan aterradas. ¿Qué demonios pasa?

Esa misma noche y extrañado por lo acontecido durante el día, mis pulmones respiran con dificultad y mi nariz parece bloqueada. Me duele la cabeza y siguen viendo imágenes. Todos los días me levanto temprano, pero al día siguiente de los horribles sonidos, no puedo hacerlo. A las cinco de la mañana suena el despertador: sigo con dolor de cabeza y estoy extremadamente cansado. Me recorre el cuerpo una sensación de no haber dormido y mis músculos están agotados: no puedo moverme. Las seis y sigo en la cama: siete algo me despierta, el dolor es más agudo, siento polvo entrando a mis pulmones, no puedo respirar… no puedo respirar, mi nariz está bloqueada. Huele a polvo, humo, cemento… algo más. Después de dar vueltas en la cama, me pongo de pie: jamás me había levantado tarde, generalmente soy muy disciplinado, pero hoy simplemente mi cuerpo no responde. Dolorido, mareado, confundido y sin poder respirar bien me dirijo a la cocina a calentar mi desayuno. Prendó la televisión y un edificio en llamas aparece en la pantalla.  Me siento de golpe. No sé qué pasa, los minutos siguen y de pronto, mientras desayuno, la nube que soñé días atrás aparece: polvo volando por todas partes, extendiéndose veloz y creciendo como un monstruo feroz abriendo su bocaza para devorar a todos.

Las torres gemelas desaparecieron.

Lloro. Lloro como un niño perdido en el desierto, aunque mi abuelo siempre me dijo que los hombres no lloran, yo lo hago en ese momento. Durante todo el día en la televisión mexicana no se habla de otra cosa. Gritos, llanto, sirenas de bomberos, sirenas de patrullas, rescatistas.

-          ¡Eso ya lo viví! – me digo triste.

Mi día fue confuso y sólo hasta ese momento comprendí perfectamente el bicho raro dentro de mi. ¿Cuántos de ustedes vieron eso antes de que pasara? ¿Cuántos escucharon el llanto y los gritos de quienes perecieron? ¿Quiénes estuvieron ahí y percibieron el humo, el polvo, la muerte? ¿A quiénes eso les afecto y terminaron teniendo problemas respiratorios?

La caída de las Torres Gemelas me afecto, no sólo en el aspecto anímico si no en la salud. Me sentía culpable, yo lo vi, lo oí… lo sentí… ¿Por qué no hice algo? ¿Se puede hacer algo en esos casos? Puedes tomar el teléfono y llamar a alguien y decir: “Tuve una visión y algo pasará en  su país”. ¿Me harán caso? ¿Me creerán? ¿O pensarán en mi como parte de la célula terrorista que los atacó? ¿De qué otra manera puedo conocer esa información? Sí, las interrogantes se apelotaron en mi mente. Parece fácil cuestionar, pero no lo es cuando eres como yo y no sabes por qué eres así.

Si creen que todo terminó ahí, no fue así. Los malos minutos, las horas, y mis crisis internas desaparecieron después cuando la noche cayó y empecé a soñar: me estoy moviendo en un lugar lleno de polvo, escombros y no se ve nada. Sobre mi, la destrucción y grandes bloques de concreto y varillas yacen aquí y allá. Me muevo entre los huecos, aunque  el polvo entra a mis pulmones y me dificulta el respirar, cada vez puedo respirar menos. No se puede respirar: algo me pica la nariz, me arde y entra a mis pulmones. ¿Por qué estoy ahí? Porque en algún lugar hay un par de hombres, visten pantalón oscuro y camisa clara: están atrapados, sus pulmones saturados y pierden la esperanza de ser rescatados. La muerte  yace en todas partes, puedo sentirla y ellos piensan en ella… llega un momento en que se aferran a ella.  Mis pulmones parecen bloqueados, pero ellos están atrapados y debo encontrarlos. Quiero ayudar, necesito salvar a alguien, ya que no pude hacer nada antes, quiero ayudarlos aunque sea a ellos. En el rostro de los hombres hay temor, desconcierto, imploran y tienen  miedo. Los busco, sé que están en algún lugar bajo esa montaña de escombros de las Torres Gemelas. Están ahí y si no los encuentro morirán.  

   - Debo encontrarlos –lo pienso.  ¡Aunque sea a ellos!

- Sigue el dolor – alguien me dice.

- ¡Todo está lleno de dolor! – me repito yo.

-  ¡Ellos te buscan! ¡Guía a quien los  buscan! – vuelvo a escuchar.

Estoy desesperado porque el tiempo, para ellos, se acaba.

Una luz, soy yo.

Una luz y ellos pueden verme. Sí, ven la luz esa soy yo y tras de mi los cuerpos de rescate. No pierdan la luz, soy yo y tras de mi los rescatistas.

Una luz a la que le tienden la mano.

Su cabeza confundida puede divagar, pero esa luz soy yo.

Me veo iluminado.

Me siento feliz de encontrarlos. 

Ahí están, están vivos y yo los encontré.

Esa mañana del 11 de septiembre del 2011 fue diferente. Esa mañana comprendí perfectamente lo que yo era. Entendí mi condición: mis sueños no eran sólo sueños, podía ver y estar presente en momentos aún sin trascender, sentirlos, vivirlos.   Como si fueran mundos paralelos al mío… presente, futuro juntos en un espacio sin encontrarse jamás… sólo en mi.

Llanto. Miles lloraron.

Dolor. Miles sintieron algo oprimiendo su pecho.

Desconcierto. Nadie sabía qué pasaba en realidad.

Llanto. Escuché su llanto.

Sentí su temor. Su miedo, la desesperación.

Pude sentir su dolor.

            Sentí todo. El 11 de septiembre me afectó anímicamente, pero también lo hizo en la salud: el polvo entró a mi pecho,  el humo entró a mi cuerpo y empecé a enfermar. Fueron frecuentes las gripes, la sensación de ahogo. La inflamación de los cornetes y mis pulmones bloqueados para respirar eran una constante. Durante mucho tiempo estuve en salas de urgencia con oxígeno.  ¿Qué me pasaba? Yo siempre fui sano, rara vez me enfermaba. Fueron muchos los días los cuales estuve en la cama y tardé años en tener una vida un poco normal después de ser diagnosticado con rinitis alérgica, dermatitis y asma. Sí, desarrollé asma. Mi excelente salud quedó a un lado y los problemas alérgicos comenzaron a surgir… a dificultar mi vida.  Entonces comenzó una etapa muy difícil para mí, al grado de darme por vencido y desear tirar la toalla. Me cansé de las salas de urgencias, me cansé de no poder respirar, de estar sobre el piso sin poder respirar… tirado como un animal. Doctores, hospitales, medicamentos… el asma pretendía devorarme.

            Me costó años entender mi condición con los alérgenos, pero logré establecer una vida un poco normal. Aún tengo los problemas, pero ya no llegó a salas de urgencias. Sí, el 11 de septiembre no sólo cambió a la sociedad estadounidense, también lo hizo conmigo.