VI Torres gemelas
Una larga nube se levanta, puedo verla desde arriba. Otra vez pareciera que vuelo sobre el lugar. El dolor me oprime el pecho y las lágrimas empiezan a manar. La nube es enorme y está cargada de llanto, gritos y sufrimiento. Puedo sentir el dolor de muchos, el miedo, la desesperación… todo se agolpa en mi cabeza. La nube, nace en algún lugar abajo y sube al cielo. ¿Qué es? No pudo distinguirlo, pero logró sentir el dolor, el miedo. Debajo de esa nube hay algo, el dolor me abraza, también un aroma extraño entra en mis pulmones.
- ¡Estados Unidos! – mis labios se abren entre el sueño. ¡Algo pasará!
Despierto sobresaltado: tengo miedo. No sé qué pasará, pero en esa imagen el nombre de Estados Unidos llegó de pronto y entonces temí lo peor, pues fueron ellos quienes utilizaron la bomba atómica para arrasar con el odio efímero, hechizo y sin razón.
La nube de mis sueños… la columna enorme de humo y polvo me aterró.
Una semana después un amigo y yo estábamos detenidos en pleno periférico. El tráfico era mucho, nada común a esa hora del día, y el calor insoportable. Un fuerte dolor de cabeza llegó de pronto, como una punzada, nació de súbito y era insoportable. Mi cabeza parecía estallar. Mi oídos escuchaban sirenas de ambulancias, patrullas, bomberos: se mezclaban todos y se convertían en algo insoportable. “Seguramente fue un accidente grave, pues parecen ser muchos lo vehículos emitiendo los sonidos”, pensé en ese momento. Me acerqué al cristal del microbús y traté de ver más allá.
- Pasó algo, por eso está todo detenido. Debió ser algo muy fuerte, se escuchan muchas ambulancias – le digo a mi amigo.
- ¿De qué hablas? ¡No se oye nada! – me hace saber extrañado.
- ¿No escuchas las sirenas? – lo interrogo desconcertado.
- ¡No se escucha nada! – aclara él.
- Pero, ¿esos sonidos de donde nacen? – nuevamente yo un poco alterado.
- ¡No se oye nada! – confirma él.
Vuelvo a buscar, en verdad no encuentro nada, pero las sirenas de ambulancias, patrullas y bomberos se siguen escuchando… yo las sigo escuchando. ¿Por qué él no las oye? El sonido es insoportable y me cubro los oídos. ¿Nadie las oye sólo yo? ¡No quiero escuchar más gritos ni llanto! Aunado a las sirenas se empiezan escuchar lamentos y llantos ¿Nadie los escucha? Las personas gritan aterradas. ¿Qué demonios pasa?
Esa misma noche y extrañado por lo acontecido durante el día, mis pulmones respiran con dificultad y mi nariz parece bloqueada. Me duele la cabeza y siguen viendo imágenes. Todos los días me levanto temprano, pero al día siguiente de los horribles sonidos, no puedo hacerlo. A las cinco de la mañana suena el despertador: sigo con dolor de cabeza y estoy extremadamente cansado. Me recorre el cuerpo una sensación de no haber dormido y mis músculos están agotados: no puedo moverme. Las seis y sigo en la cama: siete algo me despierta, el dolor es más agudo, siento polvo entrando a mis pulmones, no puedo respirar… no puedo respirar, mi nariz está bloqueada. Huele a polvo, humo, cemento… algo más. Después de dar vueltas en la cama, me pongo de pie: jamás me había levantado tarde, generalmente soy muy disciplinado, pero hoy simplemente mi cuerpo no responde. Dolorido, mareado, confundido y sin poder respirar bien me dirijo a la cocina a calentar mi desayuno. Prendó la televisión y un edificio en llamas aparece en la pantalla. Me siento de golpe. No sé qué pasa, los minutos siguen y de pronto, mientras desayuno, la nube que soñé días atrás aparece: polvo volando por todas partes, extendiéndose veloz y creciendo como un monstruo feroz abriendo su bocaza para devorar a todos.
Las torres gemelas desaparecieron.
Lloro. Lloro como un niño perdido en el desierto, aunque mi abuelo siempre me dijo que los hombres no lloran, yo lo hago en ese momento. Durante todo el día en la televisión mexicana no se habla de otra cosa. Gritos, llanto, sirenas de bomberos, sirenas de patrullas, rescatistas.
- ¡Eso ya lo viví! – me digo triste.
Mi día fue confuso y sólo hasta ese momento comprendí perfectamente el bicho raro dentro de mi. ¿Cuántos de ustedes vieron eso antes de que pasara? ¿Cuántos escucharon el llanto y los gritos de quienes perecieron? ¿Quiénes estuvieron ahí y percibieron el humo, el polvo, la muerte? ¿A quiénes eso les afecto y terminaron teniendo problemas respiratorios?
La caída de las Torres Gemelas me afecto, no sólo en el aspecto anímico si no en la salud. Me sentía culpable, yo lo vi, lo oí… lo sentí… ¿Por qué no hice algo? ¿Se puede hacer algo en esos casos? Puedes tomar el teléfono y llamar a alguien y decir: “Tuve una visión y algo pasará en su país”. ¿Me harán caso? ¿Me creerán? ¿O pensarán en mi como parte de la célula terrorista que los atacó? ¿De qué otra manera puedo conocer esa información? Sí, las interrogantes se apelotaron en mi mente. Parece fácil cuestionar, pero no lo es cuando eres como yo y no sabes por qué eres así.
Si creen que todo terminó ahí, no fue así. Los malos minutos, las horas, y mis crisis internas desaparecieron después cuando la noche cayó y empecé a soñar: me estoy moviendo en un lugar lleno de polvo, escombros y no se ve nada. Sobre mi, la destrucción y grandes bloques de concreto y varillas yacen aquí y allá. Me muevo entre los huecos, aunque el polvo entra a mis pulmones y me dificulta el respirar, cada vez puedo respirar menos. No se puede respirar: algo me pica la nariz, me arde y entra a mis pulmones. ¿Por qué estoy ahí? Porque en algún lugar hay un par de hombres, visten pantalón oscuro y camisa clara: están atrapados, sus pulmones saturados y pierden la esperanza de ser rescatados. La muerte yace en todas partes, puedo sentirla y ellos piensan en ella… llega un momento en que se aferran a ella. Mis pulmones parecen bloqueados, pero ellos están atrapados y debo encontrarlos. Quiero ayudar, necesito salvar a alguien, ya que no pude hacer nada antes, quiero ayudarlos aunque sea a ellos. En el rostro de los hombres hay temor, desconcierto, imploran y tienen miedo. Los busco, sé que están en algún lugar bajo esa montaña de escombros de las Torres Gemelas. Están ahí y si no los encuentro morirán.
- Debo encontrarlos –lo pienso. ¡Aunque sea a ellos!
- Sigue el dolor – alguien me dice.
- ¡Todo está lleno de dolor! – me repito yo.
- ¡Ellos te buscan! ¡Guía a quien los buscan! – vuelvo a escuchar.
Estoy desesperado porque el tiempo, para ellos, se acaba.
Una luz, soy yo.
Una luz y ellos pueden verme. Sí, ven la luz esa soy yo y tras de mi los cuerpos de rescate. No pierdan la luz, soy yo y tras de mi los rescatistas.
Una luz a la que le tienden la mano.
Su cabeza confundida puede divagar, pero esa luz soy yo.
Me veo iluminado.
Me siento feliz de encontrarlos.
Ahí están, están vivos y yo los encontré.
Esa mañana del 11 de septiembre del 2011 fue diferente. Esa mañana comprendí perfectamente lo que yo era. Entendí mi condición: mis sueños no eran sólo sueños, podía ver y estar presente en momentos aún sin trascender, sentirlos, vivirlos. Como si fueran mundos paralelos al mío… presente, futuro juntos en un espacio sin encontrarse jamás… sólo en mi.
Llanto. Miles lloraron.
Dolor. Miles sintieron algo oprimiendo su pecho.
Desconcierto. Nadie sabía qué pasaba en realidad.
Llanto. Escuché su llanto.
Sentí su temor. Su miedo, la desesperación.
Pude sentir su dolor.
Sentí todo. El 11 de septiembre me afectó anímicamente, pero también lo hizo en la salud: el polvo entró a mi pecho, el humo entró a mi cuerpo y empecé a enfermar. Fueron frecuentes las gripes, la sensación de ahogo. La inflamación de los cornetes y mis pulmones bloqueados para respirar eran una constante. Durante mucho tiempo estuve en salas de urgencia con oxígeno. ¿Qué me pasaba? Yo siempre fui sano, rara vez me enfermaba. Fueron muchos los días los cuales estuve en la cama y tardé años en tener una vida un poco normal después de ser diagnosticado con rinitis alérgica, dermatitis y asma. Sí, desarrollé asma. Mi excelente salud quedó a un lado y los problemas alérgicos comenzaron a surgir… a dificultar mi vida. Entonces comenzó una etapa muy difícil para mí, al grado de darme por vencido y desear tirar la toalla. Me cansé de las salas de urgencias, me cansé de no poder respirar, de estar sobre el piso sin poder respirar… tirado como un animal. Doctores, hospitales, medicamentos… el asma pretendía devorarme.
Me costó años entender mi condición con los alérgenos, pero logré establecer una vida un poco normal. Aún tengo los problemas, pero ya no llegó a salas de urgencias. Sí, el 11 de septiembre no sólo cambió a la sociedad estadounidense, también lo hizo conmigo.
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