El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

lunes, 9 de diciembre de 2024

Diario de un bicho raro

 

I El deslave

 

Por la mañana desperté cansado, demasiado para haber dormido más de ocho horas seguidas. La cabeza pesaba como una roca sobre mis hombros y un ligero temblor en las manos me puso nervioso. Estaba confundido Me senté sobre la cama, recordé los ojos extrañados de esas personas y la frase: “¡No sé quién es, nunca lo he visto!”, daba vueltas en mi cabeza.

-    ¡No sé quién es, nunca lo he visto! – dijo al verme caminar aprisa por esa calle empinada.

Sin pensarlo más me puse de pie y me preparé. Era un día normal a pesar de mi extraña sensación, debía ir a trabajar.  Por la noche regresé a casa, encendí el televisor y busqué el noticiario  (antes de dormir siempre veía lo acontecido en el mundo aunque no era muy motivante hacerlo). Entonces escuché la noticia: una comunidad había sido sepultada por un deslave, se buscaban sobrevivientes. Escuché sin poner mucha atención y dije sin proponérmelo: “No hay ningún sobreviviente, nadie me hizo caso. No quisieron salir”. Entonces me quedé parado, frío, sin poder moverme y mi frase siguió repitiéndose: “Nadie me hizo caso”. Parecía un eco extendiéndose en mi cabeza y sólo reaccioné hasta escucharla nuevamente.

 Entonces, vino a mi cabeza el sueño de la noche anterior.  Era un pequeño pueblo, unas cuantas casas desperdigadas por el cerro, yo no conocía a nadie, pero entré a una vivienda diciendo debían salir porque el agua venía hacía ellos y eso era más que agua. Parecía nadie haber escuchado mis palabras;  salí del lugar y empecé a gritar. Sin embargo, los habitantes me ignoraron, me veían con ojos extrañados, Simplemente me ignoraron y  yo los contemplé desconcertado: delgados, no muy altos,  piel morena,  y un acento al hablar… no eran mexicanos como yo. De pronto, una mancha café, enorme y ruidosa, descendió por el cerro: como una bestia desplazándose feliz por conocer el final de su carrera. Era enorme, un río potente de agua, tierra, escombros. Pude escuchar el sonido al descender,  al tumbar árboles… era un rugido lleno de ira corriendo aprisa.  

Llegó a las casas y devoró todo.

Nadie escuchó mis palabras y recuerdo sus ojos sorprendidos viéndome, como si yo en ese momento hablara un idioma distinto al suyo, como si fuera un fantasma gritando entre la gente que debían huir porque algo se acercaba. “¿No hablo su idioma?”, pensé en ese momento cuando soñé.  Y entonces, después de mi silenciosa pregunta, alguien dijo: “Parece extranjero”, una frase que no entendí en su momento. Cuando esa enorme masa cubrió las casas y dejó su huella sobre el cerro (como un río de tierra  abriéndose paso entre los árboles), puede ver todo desde arriba, parecía flotar y desde ahí pude ver todo. 

Ya no había nada por hacer.

El sueño terminó.

Decir que después de eso medité por largo rato sería mentir, en realidad pensé sólo un momento en la noticia, en mi sueño y sin darle mucha importancia me metí a la cama y dormí. De verdad, no le di importancia, para mí todo era parte del cansancio acumulado entre el agotador trabajo y la familia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario