Hace un tiempo escribí algunas letras
sobre el acoso estudiantil, cuando lo hice sentí como si algo en mí se liberara
y en ese momento pensé que jamás volvería a escribir del tema. Pero ahora,
nuevamente, el acoso pretende hacer su cuna en mí y no estoy dispuesta a
permitirlo, así que haré una pequeña crónica al respecto, pues creo que las
mujeres debemos levantar la voz para frenar la retorcida mentalidad de algunos
hombres. Si nosotros no gritamos, nadie escuchará.
+ + +
Llegué a vivir aquí hace ocho
años: emocionada porque era mi primera casa. Por un tiempo la vida fue placentera,
el lugar era agradable. Poco después
las cosas cambiaron: un vecino
tenía como única diversión hacer fiestas
los viernes, que terminaban, si yo tenía suerte, al siguiente día después de las siete de la
mañana (y a veces, él y sus amigos se seguían la pachanga todo el fin de
semana). Así que empecé a andar como zombi durante esos
días. Aunado al ruido, los insistentes cantos (ahí nació mi odio por Caifanes), el “tubo, tubo, muévelas, muévelas…
¡Así, así, así!”, que podía despertarme a cualquier hora, el olor a tabaco, las nada cultas
conversaciones de borrachos, las colillas de cigarros, vasos desechables en mi patio, sus amiguitos haciendo el ridículo en mi
propiedad, sus amigos tomando fotografías y videos a mi casa. Entonces comencé a ter miedo: hombres
alcohólicos dándole alas a su prolífero
lenguaje, mujeres ordinarias tambaleándose
y con un vaso en la mano gritando: “¡Estoy en mi casa y en mi casa hago
lo que quiero!”. Además de odiar a Caifanes, también odié los fines de semana y
el futbol. Para las personas con problemas de alcoholismo cualquier pretexto es
suficiente para embriagarse y perder la cordura… y ver el partido del equipo preferido es el
principal.
Cansada decidí poner una reja, al menos, la fauna de la región ya
no estaría frente a mí y yo tendría mayor privacidad. Sí, los espectáculos eran
divertidos, pero no siempre es agradable tener el circo tan cerca. Mi reja, en mi casa, despertó la ira del
vecino: su casa se veía fea, pues aquí la ley que predomina es la que protege a
la belleza y castiga a la fealdad y por lo tanto todo debe ser bonito porque lo feo es sinónimo
de no sé qué… sigo pensando de qué. Mi
reja, en mi casa, me dio un poco de
tranquilidad, pero las fiestas
continuaron y el estrés y los nervios siguieron en aumento.
Para
mí el silencio siempre ha sido primordial, sin embargo me cansé del ruido del
vecino, mientras él y su esposa tenían fiestas los fines de semana, en los días
comunes a la mujer le daba por oír su música a todo volumen y quien les
hacía el aseo, a escuchar a Polo Polo o el radio o música o la novela del
momento… lo importante para ellos siempre ha sido el ruido. Así que empecé a escuchar mi escandalosa
trova a un volumen arriba de lo normal. Entonces, el acoso prosiguió. ¿Quién
era yo para interrumpir el descanso del vecino? Si yo trabajaba sin dormir, él
tenía derecho a dormir plácidamente. Aunado
a la música estaba la televisión, los videojuegos y las películas que gustaban
de ver a todo volumen. Mis nervios empezaron a provocarme insomnio. Llegué a
pasar cuatro días sin dormir, aterrada porque sabía que en cualquier momento
el vecino comenzaría con su fiesta. En
el día no podía concentrarme y me era difícil trabajar; en las noches no podía
dormir. Por si fuera poco, al ruido se
agregó un perro, que ladraba y se azotaba contra la puerta cuando lo dejaban
solo. Si sus dueños llegaban en la madrugada hasta esa hora estaba el
animal ladrando y lamentando su
soledad. ¿Eso no es ruido?
Como
mujer, además del trabajo, me doy tiempo de
asear mi casa… ello incluye el patio.
Un problema más: al lavar el patio
el agua se va a la calle y aquí no hay coladeras, sólo unos tubos de una pulgada, que por
obvias razones siempre se tapan y si agregamos que son contados quienes barren la calle, que cuando el jardinero corta el pasto nadie sale
a barrer los residuos del mismo y desde luego, que el vecino, fumador empedernido, sale a fumar y la colilla la
arroja en donde sea (algunas veces las
he encontrado en mi patio). El problema,
la cubeta de agua reciclada que uso para lavar el patio, sale de mi
propiedad y moja “su calle”. Ahora he descubierto
que tiene aberración tremenda al agua,
no hay nada que odie más que eso. Pero cuando
él llega a lavar su carro, ¿a dónde creen que va a parar el agua? Cuando la mujer del aseo les lava el patio, ¿a dónde creen que va el
agua? Cuando lava su bote de basura, ¿a dónde va el agua?
Tratando
de intimidar aún más, el vecino también
toma fotografías a mi propiedad y golpea la pared de mi casa cuando algo le molesta.
Y
como al vecino le molesta cualquier cosa que yo haga, el “caballero” ha
insistido por años en acosarme. Siempre está en su ventana hostigándome. Si riego las plantas ahí está
él; si salgo a tomar el fresco, inmediatamente hace acto de presencia; si voy a
la calle… está en su ventana… Siempre en su ventana. Pero no conforme con espiarme, también le da
por lanzarme insulto: “¡Cómo chingas!”, “¡Qué escándalo!” y disfruta callarme cuando chiflo (me encanta chiflar, me
tranquiliza). Sí, sale a su patio y
empieza: “Shss…Shsss…Shss”. Pero como
todo ello no le ha dado felicidad a su
retorcida mentalidad, también le da por
ponerse a chismear con sus allegados sobre
mí: valiente y furioso grita, lanza insultos.
Acoso, hostigamiento,
chismes, indirectas, insultos, malas
palabras y es capaz de esperarme en la banqueta, frente
a su casa, para lanzarme una mirada desafiante con sus ojos amenazadores y los
brazos cruzados.
Acoso.
Insultos.
Indirectas.
Hostigamiento.
Todo
un megalómano.
¿Qué
más falta? ¿Pensará actuar físicamente contra mí? Creo que sí, porque es
explosivo, descerebrado y sé que en cualquier momento puede hacerme daño. Es más, en los últimos días le ha dado por escupir en mi puerta y enseñar "el dedo grosero" siempre que pasa frente a mi casa.
Nervios.
Ansiedad.
Insomnio.
Miedo.
Y hoy mientras corría
me puse a pensar en él, en la mentalidad que tiene y también pensé en su esposa, a quien por cierto he
escuchado reír complacida cuando su hombrecito
hace una tontería contra mí. Si yo estuviera en su lugar estaría por
demás indignada y avergonzada: tener a un hombre acosador al lado no es digno.
Porque alguien que espíe, hostigue, insulte y difame a una mujer, no se le
puede llamar hombre, y a quien lo solape
no se le puede llamar mujer.
Con
todo esto, le pedí a mi esposo no intervenir, pues yo, como mujer debería enfrentar al “valiente hombre”, ese
es mi deseo. Cansada puse un letrero
dentro de mi casa, algo que sólo el vecino
que hostiga pudiera ver: “¡Acosador!”, se podía leer. Quizá pretendía
que se avergonzara de su conducta, que sólo por un momento la vida lo iluminara
con un poco de discernimiento. No hubo resultado. Segundo letrero: “Hombre = valor,
respeto, integridad. Acosador = hostigamiento,
prepotencia, cobardía, hipocresía. Y tú, ¿cuál eres?”. El resultado, la
estrepitosa risa de burla de su esposa. Tercer
letrero: “Un acosador es igual a un
marido insatisfecho: ¿me seguirás espiando?”. Hasta el momento no sé cuál será
la respuesta, lo que sí sé, es que ya no estoy dispuesta a seguir caminando con el temor, la ansiedad, la desesperación y el miedo que él me ha dado en todos estos
años. Y aunque no vivo tranquila en esta casa y no me siento
segura, porque en cualquier momento el
"hombrecito" podría perder la cabeza (el cerebro no porque no tiene) y ser capaz
de agredirme físicamente, estoy dispuesta a no dejarme vencer.
Por eso, todos los días me pregunto:
¿las mujeres no tenemos derecho de sentirnos seguras en nuestro hogar? ¿Las mujeres
debemos soportar que alguien nos esté espiando y acosando siempre? ¿Tenemos que
estar soportando los cerebros retorcidos de algunas alimañas? ¿Debemos soportar
los insultos y amenazas? ¡No, jamás!
Agosto,
2016.
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