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¿Será eso la lluvia? – se
preguntó al observar una nube acercándose.
Una gruesa gota de sudor descendió por su piel
cuarteada por el sol. A sus tres años, jamás había visto llover. Aspiró: Ramiro había
dicho que la lluvia olía a vida. “No, no es”, pensó. Olía a polvo y a carne
descompuesta de la última vaca muerta, tirada cerca de la carretera. Su madre pasó cerca, cargando dos galones de
agua oscura obtenida de un pozo pronto a perecer.
Los pasos cansados de ella levantaron la tierra sedienta.
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¡Gonzalo, entra! – gritó
su madre.
Él corrió: “Mamá, ¿qué se siente cuando llueve?” –
preguntó el niño.
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Un olor a humedad penetra
en ti y te llenas de energía. El viento fresco, golpea tu rostro… parece
gritarte. Y cuando el agua toca tu piel, la paz llega y la tranquilidad te arropa – dijo la mujer.
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