Por María Celeste Vargas Martínez
- A mí nunca nadie me había hablado bonito – ella guardó silencio un momento para agregar – él lo hizo y me sentí tan bien.
Con manos temblorosas alisó su cabello desaliñado, se limpió los ojos húmedos y enrojecidos y lo observó a él. Respiró profundo y sus mejillas se hundieron, para luego expandirse. Su rostro redondo se sentía caliente y sus ojos… sus ojos suplicaban comprensión. Él lo supo al ver esos ojos negros que lo cautivaron en su momento, la verdad estaba en ellos: ella estaba enamorada y por eso había perdido la cordura.
- Te doy todo cuanto quieres, no te falta nada. Te ayudo con los deberes… lavo la ropa los fines de semana, acerco la despensa de la casa… te doy tu espacio… te respeto… vamos de vacaciones a donde tú quieres… ¿Eso no es hacer algo bonito por ti?... Sé que no son palabras, pero son acciones, desde mi punto de vista, más valiosas a las primeras – aclaró él con ojos llorosos.
No dijo más. Tenía coraje, se sentía decepcionado.
La habitación era reflejo de la discusión.
Simplemente salió y se subió al carro. Ella lloró, no sabía si de temor o por fin su corazón encontraba paz. Él se sentó tras el volante: observó su casa, el jardín, el carro, la vida construida en cinco años de privación, coraje, esfuerzo y desvelos. Contempló sus manos cansadas de trabajar, las contadas canas en su cabello lacio, los ojos marchitos de mal dormir. Los cerró un momento y las palabras e imágenes vistas en el celular de su esposa se clavaron en su mente… jamás de desharía de ellas, su cabeza guardaba todo.
El pecho, ancho y dolido, de él se hinchó y sin más se inclinó para sacar un envoltorio bajo el asiento. La discusión comenzó a las siete y media de la mañana, a las doce los gritos eran una constante y él se encaminó al auto a dejar algo y ahora, a las dos de la tarde, el infierno seguía.
Lágrimas humedeciendo su piel enrojecida y sedienta de tanto llorar.
Labios secos.
Manos temblorosas.
Confusión e incertidumbre.
Nuevamente respira con dificultad… después una explosión, algo detonando cerca, muy cerca de él. Su mano cae sin fuerza a un lado del asiento y la pistola se desprende de sus dedos.
Silencio.
Por fin, todo es silencio
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