El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

martes, 2 de octubre de 2012

De estas tierras I



48 horas

Un fuerte olor le da en la nariz y le baja hasta el vientre. Los deseos de expulsar los alimentos de unas horas atrás son intensos. Se lleva la mano al rostro y se cubre la nariz y la boca.
El olor es insoportable.
Sólo un poco de claridad entra e ilumina, a media luz, el lugar. No puede ver con detalle nada. Se frota los ojos, pero no distingue mucho. Pareciera estar sobre algo suave. Mueve los pies lentamente. Le duele la cabeza y el ruido provocado por el agua corriendo, en algún lugar, la altera.
Observa hacia arriba y como a seis metros distingue una diminuta luz. Con dificultad se pone de pie, siempre viendo hacia arriba. Todo es silencio. Poco a poco baja la vista y contempla las altas paredes formadas por la roca casi blanquizca. El lugar es estrecho. Respira con dificultad, el olor a putrefacción entra sin problema a sus pulmones.
Confundida intenta llorar, pero las lágrimas no salen de sus ojos. Su quijada tiembla. Se lleva las manos al rostro. Baja la vista, ahora sus ojos ya se han acostumbrado a la oscuridad. Observa aquello que yace bajo sus pies y que en un principio creyó que era basura: dos cuerpos con el rostro cubierto con cinta y los brazos y las manos atadas con la misma.


Manos

Un rayo de luna se cuela por la pequeña ventana e ilumina los bultos tirados sobre el piso: ropa sucia, rostros cansados, manos callosas y la pobreza adherida a la piel. Afuera, cientos de sonidos entremezclados se combinan con el viento. Abultadas gotas de sudor resbalan por mis sienes. Las noches son calurosas y los días aun más. Mis ojos se niegan al sueño y sólo me dedico a contemplar el hueco de la pared. Mi madre decía que mis ojos eran negros, profundos como la noche y al verlos la paz llegaba a ella. Ahora, no sé cómo son mis ojos ni si aún propaguen la paz para los demás.
Mi bisabuelo me contó que hace muchos, pero muchos años, zarpaban enormes barcos repletos de negros. Atravesaban los mares, desnudos y encadenados, y con poco alimento cuando bien les iba. Llegaban hasta tierras lejanas donde los hombres blancos, de ropa limpia y olorosa, inspeccionaban sus dientes, sus cuerpos y tras el pago se los llevaban con ellos. Su vida transcurría bajo los rayos del sol y si las enfermedades no los mataban lo hacían los mismos hombres. Y cuando un barco era sorprendido en altamar parte de la carga iba dar al fondo de las aguas. El llanto, los gritos y el terror se apoderaban de todos.
Los ojos de mi bisabuelo se nublaban cuando llegaban a él las imágenes pasadas de boca en boca. Entonces se acercaba el cigarro a los labios, aspiraba fuertemente y después de un instante lanzaba el humo al viento. Y una leve ráfaga lo llevaba lejos: atravesaba el pueblo, el río, la selva, las montañas y se elevaba hasta las nubes donde desaparecía. Él decía que así el hombre se deshacía de los malos recuerdos, pero sólo por un tiempo porque al caer la lluvia los traía consigo y los depositaba en los ojos de los hombres, de donde resbalaban y se adherían a su piel. Sólo así ningún ser humano podía olvidar los recuerdos, las historias que han formado parte de su vida y de sus antepasados.


En mi país hay muchos Méxicos 

Ese día la muerte se acercó a dos hombres: el primero de ellos murió cuando un automovilista borracho lo atropelló. Falleció con el estómago vacío porque esa tarde prefirió comprar el medicamento de su hija Martha y dejar la comida para la hora en que pudiera llegar a casa; el segundo sucumbió ahogado con una semilla mientras estaba sentado en su amplísima sala observando en su pantalla extraplana una película; a su lado, su inseparable amigo Max, un perro bóxer de raza pura, degustaba una suculenta carne sazonada exclusivamente para él.
Ambos hombres vieron sus cuerpos inertes: uno sobre la fría y desolada calle y con el pie izquierdo descalzo (De todas formas ya estaba roto y me entraba el agua por él, se dijo el hombre triste); el otro tirado sobre la alfombra que había comprado en Europa y con su pijama de seda.

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