El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

lunes, 1 de octubre de 2012

De soledades y olvidos



El escritor

Corrió discretamente la cortina del estudio ubicado en la parte superior de la casa y contempló a lo lejos a Fermín y Andrea sentados cerca del río. Ella con la cabeza inclinada sobre el hombro de él y las manos entrelazadas. El joven, delgado, de rostro risueño y cabello rebelde, acariciaba delicadamente el cabello de ella. Sonrió. Cerró la cortina. Se dirigió a su escritorio, del cajón superior sacó una pipa, la colocó en sus labios sin encenderla. Por más de una hora escribió tranquilamente en su vieja máquina. Jamás aceptó la tecnología, cuando uno de sus amigos le hizo saber que pronto la computadora desplazaría a la máquina de escribir, él dijo decidido: “Eso jamás sucederá. Cómo alguien podría escribir en algo tan frío e indiferente. En la máquina puedes sentir el papel y puedes palpar las palabras escritas en él. Letra por letra le das forma a un universo. Y si escribes amor puedes estirar la mano para sentir la calidez de la palabra. Y si te equivocas, como buen artista caprichoso, haces una mueca, te enfadas y desprendes de un jalón la hoja y la máquina te deja escuchar ese ligero rechinido por forzar el rodillo. Entonces, estrujas la hoja entre tus manos y sin más va a parar al cesto de basura la obra que no te complació del todo. No, la computadora es fría y carente de vida... jamás dejaré mi máquina de escribir”. Y así fue.





Del olvido

“…Le dio la mano a Cintia y la ayudó a ponerse de pie. ¡Tienes razón! ¡Nos tenemos a nosotros y eso es lo importante! Las personas que aún quedaban comenzaron a irse y un rechinido de la puerta al cerrarse le hizo saber a todos que la noche había llegado y ya nadie podría entrar.
El grupo de niños caminó. Pasaron sobre la tierra desolada y olvidada. Berenice volteó a ver un trozo de metal carcomido por los años y a punto de caerse donde apenas podía leerse: En memoria de nuestra amada y única hija. Berenice Alcántara Flores 1980-1991.” Suspiró triste mientras contemplaba las otras tumbas limpias, que a diferencia de la suya, lucían repletas de flores y regadas con recuerdos.





El viejo

Mi padre amaba el mar. Cada madrugada escuchaba sus pasos silenciosos abrirse camino en la estancia oscura, siempre cuidándose de no despertar a mi madre o a mí. En silencio se vestía y en silencio tomaba su candil que siempre dejaba junto a la puerta, la noche anterior. Después  se encaminaba  a mi cama y me daba un cálido beso en la frente. Yo fingía que dormía, pero ocultaba las ganas de prenderme de su cuello, no soltarlo hasta que accediera a llevarme con él, darle uno y mil besos y decirle cuánto lo amaba. Pero no podía hacer nada de eso: “Los hombres no besan a otros hombres”, decía mi madre. También decía muchas cosas más que al principio me impidieron amar a mi esposa y a mis hijos.



De soledades

Cuando nació
se sintió sola,
parida sola en una cama fría,
con una madre que no soportó,
lloró, lloró mas los gritos de la calle
devoraron su dolor,
sus ojos se secaron y la garganta se cerró,
la encontró la vecina cuando la noche,
coqueta y cansada,
a su amante le fue a hacer el amor.



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