El insomnio se aferra a mí. Se prende de mis ojos, danza con fervor y cuando esto parece no funcionarle, me susurra al oído letras… palabras… historias que nacen como un ligero viento, dispuestas a convertirse en huracán. Entonces el insomnio inyecta en mi mano un rabo de energía y hace que las letras fluyan y se extiendan en ese cielo oscuro carente de estrellas.

martes, 2 de octubre de 2012

De estas tierras III



Yo no quería hacerlo 

La habitación no era muy grande. Dos estrechas ventanas, con protección interna, yacían en la pared lateral y cual ojos tristes contemplaban a ese hombre rollizo de manos rudas y nariz ancha. En el enorme cristal, frente a las ventanas, de reojo él podía ver su silueta. Una mesa y dos sillas eran toda la decoración. Al principio le pareció una habitación fría, pero cuando los minutos pasaron un extraño calor se apoderó de su cuerpo: comenzó en los brazos, pasó a las piernas y sin más se depositó en su pecho. Cómo deseaba un poco de brisa fresca. Sus manos empezaron a temblar, gruesas gotas de sudor bajaron por su cabeza recién rapada y a sus pies les dio por hacer leves movimientos.
Un hombre alto, moreno, de rostro fiero y barba sin arreglar entró de pronto y azotó la puerta. Él tembló en esa silla. El hombre arrojó sobre la mesa un sobre amarillo, algunas fotografías salieron de él. Él contempló de reojo una, pero vio un insistente color rojo en ella y desvió la mirada.


¡Y todo por un signo!

Cabizbajo, atravesó el paso a desnivel que lo llevaba hasta las escalinatas del metro. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó los gritos de los vendedores pregonando sus múltiples mercancías, ni se percató de la riña entre una mujer y un joven moreno de cabello largo, quien afirmaba haberle entregado correctamente el cambio a la escuálida niña que se sujetaba temerosa del amplio vestido de su madre.
Dejó atrás los gritos. Subió la sucia escalera donde ya se percibía el ruido de los autos. Esquivó un puesto de dulces y antes de ingresar a los andenes se detuvo: No puede ser, se dijo muy triste mientras se llevaba la mano a la cabeza. Un hombre viejo lo contempló y se conmovió de su rostro descompuesto. Debemos seguir adelante, joven. No hay de otra, afirmó el anciano mientras tocaba el hombro del joven. Éste lo miró extrañado.


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